Demagogos, vinagretas, agonías… Son algunos de los calificativos que regalan los nuevos defensores de la puerta cerrada a quienes nos parece temeraria e interesada la vuelta del negocio privado de la pelotita. Entiendo la preocupación de muchos periodistas deportivos, pendientes de los ingresos publicitarios para sobrevivir a la pandemia, la que sigue matando gente e infectando.
Seguro que son igual de solidarios con quienes carecen del apoyo y la presión de grandes multinacionales para retomar sus actividades más allá de leyes y consejos de expertos. Comparan al fútbol con actividades económicas fundamentales como el turismo, equiparan la relevancia de los futbolistas -antaño millonarios prematuros- con la del personal sanitario y de seguridad que sigue poniendo en riesgo su salud para salvar vidas. No se cortan. No conocen el rubor. Van a lo suyo.
Paso bastante de virólogos a sueldo, de epidemiólogos a comisión, de opiniones anónimas en favor de intereses privados. Prefiero escuchar a los médicos, los fisios y los futbolistas que alzan su voz para denunciar inseguridad porque dudan. Este virus no es comparable ni a los accidentes de tráfico, ni al sida. Puede matarte incluso quedándote en casa si no somos prudentes. Todos. No vale con supuestas mayorías.
Con un cazurro estamos en peligro, aunque lleve corbata. El fútbol es la cosa más importante de las cosas menos importantes. No me excita el fútbol sin gente, ni en Alemania ni en San Mamés. No vale todo por un puñado de euros.
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