La pandemia actual por coronavirus ha vuelto a airear la cuestión de hasta qué punto las desigualdades sociales influyen en nuestra salud. La preocupación no es nueva. A mediados del siglo XX la Organización Mundial de la Salud (OMS) establecía en su Constitución que toda persona tiene derecho a gozar del grado máximo de salud sin distinción de raza, religión, ideología política o condición económica o social. Luego, la realidad. Diferentes investigaciones a lo largo de las últimas décadas han abordado la importancia de proteger la salud desde la infancia para poder disfrutar de una buena calidad de vida, y cuáles son los factores que influyen en un nivel óptimo de salud. Aquí, entre otros, se sitúan las condiciones ambientales, sociales y culturales como determinantes sociales de la salud; determinantes que se distribuyen de manera desigual en la población: a peor posición sociocultural, peor salud. Y aunque este impacto negativo en la salud afecta a todas las edades, cobra especial relevancia cuando hablamos de la infancia, porque las consecuencias no solo se manifiestan en la niñez, sino que determinarán la salud durante la etapa adulta. ¿Cómo ha impactado la pandemia en estas desigualdades? ¿Qué consecuencias tiene para la infancia?
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Un estudio publicado en marzo por investigadoras españolas en el International Journal of Environmental Research and Public Health ponía de manifiesto las desigualdades sociales en las condiciones de vivienda y en los comportamientos relacionados con la salud entre los niños durante el confinamiento en España. La investigación transversal, basada en datos de una encuesta online que recogía información sobre la población infantil de tres a doce años residente en España, encontró que durante el confinamiento los niños de familias con bajos niveles educativos y dificultades económicas no solo vivían en viviendas con malas condiciones, sino que también estaban expuestos a determinantes de salud negativos como el ruido y el humo del tabaco, hacían menos ejercicio físico, tenían una dieta más insana, pasaban más tiempo frente a las pantallas y tenían menos contacto social. “Los resultados apuntan a la necesidad de incorporar la perspectiva de equidad en la adopción de políticas para evitar el aumento de las desigualdades sociales preexistentes en el contexto de una pandemia”, concluían.
Yolanda González-Rábago, socióloga del grupo de investigación en Determinantes Sociales de la Salud y Cambio Demográfico de la Universidad del País Vasco, que ha participado en el estudio, explica a EL PAÍS que en este contexto de pandemia en el que el espacio de la vivienda y el tiempo en familia está siendo más importante de lo que ya lo era antes, las desigualdades sociales asociadas al lugar en el que los niños y las niñas viven son aún más relevantes para entender el impacto que puede tener sobre su salud. “La infancia es una etapa de desarrollo muy susceptible a los riesgos ambientales y con gran impacto en la adquisición de hábitos de vida saludables a futuro –en relación con la actividad física, la alimentación o el tiempo de exposición a pantallas–. Residir en viviendas en malas condiciones (hacinamiento, humedad y falta de ventilación, luz natural y espacio propio) impacta en la salud física y mental, pero también de forma indirecta en otros aspectos como el rendimiento escolar”. Esto, según la investigadora, también presenta un patrón socioeconómicamente desigual, ya que las niñas y niños de familias de menor nivel socioeconómico tienen menos recursos materiales y de tiempo para dar apoyo en las tareas escolares de sus hijos e hijas.
Sin medidas para la infancia más vulnerable
El problema sigue siendo tan invisible como lo son todas las cuestiones relacionadas con la infancia desde que comenzó la pandemia. Lo recuerda Yolanda González-Rábago, quien considera importante seguir señalando que no se ha tenido en cuenta a los niños y niñas en la gestión de la pandemia, ni al inicio ni después: “Durante el confinamiento domiciliario fueron los únicos que estuvieron seis semanas sin salir de la vivienda. Después han sufrido un gran número de restricciones que han afectado a la movilidad y el desarrollo normal de su vida, como el cierre de parques y espacios de juego infantil al aire libre o la cancelación del deporte escolar u otro tipo de actividades deportivas o de ocio infantil, algunas de las cuales se alargan hasta la actualidad”. Además, insiste González-Rábago en que en el caso de los niños y niñas se ha ignorado que las desigualdades sociales y materiales que se dan desde nuestro nacimiento no pueden paliarse con medidas iguales para todos, porque produce un incremento de la desigualdad preexistente. “Una desigualdad que es si cabe aún más injusta en el caso de los niños y niñas”, apunta.
Esto lo recoge un reciente informe de UNICEF, UNICEF España frente a la crisis originada por el Covid-19. En el documento se alerta de que si no se toman medidas urgentes, la pandemia se traducirá en una crisis mundial de los derechos de la infancia, ya que muchos niños y niñas han quedado desprotegidos y expuestos a la pobreza y a problemas de salud física y mental. La infancia es un periodo crucial para el desarrollo de una vida longeva y saludable. ¿Qué efectos puede tener para niños y niñas a futuro la ausencia de medidas centradas en la atención a las desigualdades? Responde Yolanda González-Rábago que esta etapa se encuentra muy influenciada por factores externos que, además, determinan de forma decisiva las oportunidades de vida de una persona, pues afecta a la adquisición de competencias, la educación y las oportunidades laborales y la consecuente salud durante la etapa adulta. “El impacto en la salud de los niños y las niñas es previsible que tenga reflejo en su salud física, pero también sobre su salud mental, en donde ya se están viendo un aumento de este tipo de problemas de salud”, explica.
El impacto sobre la salud de la infancia se podrá observar en el medio y largo plazo a través del empeoramiento de los determinantes de la salud, esto es, del impacto sobre las conductas relacionadas con la salud, así como a través de la exposición a las condiciones de la vivienda y del entorno, y sobre las relaciones familiares, sociales y afectivas. “Cuando los factores que determinan la salud ya eran desiguales, y se produce un contexto en el que se atienden aún menos las diferencias para hacer frente a los efectos negativos y no se ponen medios que mitiguen el impacto en aquellos grupos socialmente más desfavorecidos, el resultado más previsible es el incremento de desigualdades en la salud y en los determinantes de la salud, no solo presente sino también a futuro”, concluye.
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