Fabulosas historias del coronavirus

Visitantes del Real Jardín Botánico de Madrid tras su reapertura el pasado martes.
Visitantes del Real Jardín Botánico de Madrid tras su reapertura el pasado martes.Eduardo Parra / Europa Press

La verdad es hija del Tiempo, nos vino a decir Pierre Hadot en El velo de Isis (Alpha Decay); un ensayo donde nos explica que la verdad no es más que la corrección de un error, aunque existan personas tan incorregibles que niegan la verdad con recursos creativos.

Hay que recordar que en el ámbito científico, el concepto de “verdad” es una propiedad del conocimiento que viene a relacionar lo simple con lo complejo, estableciendo con ello el rigor científico. Si traemos el concepto hasta nuestros días, y en lo que atañe al coronavirus, la verdad del origen de la pandemia ha ido colisionando contra la realidad, es decir, que todavía es pronto para publicar con propiedad y exactitud el principio del virus.

Con todo y con eso, desde que Francis Bacon (1561-1626) puso en marcha el empirismo científico, la naturaleza ha ido perdiendo su categoría cualitativa en beneficio de lo económicamente cuantificable. Desde que la modernidad empezó a valerse de las “torturas de la experimentación” para descubrir lo oculto de la naturaleza, el planeta ha venido sufriendo el mito del progreso cuantitativo. Pierre Hadot nos aproxima históricamente al tiempo antiguo en el que las sociedades iban más lentas, cuando la naturaleza no era violentada, tan solo observada. Pero el proceso histórico trajo consigo una ciencia incipiente y torturadora, según Hadot; una ciencia que violaba la naturaleza y en la que Francis Bacon tuvo una influencia indiscutible.

De esta manera, Hadot expone en su trabajo las dos tendencias históricas que mantendrá el ser humano en su relación con la naturaleza. La tendencia “prometeica”, de la que formaría parte Francis Bacon, y la tendencia “órfica”, de la que formaría parte Goethe, el poeta que experimentaba con la naturaleza contemplándola.

Somos la única especie capaz de destruir las posibilidades de vida del entorno en que vivimos

Si tomamos el camino señalado por Orfeo, nos encontramos que este virus no solo nos acosa sino que también nos habla de lo más fundamental; la necesidad de plantearnos nuestra vergonzosa diferencia con los demás seres vivos. Porque somos la única especie capaz de destruir las posibilidades de vida del entorno en que vivimos.

Llegados aquí, por el camino de Orfeo que expone Pierre Hadot, podemos afirmar que este virus es una reacción de la propia naturaleza, una señal de destrucción; un aviso. La vida del ser humano sobre la Tierra puede ser fatalmente extinguida en breve. Lo estamos viviendo. El virus forma parte de un ecosistema que el ser humano ha ido degradando en busca de recursos que la economía lineal convierte en residuos nocivos. La naturaleza está pagando el precio de un sistema económico dominante donde los recursos escasean y donde los residuos se amontonan.

De esta manera tan drástica, el equilibrio natural termina por romperse y el desequilibrio trae el contagio de nuevas enfermedades, dolencias virulentas para las que nuestro sistema inmune no está preparado. A la naturaleza le gusta ocultarse, dejó dicho Heráclito hace más de 2.500 años, cuando todavía la naturaleza era pregunta y el racionalismo no había llegado para interrogarla siguiendo un método que, más que científico, resultó ser método judicial. Así lo vio Pierre Hadot, tal y como dejó escrito en un trabajo que hoy cobra vigencia. Una lectura que arranca en la antigua Grecia presocrática y que desmenuza las dos tendencias que, a lo largo de la Historia, han venido a relacionar al ser humano con su entorno.

Estamos viviendo un ritual de paso hacia una nueva edad del mundo. Esa es la verdad que nos propone el tiempo presente. Por ello, ya es hora de que contemplemos la naturaleza como bien común y -parafraseando a Pierre Hadot- hagamos de la tendencia órfica nuestra única bandera.

El hacha de piedra es una sección donde Montero Glez, con voluntad de prosa, ejerce su asedio particular a la realidad científica para manifestar que ciencia y arte son formas complementarias de conocimiento.

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