Ese día, en la casa de subastas Christie’s, nadie levantó la paleta, no sonó el repiqueteo del martillo. Y sin embargo, se llevó a cabo una de las pujas más importantes de los últimos años. The First 5000 Days, del artista conocido como Beeple, se vendió el pasado 11 de marzo por 69,3 millones de dólares. “Es el tercer precio más alto jamás alcanzado por un artista vivo”, señala Beatriz Ordovás, directora del departamento de arte de posguerra y contemporáneo de Christie’s España. Pero esta venta marcó un hito no tanto por el precio, sino por ser la primera vez que una gran casa de subastas ofrecía una obra de arte digital, pagada en criptomonedas y subastada en línea. La autenticidad de la obra de Beeple estaba garantizada por un non-fungible token (NFT), un certificado digital único que se asocia a un archivo. En un mundo en el que todo se puede replicar con un simple copiar y pegar, los NFT otorgan singularidad a una imagen, la dotan del valor de lo exclusivo. “Funcionan como una garantía de autenticidad”, explica Ordovás. La obra de Beeple, un enorme collage compuesto por 5.000 ilustraciones, puede tener un valor artístico. Pero es el NFT el que la dota de un valor económico. Hay quienes ven en estos activos una revolución que cambiará para siempre el mundo del arte. Y quienes denuncian el crecimiento de una burbuja económica. Una que, cuando estalle, no dejará más rastro que un montón de humo.
Antes de hacer historia en Christie’s, el valor medio de una obra de Beeple rondaba los 100 dólares. “Los artistas digitales no podían vender su arte como los que trabajaban lo físico. Los NFT han acabado con esta discriminación”, explica Primavera De Filippi, investigadora del Centro Berkman-Klein de Internet y Sociedad de la Universidad de Harvard y del Centro Nacional Francés de Investigación Científica. De Filippi tiene una visión optimista de esta tecnología. Cree que ha puesto en valor el trabajo de artistas como Beeple replicando en el mundo digital las limitaciones del físico: “Los NFT han creado artificialmente una forma de escasez digital y esto revaloriza una obra”. Afirma la experta que esta tecnología ha introducido a nuevos artistas en el mercado del arte. También a nuevos compradores.
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Según el Informe NFT 2020, el valor del mercado de arte digital creció un 299% el año pasado. Y es solo la punta del iceberg: esta tecnología se puede asociar al mercado del lujo, a los videojuegos, a la música… El primer tuit de Jack Dorsey, uno de los creadores de Twitter, se vendió asociado a un NFT por casi tres millones de dólares en marzo. Pocos días después, un meme (Nyan the Cat, un gato con una estela arcoíris) alcanzó los 600.000 dólares. The New York Times analizó entonces el fenómeno con una columna cuyo titular ya lo decía todo: “Este artículo se subastó en 560.000 dólares (y te contamos por qué)”.
La subasta de NFT desborda los elementos puramente tecnológicos. El cantante The Weeknd vendió el pasado abril una colección de música y vídeos, asociados a un NFT, por dos millones. Ozuna, Steve Aoki y otros músicos también se han lanzado a este mercado emergente. El Museo del Ermitage, en San Petersburgo, va a fotografiar sus obras y a tokenizarlas, vendiendo por miles de dólares imágenes que son de dominio público. Prácticamente cualquier activo es susceptible de ser vendido por una cantidad astronómica.
Precios astronómicos… e ilusorios
Los NFT no se compran con dinero de curso legal, sino con criptomonedas. Estas son divisas digitales, descentralizadas y basadas, como los NFT, en la tecnología de cadena de bloques, que garantiza la veracidad de las operaciones por internet. La criptomoneda de uso más común en la compraventa de NFT es el ethereum. Su valor ha escalado más de un 1.700% desde principios de 2020. Muchos creen que este crecimiento no es orgánico. “Está claro que hay especulación”, apunta Andrés Guadamuz, profesor en la Universidad de Sussex experto en propiedad intelectual en el entorno telemático. “A muchos de los que hemos estado observando este mundo nos ha pillado por sorpresa esta moda”. Guadamuz sitúa el punto de inflexión a principios de este año, y señala la venta del NFT de Beeple como el empujón definitivo de una tendencia cuya tracción, no obstante, empieza a dar signos de agotamiento.
La actividad asociada a los NFT ha variado enormemente en todas las métricas rastreables. El número de personas que utilizan los mercados NFT cayó un 80% desde el máximo de 650.000 personas de inicios de año a unas 128.000 la primera semana de agosto. En cuanto al volumen de ventas, el pasado febrero rozaba unos impresionantes 200 millones de dólares. El interés se redujo drásticamente en los meses sucesivos, anotando apenas 25 millones en mayo, según la web Statista. Algunos veían en estas señales la agonía de los NFT. Otros creían que solo probaban su extrema volatilidad. El mercado ha acabado dando la razón a estos últimos, pues en agosto las ventas de NFT marcaron un nuevo récord (206 millones de dólares). Nadie sabe el camino que tomarán en los siguientes meses. “El ethereum es una criptodivisa muy inestable”, señala Guadamuz. “Y por lo tanto, los precios astronómicos de los que hablamos son, en cierta medida, ilusorios”. El valor cambiante de esta criptomoneda y la imposibilidad de su uso cotidiano empuja a los inversores a hacer apuestas arriesgadas, cada vez más desconectadas del mundo real. Es como si jugaran al póquer con dinero del Monopoly. “Esto es muy real”, discrepa la investigadora Primavera De Filippi. “No puedes hacer la compra con ethereum, pero puedes cambiarlo por monedas de curso legal cuando quieras. Es como decir que el oro es un activo ficticio porque no puedes ir a comprar el pan con lingotes de oro”.
La especulación es parte del coleccionismo de arte desde mucho antes de que aparecieran los NFT. Pero la novedad y el desconocimiento de esta tecnología hace que sea aquí mucho más arriesgada. “Operar con instrumentos nuevos y relativamente desconocidos, como los NFT, no es tanto un modo de inversión como una apuesta”, asegura Jo Michell, profesor asociado en la Escuela de Económicas de Bristol. La apuesta es arriesgada, pues los cambios de tendencia, en este mercado, no obedecen a comportamientos relativamente predecibles como la marcha de una empresa o la carrera de un artista. “Gran parte de la acción está impulsada por el comportamiento de persecución de rebaño”, apunta Michell. Y en el rebaño del criptoarte, no todas las reses valen lo mismo. “Las grandes fortunas están dispuestas a gastar abultadas sumas de dinero en símbolos de estatus, como los NFT”, afirma el economista. “Esto lleva a que otros inversores más humildes las imiten, pensando que es una forma fácil de ganar dinero”. Pero no siempre es así.
Psicoanalizando al coleccionista
Hay otro aspecto, más allá del económico, que podría explicar el porqué de la fiebre del criptoarte. La psicología. El apego emocional a ciertos artículos, el estatus social que les atribuimos, afecta a nuestra comprensión de su valor. En ese mecanismo se basa el coleccionismo, desde la filatelia hasta la crisis de los tulipanes, cuando los bulbos de esta flor alcanzaron precios desorbitados en la Holanda del siglo XVII. Entonces se llegaron a cambiar bulbos por mansiones, en el ejemplo más salvaje de cómo el coleccionismo puede generar burbujas económicas.
Matt Stephenson es doctorando en la Universidad de Columbia. Investiga la economía del comportamiento y los NFT desde una perspectiva psicológica. “La gente está entusiasmada con ellos porque tienen ciertas propiedades de los objetos del mundo real a las que estamos acostumbrados”, explica. “Son únicos, se pueden poseer, vender, destruir y rastrear a través del tiempo. Como resultado, si un artista crea arte NFT, tiene las mismas propiedades que un cuadro tradicional”.
El hecho de que la gente pague millones por un NFT pero no por un archivo JPG (otro formato digital con el que se guardan imágenes) dice más sobre nosotros que sobre el mercado del arte, señala Stephenson. “La psicología cognitiva sugiere que los humanos pueden distinguir entre objetos prácticamente idénticos en base a un intrincado conjunto de intereses, creencias e intenciones socialmente aceptados”, afirma. Su valor tiene por tanto un componente social.
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¡Te lo cambio!
A principios de mayo, el Twitter de Kyle Swenson se empezó a llenar de monos. Monos con gafas de sol, monos con camisas hawaianas, monos con gorros de marinero, sonrisas congeladas y muecas hastiadas. Todo era un poco raro, pensó Swenson. Hasta que este vendedor de Florida de 25 años compró su propio avatar de mono y lo entendió todo. Entró así en el Bored Ape Yacht Club (club de yates de simios aburridos), una web en la que se venden avatares asociados a NFT. Se lanzó el pasado 30 de abril, poniendo a la venta 10.000 imágenes de primates. Cada avatar, con una estética de dibujo animado y distintas características que lo hacen único, salió al mercado por un precio de unos 200 dólares. Desaparecieron en un día. La mayoría de usuarios compraron varios para revenderlos o intercambiarlos. Hoy solo se pueden adquirir de segunda mano en la plataforma Open Sea. El más barato sale a unos 45.000 dólares. Es el criptomercado, amigo.
No todos los monos cuestan igual. Hay algunos, los más raros, que alcanzan cifras astronómicas. Otros, más corrientes, se pueden conseguir con más facilidad. En cierto modo son como los cromos. Solo que en este caso, con cada cromo, se mueven miles de dólares.
Swenson tiene dos Bored Apes, dos Bored Ape Kennel, algunos Goatz, unos Pudgy Penguins, Alien Boys… Todos estos son parte de distintas colecciones de NFT. Igual que en el quiosco había cromos de futbolistas y de películas Disney, en internet hay colecciones de NFT de todo tipo. Los Bored Apes han sido los últimos en ponerse de moda. Los primeros, y más exitosos, fueron los CriptoPunks. Una de estas imágenes de ocho bits se vendió en Christie’s el pasado mayo por casi 17 millones de dólares.
Pero, ¿por qué la gente paga estas cantidades desorbitadas por lo que no deja de ser un archivo jpg? “Desde el punto de vista artístico, te diría que son una cochinada”, confiesa el experto en propiedad intelectual Andrés Guadamuz, “pero el valor que tienen los CriptoPunks es que fueron los primeros”. Coincide con él la investigadora Primavera De Filippi, que aun reconociendo su simplicidad, los define como avantgardistas, y destaca su similitud con la obra de un pope del arte contemporáneo. “Es como [Marcel] Duchamp, que fue el primero en crear obras ready-made [objetos cotidianos que se transformaban en arte solo por el contexto]. Por eso sus obras tienen valor, por ser pioneras”.
Mono sigue a mono
La primera regla del Bored Ape Yacht Club es simple: “Mono sigue a mono”. Y Kyle Swenson confirma que se cumple a rajatabla. “Antes de unirme apenas tenía seguidores en Twitter, ahora tengo un par de miles”, confiesa con orgullo. El componente social de estas comunidades NFT es importante, no se trata de conseguir más repercusión en Twitter, sino de obtener estatus y crear ruido en torno al coleccionable para que este se revalorice. Lo que te hace más guay, a veces, te hace más rico.
No hay yates ni monos, pero el Bored Ape Yacht Club realmente funciona como un club social. “Cuando compras un primate te unes a una comunidad”, asegura Swenson, que ha creado Bored Ape Gazette, un periódico para reseñar las noticias más relevantes de esta comunidad.Matt Stephenson confirma que hay un gran componente de psicología social en el auge de estos coleccionables. “Definitivamente hay una sensación divertida, incluso infantil, en coleccionar NFT”, asegura. “Y mostrárselos a tus amigos, coleccionar los raros… es definitivamente una parte del atractivo”.
Este experto cree que el éxito de los coleccionables NFT depende de la economía de la atención. Y nadie la representa mejor en el entorno on line que las redes sociales. La foto de perfil de Stephenson en Twitter es la de un mono con gesto divertido. Es fácil reconocer en él a uno de los 10.000 avatares del Bored Ape Yacht Club. Fue un regalo, reconoce. “Por eso tiene un gorro de cumpleaños”. Stephenson, como muchos otros, se ha unido a la fiesta. Y esta, de momento, parece lejos de acabar.
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