Fernando Delgado, en su casa de Faura (Valencia), el pasado lunes.Kike Taberner
Un joven tinerfeño se instaló en Madrid en la recta final del franquismo y muy pronto consolidó su incipiente carrera como periodista y escritor. Fernando Delgado también amplió rápidamente su círculo de amistades con poetas como su vecino, el valenciano Francisco Brines. Cuando le entraba nostalgia del mar, se escapaba en coche a Gandia “por aquella fatídica carretera” de entonces. Ya en la Transición solía visitar a algunos amigos políticos de Valencia. Y años después venció su prevención inicial y se dejó convencer por Luis García Berlanga para presenciar una mascletà desde la casa familiar del cineasta. “Yo no quería, pero fue algo tremendo, emocionante”, recuerda Fernando Delgado, de 74 años, mirando la lluvia que cae en el patio de su casa de la población valenciana de Faura, donde vive con su pareja desde hace casi dos décadas.
La relación del autor de La mirada del otro (premio Planeta 1995) con Valencia no ha hecho más que estrecharse con el tiempo. No solo en su vida real, sino también en la de la ficción. Acaba de publicar el libro Todos al infierno (editorial Planeta), en el que novela la corrupción vivida desde mediados de los años noventa en Vallina, un trasunto de Valencia, sí, pero donde también pasan cosas “que el lector sabe que pasaron en Madrid, como el caso de dos políticos, hombre y mujer, de un partido de izquierdas que le dieron el gobierno a la derecha al faltar a su cita en la Asamblea”.
Se trata de “una novela de ficción con pasajes imaginados e inevitables referencias a la realidad. Dicho de otro modo, en ella todo es imaginario y a la vez muy reconocible”, explica el exdirector de RNE y de A vivir que son dos días de la Cadena SER. La empezó a escribir hace 10 años y la ha ido madurando con el tiempo con un propósito zumbón, entre esperpéntico y berlanguiano, con ingredientes de realismo mágico. No en vano, su titulo es un homenaje a la película Todos a la cárcel, si bien el escritor da una paso más y manda a los políticos corruptos al infierno. Su semblante apacible solo se altera cuando alude a la “putrefacción de la política” y al desastre sin paliativos de la guerra actual en Ucrania.
Otra imagen del escritor en su domicilio. KIKE TABERNER
No es difícil adivinar los equivalentes reales de los personajes de la novela, por la que desfilan el político caracterizado por “un intenso color moreno playero” Eduardo Zamorano, el aún más poderoso jefe de filas Mariano Bayón, la alcaldesa de “voz ronca y varonil” Bárbara Ratú, el político de izquierdas que ya en las primeras páginas quiere asaltar los cielos Pedro Pablo Medem, o el prohombre “que recibió el obsequio de unos cuantos trajes” Borja Plá. Aparece una trama llamada Cintura que remite sin posibilidad de escape a la Gürtel (correa, en alemán), entre otros muchos juegos que el escritor plantea.
El narrador, sin embargo, es leído y refinado, por lo que se permite algunos apuntes literarios y cultistas, además de codicioso y cínico. Es Serafín del Río, apunta Delgado, “un clérigo mundano, joven y apuesto”, que concentra un gran poder gracias a ser el confesor de los mandamases de Vallina, en la que el sexo no es más que otra forma de autoridad y traición. Evoca al Fermín de Pas, el canónigo Magistral de la Catedral de Vetusta de La Regenta, de Leopoldo Alas, Clarín.
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“Llevaba mucho tiempo con esta novela. Cuando fui diputado ya estaba con ella”, comenta el escritor de su etapa como diputado autonómico por el PSPV-PSOE entre 2015 y 2019. Delgado se define como “un cristiano sin iglesia, un socialista de todo la vida pero ahora con partido”. Siempre le ha interesado la política, pero nunca militó hasta hace unos años, cuando le propuso un escaño el actual presidente valenciano, Ximo Puig. “Siempre he estado muy politizado, ya desde mi juventud, en la que tenía espacios políticos y también religiosos”, rememora.
“Qué día más triste, no parece Valencia, con su luz del Mediterráneo, tan diferente de la luminosidad canaria”, comenta Delgado, sentado en una estancia que da al patio de su espaciosa y reformada casa de pueblo, de techos altos y vigas de madera, llena de libros, dibujos y pinturas de amigas como Carmen Calvo. A Faura le separa del mar unos pocos kilómetros de campos de naranjos.
Delgado no cree que vaya a escribir más novelas. “Creo que será la última”, comenta de Todos al infierno. Ha sido poeta antes que novelista. Próximamente presentará un nuevo libro de poemas en la editorial Pre-Textos, Soy sin ser (desde lo vivido a lo pintado), explica. Se levanta e invita al periodista a seguirle hasta un ejemplar de la obra completa de Brines con la siguiente dedicatoria: “A Fernando, siempre tan cercano y tan querido. Pocas veces la amistad cumple tan bien lo que promete. Con el agradecimiento de Paco”. Y dice: “Brines fue un hermano para mí. Aquel tiempo en Madrid con él, con Carlos Bousoño, con Vicente Aleixandre, fue una gloria”.
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