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Argentina es un país prolífico en mitos con nombre y apellido: Diego Maradona, Carlos Gardel, Evita Perón o, últimamente, el papa Francisco. Representantes de la cultura popular, el deporte o el sentido político de la vida, sus rostros están pintados en paredes de barrio, banderas de hinchadas de fútbol o tatuadas en el cuerpo de algún fanático. En ese panteón popular tiene un sitio Carlos Alberto García Moreno (Buenos Aires, 1951), Charly García, un músico de rock superviviente de mil batallas que ha puesto melodía a cuatro generaciones de argentinos. Charly no es un músico global, pero en su país no tiene rivales.
“Charly es un genio precoz que se convirtió en una voz de su generación, en una estrella de rock y después en un mito argentino”, resume Fernando García, autor, junto a José Bellas, de 100 veces Charly. Historias esenciales de un genio en llamas. Antes de los 10 años tocaba el piano como un adulto y gracias a su oído absoluto podía trasladar melodías a las teclas sin necesidad de partitura. Su carrera como concertista estaba asegurada, pero en los años sesenta se cruzó con el sonido de los Beatles y decidió cambiar a Mozart y Chopin por el rock. En 1969, creó Sui Géneris junto Nito Mestre, un compañero de escuela, y nunca más se detuvo. Sui Géneris fue el primer grupo de rock argentino que llenó el mítico Luna Park, que por entonces podía alberga a 25.000 personas, y dejó melodías que aún perduran. “Hubo un tiempo que fue hermoso, y fui libre de verdad. Guardaba todos mis sueños, en castillos de cristal. Poco a poco fui creciendo, y mis fábulas de amor se fueron desvaneciendo como pompas de jabón”, dice Charly en Canción para mi muerte, un “himno de fogón” incombustible. El artista la compuso “en 10 minutos” durante la milicia, “una noche que no podía dormir por los nervios”, contó una vez.
En aquellos tiempos, los militares eran gobierno y ser músico de rock no era cosa fácil. Charly escribió en los setenta Ejército loco, donde canta “yo formé parte de un ejército muy loco, tenía 20 años y el pelo muy corto. Si ellos son la patria yo soy extranjero”. Sus problemas con la censura crecieron con el grupo La máquina de hacer pájaros. La policía rodeaba las sedes de los conciertos y amedrentaba al público. “La censura ayuda, tenés que pensar, tenés un enemigo y hay que pensar una metáfora”, dijo Charly. Y allí estuvo el secreto de la supervivencia. Los militares no entendían las letras y la dejaban pasar, sin comprender las críticas feroces que el músico hacia al régimen de turno. “No cuenten lo que viste, el sueño acabó. Ya no hay morsas ni tortugas. Un rio de cabezas aplastadas por el mismo pie juegan cricket bajo la luna”, cantaba en 1982 en la televisión estatal, aún bajo control de la dictadura. La “morsa” era el general golpista Juan Carlos Onganía y la “tortuga” el presidente democrático Arturo Illia, derrocado por aquel. Las “cabezas aplastadas por un mismo pie” no necesitaban demasiada traducción, pero la relación con la luna desconcertó a los censores.

El “mito Charly” se disparó con Serú Girán, otro grupo icónico del rock argentino, donde el músico compartió escenario junto con David Lebón, Pedro Aznar y el fallecido Óscar Moro. En 1982, año de la Guerra de Malvinas, Charly se lanzó como solista. Montó entonces un concierto en el estadio Ferro, meca del rock de los ochenta, y ante miles de espectadores destruyó con misiles una ciudad de utilería cantando “No bombardeen Buenos Aires, no nos podemos defender”. En 1983, Charly dedicó unos versos a Los dinosaurios que, al fin, habían vuelto a los cuarteles. “Los amigos del barrio pueden desaparecer. Los cantores de radio pueden desaparecer. Los que están en los diarios pueden desaparecer. La persona que amas puede desaparecer. Los que están en el aire pueden desaparecer en el aire. Los que están en la calle pueden desaparecer en la calle. Pero los dinosaurios van a desaparecer”, canta Charly, en el que se ha convertido en el himno celebratorio del regreso a la democracia.
Los ochenta fueron años duros para Charly. Sus problemas con las drogas eran cada vez más graves. La estrella se volvió intratable para su entorno, llegaba tarde a los conciertos, estallaba de ira, destrozaba guitarras y teclados sobre el escenario o insultaba al público. “Su etapa solista son años bravos”, dice Fernando García, uno de sus biógrafos. En el año 2000, después de un concierto en Mendoza junto a la folclorista Mercedes Sosa, Charly se lanzó hacia una piscina por la ventana de la habitación que ocupaba en el décimo piso de un hotel. Dio en el blanco. “Solo la vi, y me atreví. Hay que ir más allá, además yo no me voy a morir nunca y mi capricho es ley”, les dijo a los periodistas que lo abordaron aún dentro del agua. En 2008, su deterioro llegó al límite y fue “salvado” por el músico Palito Ortega, un viejo amigo que lo alojó en una finca de su propiedad y lo acompañó en su recuperación.
Pese a su fama arrolladora en Argentina, Charly fue siempre una estrella local. Pudo seguir los pasos de Andrés Calamaro o Soda Stereo, pero ni siquiera lo intentó. “Siempre tuvo mucho desprecio con la idea de lo latino. Él se sentía a la par de Bruce Springsteen, de Peter Gabriel, era una estrella de rock, no quería cumplir con lo que Estados Unidos quiere del rock de México para abajo, con ritmo y sabor. Charly no tiene eso. [El músico uruguayo] Jaime Ross difundió a Charly en Holanda y le preguntaban si era italiano, no lo relacionaban con Sudamérica. Le faltaba exotismo y tiene mucho tango”, explica García.
Charly se recuperó y reapareció hace unos años, más gordo y mucho más tranquilo. En 2017 grabó su decimotercer disco de estudio, Random, y cada vez que anuncia concierto las entradas se agotan en unas pocas horas. “Soy zurdo, tengo la mitad de bigote blanco, tengo oído absoluto. Qué más querés. Me tiré de un piso diez. Soy un monstruo y a mucha honra”, dice Charly a los 68 años. El último mito argentino ya no despliega la energía devastadora de su juventud, pero cautiva como siempre.
 
 


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