Esto es lo que pasa cuando retas a un veinteañero a doblar un mapa o usar las páginas amarillas

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“No me gustan los estereotipos, pero me gusta la buena televisión”, explicaba recientemente Ellen DeGeneres en su programa cuando decidió repetir El reto millennial, una sección del show que se había vuelto viral la semana anterior. En ella enfrentó a una joven a tres tareas hercúleas: doblar un mapa, buscar un número en las páginas amarillas y realizar una llamada desde un teléfono de los de disco. La chica, de 22 años –eso no es millennial, ¿ok, boomer?–, fracasó bíblicamente en todos los cometidos, siendo especialmente hilarante su performance con el teléfono. “Como eres millennial, pierdas o ganes te llevas algo”, le dijo con retranca DeGeneres, mientras el plató y todo el mundo nacido antes de que se separaran The Clash se partía de risa. La chica ganó un televisor del tamaño de una cría de elefante. Deseé estar riéndome porque, simplemente, era divertido.

“Como eres ‘millennial’, pierdas o ganes te llevas algo”, dijo con retranca DeGeneres, mientras el plató y todo el mundo nacido antes de que se separaran The Clash se partía de risa. La chica ganó un televisor del tamaño de una cría de elefante

En los días siguientes al visionado, compartí el vídeo con varias personas humanas de una franja de edad similar a la mía, lustro arriba, lustro abajo. A muchos les hizo bastante gracia y todos sacaron conclusiones inmediatas del programa. Conclusiones casi ninguna divertida, debo decir. Algo curioso, si tenemos en cuenta que se estaban partiendo la caja instantes antes de hablarme de cosas como que esto era una tontería porque hay algún tutorial en Google en el que te enseñan a hacer todo esto. O que la propuesta era una gilipollez, porque, a ver, saben DeGeneres y los suyos hacer funcionar… (inserte aquí el nombre de algún trasto del mundo moderno que no sabe usted cómo va). Yo creía que estaba viendo un clip de un magazine familiar de tarde de una cadena generalista estadounidense, pero, al parecer, me encontraba ante una recreación contemporánea de El hombre vivo de G.K. Chesterton. A mí me había hecho gracia porque jamás he sabido doblar mapas. A la empatía por la incapacidad.
Una vez más, mis congéneres me confirmaban lo que llevo sospechando desde que cumplí los 40: que la mediana edad se me va a hacer muy larga. No puedo más con esta vaina de querer parecer siempre joven, y mucho menos con esta idiotez de celebrar ser viejo, cuando no se es ni una cosa ni la otra. No me molesta la ignorancia al respecto de lo obsoleto, pero tampoco pienso que todos los bebés sean bellos. He visto el pasado, y sé que no me gusta. Y no sé casi nada del futuro, pero le puedo decir ya que no me va a gustar.
Harto de mí, me puse el segundo reto de DeGeneres. Esta vez, los protagonistas eran un radiocasete, una máquina de escribir y una cámara fotográfica analógica. Todo salió exactamente igual que en la primera ocasión. Solo cambió que ahora DeGeneres rebajó el tono satírico y, al presentar cada aparato, vio necesario insertar algún comentario recordando lo grandes, incómodos, caros o ridículos que estos eran. Esta segunda versión podríamos definirla como la socialdemócrata, o sea, seguía siendo sátira generacional pero esta vez tenía corazón y Seguridad Social. Me gustó un poco menos. Tal vez porque soy demasiado mayor para permitirme repetir ciertas cosas y aún no soy lo suficientemente viejo como para solo entender lo que se repite.
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