Los apuros finales para mantener el resultado no fueron sino un argumento más para exaltar el dramatismo de los tres puntos en juego y acabar en pleno subidón el espectáculo balompédico que vivimos en San Mamés el sábado. Rayo y Athletic brindaron un partido memorable, con dos equipos lanzados al ataque, cada uno a su estilo. Los rojiblancos, desatados, fundamentado su estilo en unas contras vertiginosas. Los madrileños, subidos al carro de una presión alta y una posesión y circulación de muchos quilates.
La vibrante y pujante grada de animación no se creía lo que veía apenas creada. Pese al cero a uno, el Athletic respondía con peligro, y los de Iraola, fieles al estilo de su técnico, no se echaban atrás a defender su ventaja. Los Williams eran dos puñales desmarcándose por las bandas. El equipo les buscaba en largo. Las ocasiones se acumulaban, y la remontada no tardó en llegar. Tres golazos y pudieron ser más –dichoso VAR, qué fueras de juego más ridículos-. Y también los madrileños tuvieron las suyas.
¡Qué divertido es así el fútbol! Y eso que los rojiblancos solo tuvieron un 39% de posesión. Para qué retener el cuero, pensará cualquier aficionado viendo correr a los Williams. Que corra la pelota con ellos, decidieron los centrocampistas, aprovechando los huecos del valiente grupo vallecano dirigido por un estilista como Isi Palazón. Hasta Dani García y Yeray se lucieron con medidos centros en largo. Antológico toma y daca, pleno de efectividad por ambos lados. Un monumento al deporte rey.
Por poner un pero a Valverde, -muy acertado en su planteamiento y en la manera de encarar el fútbol, valiente y vertical-, es su desempeño en las rotaciones. Tardó en mover el banquillo, quizá por falta de nivel en los suplentes o por no tenerlos aún suficientemente motivados. A mejorar.