Fernando Marías, la novela científica y los cinco monos


Hace poco más de una semana que murió Fernando Marías y hoy toca recordar aquí su inquietud científica, su atracción no solo hacia la física de partículas y los universos paralelos, sino también a la psicología comparada. Una simpatía que Fernando no disimulaba cada vez que se ponía a inventar una historia. Lo hacía atravesando las puertas de la percepción. Sin darse un respiro, se conducía hasta el otro lado de las cosas para interpretar la realidad en todas sus formas posibles.

Una de las últimas veces que coincidimos estuvimos hablando del raro conocimiento que produce la asimilación de cualquier objeto complejo, y de los personajes de novela de género que están conseguidos a partir de esta premisa. Sin dudarlo, pues Fernando Marías era hombre leído, me habló de Bill Kinderman, el agente de policía que aparece en la novela El Exorcista -escrita por William Peter Blatty- y cuya secuela, titulada Legión, lo convierte en un personaje que bascula entre la razón y la fe, entre el electrón y la liturgia religiosa.

Se trata de una historia inquietante donde la tensión entre el bien y el mal llega a ser un asunto científico. Al principio de la novela, el policía hace referencia a un experimento de la Universidad de Princeton donde un chimpancé tira de la palanca de una máquina expendedora de bananas. Sin embargo, el experimento se complica para el chimpancé cuando colocan a otro chimpancé dentro de una jaula. Cada vez que la palanca se acciona para conseguir una banana, el chimpancé de la jaula sufre una descarga eléctrica. Tras esto, aunque el chimpancé tenga apetito, será incapaz de tirar de la palanca mientras vea que dentro de la jaula hay otro chimpancé.

Fernando Marías, que no se le escapaba una, llevó entonces su conversación hasta el año 1913 cuando Wolfgang Köhler (1887-1967), discípulo del físico Max Planck y del psicólogo Carl Stumpf, fue nombrado director del Centro de Antropoides de Tenerife, un lugar que dependía de la Academia Prusiana de Ciencias. Fue aquí donde Wolfgang Köhler experimentó con chimpancés, llevándolos hasta situaciones que pusiesen a prueba su astucia. Por ejemplo, Köhler colgó un plátano del techo y dispuso cajas y palos para que los chimpancés lo alcanzasen. De esta manera, Köhler demostraba que la solución intuitiva a un problema siempre llega cuando menos se la espera. El chimpancé del experimento, al ver el plátano colgado al techo, se quedó quieto. Tras unos momentos de inmovilidad, entró en acción apilando las cajas, para después subirse a ellas y hacerse con el plátano. Gracias a experimentos como este, Wolfgang Köhler fue reconocido en el campo de la psicología comparada.

Tras contar esto, Fernando Marías siguió hablando y llegó hasta el ejemplo de sobras conocido por todo el mundo, el de los cinco monos. Por recordarlo a grandes trazos, tenemos a cinco monos en una jaula, al centro de la misma hay una escalera y del techo cuelga un manojo de plátanos. Cada vez que un mono sube la escalera para agarrar los plátanos, un chorro de agua fría cae sobre los demás monos.

Con esto, muy pronto los monos relacionan la escalera con el agua, de tal forma que cuando algún mono intenta subir la escalera para llegar a los plátanos, es linchado por los demás monos. Una vez que los cinco monos han aprendido la lección, aparece un nuevo mono en la jaula que, al ver el manojo de plátanos, se dispone a subir por la escalera. El nuevo mono también es linchado antes de que el castigo del agua fría caiga sobre la jaula.

Tras contar el experimento, Fernando Marías extendió su sonrisa para avisarme: “Pero no te lo creas, lo de los cinco monos es mentira, es igual que la historia de la máquina de la que hablaba Bill Kinderman en la novela de William Peter Blatty. Es puro cuento”.

La grandeza de Fernando Marías residía en que era capaz de comprender sin necesidad de intuir, igual a un hombre de ciencia, de la misma manera que era capaz de intuir sin necesidad de comprender, como les pasa a las personas que son artistas.

El hacha de piedra es una sección donde Montero Glez, con voluntad de prosa, ejerce su asedio particular a la realidad científica para manifestar que ciencia y arte son formas complementarias de conocimiento.

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