Un equipo como la Real siempre tiene que permanecer alerta. Ojo avizor. De las exhibiciones que ha dado en los dos últimos meses, que han sido varias, al viejo aficionado le maravilló especialmente la de Cádiz. Y no por todos esos datos que registran en sus ordenadores el ejército de ayudantes que tiene el entrenador en el fútbol moderno. No por el porcentaje de posesión, el número de duelos ganados, los esfuerzos a alta intensidad… conceptos que poco dicen al seguidor clásico, al de toda la vida. Al término del partido en el Carranza, ese hombre que lleva media viendo jugar a la Real celebraba la victoria al grito de: “¡Y no les han tirado a puerta!”.
No tiene que ser fácil jugar con ese aura de, por momentos sentirse invencible. Lagarto, lagarto. Es una responsabilidad objetiva tener que responder cada tres días a unas expectativas cada vez más altas, por obra únicamente de los méritos propios. En ocasiones es como si de esta Real ya sólo se esperara que cada partido, en esta rutina infernal de competición continua, fuera aún mejor que el anterior. Ahora marco tres goles de media, ahora no me tiran a puerta. Y ganó.
El aficionado de toda la vida no se termina de acostumbrar a esa impoluta solvencia, a esa majestuosa autoridad que trasmite la Real cada vez que salta al terreno de juego. Aunque lo hizo ayer otra vez, en una primera media hora de partido en la que pudo marcar un primer gol que, como tantas otras tardes, influyera en el devenir del partido. Que lo abriera en canal, favoreciendo el florecimiento de todo el repertorio, de las incontables virtudes txuri urdin. Pero Isak no acertó en el córner botado por Januzaj, el belga no embocó un gran pase atrás del sueco y Monreal no anduvo lo suficientemente vivo en un balón que cedió Elustondo en una jugada de estrategia.
Nunca fue un paseo jugar en Europa para la Real. Las victorias en feudo extranjero, por contadas, forman parte del tesoro más preciado de la historia del club. Eso también lo sabe el seguidor de siempre. El AZ elevó sensiblemente todos sus registros en la hora final de partido. Invitó a que la Real siguiera interpretando su melodía de seducción pero le acabó provocando el mayor dolor de cabeza de los últimos partidos. Directos y rápidos a la hora de atacar, veloces, consiguieron que mandaran las transiciones. Nada de secuencias largas de pase. Un ida y vuelta sin control en el que la Real, incómoda, tuvo que recurrir a conducciones largas, como las de Oyarzabal o Merino, para tratar de asaltar el área de Bizot, mucho menos exigido que en Anoeta.
Esto también es Europa. Como el bocado de realidad que le dio el Nápoles a la Real, el AZ le recordó que jugara lejos de Anoeta en competición europea es sinónimo de sufrimiento. Un larguerazo, un cabezazo fuera a puerta vacía, una parada de Remiro in extremis, un desasosiego permanente. Un punto sufrido para seguir vivos. La batalla continúa.
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