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Flash Flash: 50 años del restaurante que desafió a la dictadura con diseño, libertad y 47 tipos de tortilla



Cuando uno se acerca a la esquina de las calles Hermosilla con Marqués de Zurgena, en el barrio Salamanca de Madrid, se encuentra un local en estado de semiabandono. La fachada y los contundentes ventanales del que fue el restaurante Rómola parecen detenidos en el tiempo. El umbral de mármol se ha desnivelado y, si uno acierta a mirar por alguna de las rendijas que quedan entre los marcos y la pintura blanca que ahora recubre los cristales, accede a un panorama desolador: las elegantes butacas neomodernistas de piel verde se apilan encima de las mesas, cajas de plástico con botellas vacías se desperdigan por el suelo de mármol y una pátina de polvo cubre todo.
El restaurante Rómola ahora está cerrado, pese a que cuando abrió, a finales de 2017, atrajo a hordas de jóvenes epígonos de la modernidad y llenó páginas de revistas de todo el mundo gracias al diseño del estudio del arquitecto español Andrés Jaque. Aunque tiene el cierre bajado, el pasado 8 de octubre, recibió el Restaurant & Bar Design Awards, el galardón más importante de arquitectura hostelera. El jurado lo calificó como “el restaurante más bonito de Europa”, pero si sus miembros se pasearan ahora por el número 4 de la calle Hermosilla, se les caería el alma a los pies.
El diseño interior de Andrés Jaque (Madrid, 1971), el arquitecto español que ha expuesto en el PS1 MoMA de Nueva York y fue ganador del León de Plata de la Bienal de Arquitectura de Venecia en 2014, rápido captó la atención de archilovers de todo el mundo y de la crítica especializada. La guía Lonely Planet definió este espacio como “el sueño de los instagramers”, un restaurante en el que se podían comer platos saludables de diferentes maneras, en mesas altas, bajas o incluso sentado frente a los fuegos de la cocina, rodeado de incrustaciones de mármol y cromados.

Rómola tenía varias alturas, techos de mármol, una gran lámpara circular que simulaba un gran escenario bajo ella. Lucía Ybarra

En cuanto a los motivos del cierre, proveedores y propietaros se encuentran inmersos en un conflicto empresarial y, en el momento de escribir este artículo, no quisieron hacer ninguna declaración al respecto.
El diseño de interiores por parte del equipo de Jaque, y salirse de lo establecido en la estética, es lo que hace que aún hoy se siga hablando maravillas de Rómola. “Queríamos apartarnos de una corriente que existe ahora, de grandes franquicias que están desarrollando locales hosteleros que priorizan el puro beneficio, generan empleo precario e igualan las culturas de ciudades muy diferentes”, explica el arquitecto. “Trabajamos mucho en Londres y en París, y ves los mismos locales hosteleros que tenemos en Malasaña. Han generalizado el lenguaje de maderas lavadas y envejecidas, paredes despojadas de su revestimiento con los ladrillos a la vista. Es un caso de apropiación cultural, en el que grandes conglomerados empresariales, montan el mismo local en Malasaña que en el aeropuerto de Barajas”.

Una de las señas de Jaque, los recursos vegetales en el techo, se mezclaban con placas de mármol. Lucía Ybarra

Los sofás fueron diseñados por el equipo de Jaque siguiendo una estética ‘neomodernista’. Lucía Ybarra

Para huir de esa homogeneización, el estudio de Jaque decidió diseñar su propio mobiliario, desde cero: “Quisimos trabajar con gente alternativa a este mundo. Y los más alternativos, curiosamente, no eran jóvenes urbanos con tatuajes y anillos. Sino personas de 60 y 70 años que llevaban toda su vida trabajando con el cuero, haciendo panelados de mármol, barnizados con gomalaca en la madera… Eran los que llevaban el mantenimiento de las cafeterías de antes de Madrid, y se habían quedado sin trabajo porque estaban desapareciendo y dejando lugar a las franquicias. Y nuestra sorpresa fue que, además, salía más barato encargar que te hicieran los muebles que comprar otros en Internet. Pero no queríamos que fuera retro, sino contemporáneo. Queríamos renovar el trabajo de todos estos artesanos para ponerlo en valor a través del diseño”.

Antes las ventanas de Rómola estaban abiertas, hoy este esquinazo permance oculto tras unos cristales pintados de blanco. Lucía Ybarra

Pero el hecho de que el futuro del local del Rómola, propiedad de NH, se haya vuelto a encomendar a Jaque, es un motivo para el optimismo. “A mí me encantaría que, aprovechando sus ventanales, se convirtiera en una librería”, dice el arquitecto, al teléfono desde su estudio de Nueva York. “O en un local nocturno, y que todos esos bancos, butacas y muebles empezaran a utilizarse de otra manera. ¿Y por qué no en un gimnasio, o un centro de danza? O un centro de salud, donde poder recibir tratamiento médico rodeado de esa arquitectura acogedora. Por cómo está diseñado, perfectamente se puede adaptar”, fantasea Jaque que, por el momento, sigue en conversaciones con el grupo hotelero para decidir qué uso darle al local. “Tengo buenas sensaciones, porque esta empresa siempre ha sido muy sensible a la arquitectura de los edificios clásicos que adquiere, como este, que diseñó el gran Gutiérrez Soto”.
La historia fallida de lo que queda del Rómola bien podría ser la de la icónica antigua tienda de velas Retti, de Viena: cerró un año después de su apertura, en 1967, justo cuando su arquitecto, Hans Hollein, recibía el prestigioso Reynolds Memorial Award. Los dueños de la joyería que ocupó su lugar respetaron el espacio, y hoy es un foco de atracción turística.
Rómola ha desaparecido, pero posiblemente, su interior perdure. El urbanista italiano Aldo Rossi lo llamaba “la autonomía de la arquitectura”. Jaque opina, en esa línea: “Cuando un arquitecto recibe un encargo, debe pensar en lo que quiere el cliente, pero también en la ciudanía. Porque está creando un espacio público, de encuentro”. Y zanja: “Por eso debería trascender los éxitos o fracasos empresariales”.


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