La Neta Neta

Flo y el verdadero fin de la comedia

Florentino Fernandez durante la presentación de la programación navideña de RTVE en diciembre 2020, en Madrid.
Florentino Fernandez durante la presentación de la programación navideña de RTVE en diciembre 2020, en Madrid.Juan Naharro Gimenez / Getty Images

En sus memorias, Woody Allen se compadece varias veces de los actores por la maldición que supone tener que agradar y caer bien. Para mantenerse en el candelabro (sic: ay, esos chistes vintage) necesitan seducir constantemente, y eso agota a cualquiera y moldea una personalidad frágil y dependiente de la opinión ajena. Como Woody Allen es un sociópata al que le resbala la opinión ajena, no concibe mayor desdicha que someterse a sus dictados.

A las estrellas del Hollywood clásico les costaba mucho interpretar personajes de moral ambigua o antiheroica, no fuera que el público se enfadase y ellas perdieran ese qué-sé-yo que pagaba sus mansiones. Con el tiempo, tanto ellas como los espectadores le cogieron el gusto a la complejidad y hoy no rigen esos dilemas, pero persisten en los cómicos, que siguen obligados a no romper el equívoco que confunde su personaje y su persona.

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La transformación de Florentino Fernández, de Flo el Adorable al Detestado Flo en pocos meses, es un caso de tesis doctoral. Para muchos, se trata de un problema de caducidad: no hay mercancía más perecedera que el humor, como demuestra mi referencia al candelabro. Pero la clave aquí no es que sus chistes suenen antiguos y groseros para los sensibles oídos de 2021, sino que ha irrumpido a contrapelo en un debate sobre machismo y comedia al que no se le había convocado. Intentó defenderse, lo cual siempre empeora las cosas en la gran lapidadora de Twitter, y rompió el embrujo. Un cómico no puede permitirse caer mal, a no ser que caer mal sea parte de un juego de seducción para caer bien. Cuando Flo opinó, irrumpió una persona que no encajaba con el personaje, y el efecto fue parecido a encender la luz y apagar la música en medio de una fiesta. Ahí está el verdadero fin de la comedia.

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