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Evan Corcoran, el abogado de Donald Trump que puede ser clave en la batalla legal contra el expresidente

EL PAÍS

El momento clave en la investigación sobre el caso sobre los papeles clasificados en poder de Donald Trump llegó en marzo pasado, un año después de que se abriera la pesquisa: una jueza de Washington ordenaba testimoniar a uno de los asesores legales del expresidente, Evan Corcoran. Lo que el letrado contó resultó oro puro para el equipo encabezado por el fiscal especial Jack Smith.

Tres meses después, sus revelaciones se encuentran entre las pruebas más dañinas en el documento de imputación contra el magnate inmobiliario. El abogado, convertido ahora en testigo, promete ser una pieza clave en la causa contra su defendido por 37 cargos de obstrucción a la justicia, falso testimonio y violaciones de la ley de espionaje, entre otros.

El testimonio de Corcoran llega de manera poco usual. El sistema legal estadounidense considera sacrosanta la relación confidencial entre un abogado y su cliente. Pero hay una excepción que se aplica con cuentagotas: si se considera que esa confidencialidad puede propiciar que se perpetre o se oculte un delito. La jueza Beryl Howell, del circuito de Washington, concedió en marzo esa excepción, tras determinar que el Ministerio de Justicia había probado que el abogado cumplía los requisitos, pese a que el equipo legal de Trump presentó todo tipo de recursos hasta el último momento para evitarlo.

A diferencia del asistente personal de Trump, Walt Nauta, que sí se encuentra encausado, Corcoran no está acusado en el caso. Nauta, según el pliego de cargos, colaboró con Trump para ocultar las cajas con los documentos secretos. En cambio, el expresidente y su ayudante trataron de evitar que el abogado, que a día de hoy continúa en el equipo legal del actual aspirante republicano a la Casa Blanca, supiera que no se había devuelto todo el material retenido ilegalmente en Mar-a-Lago, el club y residencia privada de Trump en Florida.

En 2022, Trump, célebre por consumir abogados casi a la misma velocidad que tartas de chocolate, buscaba un asesor para abordar los problemas que le estaban generando las reclamaciones de los Archivos Nacionales desde 2021 para que devolviera documentación clasificada que se había llevado de la Casa Blanca al cesar como presidente de EE UU, el 20 de enero de ese año. Se trata de más de un centenar de cajas que almacenaría primero en un salón de baile, o incluso en una ducha, y que acabarían en su oficina y un trastero de Mar-a-Lago. En enero de 2022, el expresidente había devuelto 15 cajas, que contenían 197 documentos clasificados, pero aún guardaba casi un centenar más. Uno de sus asesores legales favoritos, Boris Epshteyn —él mismo estuvo en libertad condicional por una pelea de bar— le recomendó a Corcoran. Trump lo contrató sin buscar más.

Una familia de raíces republicanas

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Matthew Evan Corcoran, de 58 años y un hombre descrito por quienes le conocen como “inalterable”, procede de una familia de profundas raíces republicanas. Su padre, Thomas Corcoran, fue durante cuatro mandatos congresista de ese partido por Illinois. Él, tras iniciar su carrera en la judicatura —llegó a ser fiscal adjunto en Washington en los años noventa— se pasó al sector privado con el cambio de siglo. Su debut como asesor legal en el mundo Trump tuvo lugar en 2021, cuando defendió al que durante años fue el asesor político de referencia del magnate inmobiliario, Steve Bannon, contra cargos de desacato a la Cámara de Representantes. En aquel juicio, el ideólogo de extrema derecha perdió el caso y fue declarado culpable.

Llegado al centro del universo Trump en Mar-a-Lago, el abogado tomó minuciosas notas, que volcó como mensajes de voz en su móvil, una medida habitual en el mundo legal estadounidense, tanto como herramienta de trabajo como de protección de un profesional en caso de tener que explicar qué fue exactamente lo que abordó con su cliente.

Esas notas de Corcoran se han convertido en una mina para el equipo de Smith. El documento de imputación basa una y otra vez sus denuncias en las declaraciones de este letrado, identificado como “Abogado 1″ en el texto.

El 11 de mayo de 2022 estalló la bomba en Mar-a-Lago: un gran jurado emitió una orden para que el expresidente entregara todos los documentos clasificados de su mandato que mantuviese en su poder tras dejar la Casa Blanca. El 23 de ese mes, el actual aspirante presidencial se reunió con Corcoran y otro de sus abogados para tratar sobre la orden.

Trump asegura que en este caso de los documentos clasificados es “un libro abierto”. Pero, según el “Abogado 1″, el expresidente declaró en aquella reunión: “No quiero que nadie mire, no quiero que nadie hurgue en mis cajas, de verdad que no, no quiero que (usted) hurgue en mis cajas”. También preguntó: “¿Qué pasa si no contestamos o si no les seguimos el juego?”, “¿no sería mejor si les dijéramos que aquí no hay nada?” y “¿mira, no es mejor si no hay documentos?”

En esa misma conversación, el expresidente se mostró sumamente elogioso narrando “más de una vez” una versión suya según la cual un abogado de Hillary Clinton, su rival demócrata en las elecciones de 2016, se encargó de eliminar 30.000 correos electrónicos de la cuenta de la ex secretaria de Estado. “Estuvo muy bien. Ella no se vio en ningún problema porque fue él quien dijo que había borrado esos correos”, contaba Trump, según revelaba Corcoran.

El testimonio del abogado indica que, como resultado de aquella conversación, acordó ir a la mansión de Trump en Florida a examinar las cajas el 2 de junio, para localizar documentos clasificados y devolverlos. Pero antes de que llegara, Nauta hizo trasladar 64 cajas a otra parte de la residencia, por orden de Trump. Nadie notificó de la existencia de ese material adicional al letrado.

Corcoran pudo examinar una treintena de cajas y encontrar 38 documentos clasificados, que colocó en una carpeta. Al acabar, Trump le preguntó si había encontrado algo muy serio. Mientras decidía con el expresidente cómo hacer llegar esa carpeta a los Archivos Nacionales, su defendido le hizo un gesto de agarrar algo con la punta de los dedos. “Hizo un movimiento raro, como para (significar) bueno, llévatela a tu habitación de hotel y si hay algo de verdad perjudicial, ya sabes, quítalo. Ese es el movimiento que hizo. No lo dijo”, declara.

Al día siguiente, otra letrada del equipo, tras consultar con Corcoran, corroboraba que no quedaban más documentos clasificados en poder de Donald Trump. Dos meses más tarde, en agosto, agentes del FBI avalados por una orden judicial de registro entraban en Mar-a-Lago. En las decenas de cajas que se llevaron había 102 documentos clasificados y muchos secretos nacionales: desde información sobre el armamento nuclear de EE UU a planes militares.

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