Las Highlands escocesas son una tierra de leyenda. Patria de mil rebeliones, de eternos tira y afloja entre los clanes del lugar y el monarca de turno. Territorio de cielos largos y montañas anchas, en un paisaje que compensa sobradamente las inacabables curvas que soporta el que decide poner rumbo a las Tierras Altas. Allí, en un pueblecito de 500 habitantes llamado Braemar, se asienta la última joya de Escocia: un hotel que esconde en su interior 14.000 obras de arte, un impresionante híbrido entre el escondite de lujo al que uno va a perderse y el museo en el que se nutren los que quieran empaparse de la cultura local.
El Fife Arms era un antiguo refugio de caza de la familia real británica que data del siglo XIX y cuya residencia de verano, el castillo de Balmoral, se encuentra a unos pocos kilómetros y atrae a turistas por miles. De esos turistas, pocos acaban transitando por Braemar, eligiendo en su lugar Ballater, otro pueblo, más grande y —probablemente— más habituado al ir y venir de los extraños. Braemar es pequeño y acogedor, con una gran chocolatería, media docena de tiendas que abren dos días a la semana en invierno y una tonelada de silencio a la que acompaña el dreich, como llaman aquí al tiempo húmedo y lluvioso. La llegada en 2018 del Fife Arms ha representado un enorme subidón para las aspiraciones de un pueblo que ya estaba bien como estaba, pero que ha abrazado el buen gusto de Manuela e Iwan Wirth, dos galeristas que ahora poseen uno de los mejores alojamientos del Reino Unido.
Un picasso preside uno de los salones; un cuadro de Lucian Freud hace lo propio en otro. Dos chimeneas se encargan de dar al lugar el toque hogareño que tantos buscan cuando dejan su casa, y docenas de cuadros, esculturas e instalaciones decoran un establecimiento que presume de ser el hotel con más obras de arte por metro cuadrado del mundo. Además de los mencionados, acoge un piano con tratamiento vintage de Mark Bradford y Robert Glasper, una impresionante chimenea del siglo XXI tallada a mano y dedicada a Robert Burns (el gran poeta escocés, al que en las Tierras Altas consideran su propio Shakespeare), una colección de fotografías del británico Martin Creed y del legendario Man Ray, obras de Pieter Brueghel el Joven y Archibald Thorburn e incluso dibujos de la propia reina Victoria, que tenía una considerable habilidad plástica.
Y como no solo de clásicos e inmortales puede vivir el hombre, alberga un buen número de obras ad hoc, comisionadas para el hotel, como el precioso trabajo que ha hecho el pintor argentino Guillermo Kuitca para la recepción, el del artista chino Zhang Enli para uno de los salones (el personal cuenta anonadado cómo pintaba tendido en un andamio) o la increíble lámpara de Richard Jackson que preside la entrada: un homenaje al omnipresente ciervo, que aquí se cuela en todas partes.
Senderismo junto a montañas y ríos
Caminos, whisky, castillos, puentes, la pesca del salmón —eso sí, todo lo que se pesca debe volver al agua— y el simple placer del paseo, Braemar se sitúa en el centro del parque nacional de Cairngorms: 1.170 kilómetros cuadrados de montañas, lagos, valles y ríos que en otoño son un auténtico espectáculo y en invierno un lugar en el que cuesta no encontrar un palmo de terreno teñido de blanco. Hogar de tres estaciones de esquí y de algunas de las montañas más altas de Escocia, Cairngorms es un paraíso senderista. Hay rutas de una hora o de tres días, de dificultad inexistente o extrema; senderos que conducen a castillos o que bordean los ríos.
Los visitantes pueden escoger entre el paseo a pie, usar la bici o subirse a un vehículo motorizado. Para quienes no deseen cansarse demasiado, el Riverside Walk, que parte del hotel Invercauld y sigue el curso del río Dee hasta que se une con el Clunie, es una opción ideal. Se puede completar en menos de una hora y media. Lo mismo que el del Morrone, una ruta que deja Braemar por Chapel Brae Road, llega desde allí a la reserva natural de Morrone Birkwood y vuelve al pueblo sin despegarse del Dee. Para los que viajen en familia, el trayecto en bici desde el castillo de Balmoral a Ballater es pura belleza y apto para todos los públicos: 14 kilómetros que pueden hacerse en dos horas (ida y vuelta). Finalmente, los más aventureros pueden aprovechar la versatilidad del territorio y atreverse con los 1.248 metros de ascenso hasta el Ben Macdui, la segunda montaña más alta del Reino Unido. Son 29 kilómetros de caminata con puntos de gran dificultad en los que se recomienda llevar buen equipo y mejor mapa.
De vuelta, y contando que uno pueda necesitar echar mano de un reconstituyente, Braemar dispone de un par de cafés bastante acogedores (el Farquharson’s y The Cairn Grill, los dos con el ambiente de pub que esperaría un foráneo), y el Fife Arms tiene su propio bar: el Flying Stag. Además, los amantes del licor escocés por excelencia tienen en el hotel el Bertie’s, uno de los bares dedicados de forma monográfica al whisky más importantes del mundo. Ensamblado por Dave Broom, considerado uno de los grandes expertos en el tema, acaba de abrir sus puertas con casi 400 referencias, algunas de ellas extremadamente raras. Al frente está una maestra del asunto y una de las mejores narices de los Highlands: Katy Fennema.
Llegar a Braemar lleva dos horas desde Edimburgo o Glasgow a través de paisajes que cambian radicalmente de estación en estación, con la compañía de caballos, vacas, ovejas y —si hay suerte— ciervos. No se llega allí por casualidad y las conexiones en tren y bus son francamente endiabladas. Uno puede alquilar un coche, acostumbrarse a conducir por la izquierda y dejarse llevar por el ritmo pausado de las Tierras Altas. El Fife Arms, ya en la lista de los lugares más atractivos del Reino Unido, basa gran parte de su encanto en su ubicación, muy alejada de los trayectos comerciales al uso. Casi como un secreto que cuesta mucho guardar, pero que ya se ha gritado a los cuatro vientos.
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