‘Fondeados’, una ácida parodia sobre las vanidades del universo ‘start-up’ mexicano

Ricardo Polanco y Aldo Escalante, en una escena de 'Fondeados'.
Ricardo Polanco y Aldo Escalante, en una escena de ‘Fondeados’.NETFLIX

El aspirante a emprendedor Polo Ríos murmura en sueños el nombre de Steve Jobs y se despierta cada mañana bajo un póster que dice “No hables, actúa”. Quiere crear una start-up rompedora, medida del éxito milenial. Sin suerte, sus esfuerzos caen en saco roto una y otra vez. Acaba de cumplir 30 años, vive en Ciudad de México con su amigo Blas, también desempleado, y teme volver a “provincia” como un fracasado. En una noche de psicotrópicos y alcohol, a la pareja de amigos se les ocurre montar La Firmadería, una aplicación móvil para apoyar peticiones de justicia social y que les abrirá las puertas a un universo lleno de dinero, anglicismos y pretensiones.

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Así inicia Fondeados, una divertida parodia sobre la nueva economía digital. Recién estrenada en Netflix, donde ya figura entre las tres producciones más vistas en México, es el primer largometraje de Marcos Bucay, guionista de la serie Club de Cuervos. Los actores Aldo Escalante y Ricardo Polanco se meten en la piel de Polo y Blas, y Natalia Téllez se desempeña como una neurótica y desconfiada fondeadora de proyectos de una plataforma de crowdfunding.

La película caricaturiza los vicios del mundo de las start-ups. Los protagonistas acuden a fiestas donde aquel que no tiene una cuenta verificada en Instagram, una selfie con Bill Gates o un portafolio de proyectos innovadores es un perdedor: “¡Amigos, estas personas no tienen su propia cripto!”. Hay gurús ávidos de nuevas ideas en las que invertir, por muy inútiles o esperpénticas que sean, y emprendedores que no saben qué hacer con la inversión.

Bucay empezó a escribir el guion de la película cuando estaba desempleado en Los Ángeles, a donde se mudó para probar suerte en la industria del cine. Cada semana cambiaba de espacio de coworking y empezó a conocer a gente con ganas de emprender. “No te dejaban trabajar porque querían colaborar contigo para sus marcas y apps”, explica en entrevista telefónica con EL PAÍS. “Siempre me ha gustado encontrar una subcultura para odiar o para hacer una crítica”. Antes de dirigir su mirada hacia los emprendedores, escribió parodias sobre las quinceañeras y los mirreyes.

La figura del emprendedor como héroe moderno sale escaldada en Fondeados. Polo encarga lo duro de la nueva start-up a una banda de programadores, que diseñan una aplicación adictiva que “libera endorfinas muy cabrón”. Incluso hay un nivel secreto donde el usuario puede matar a empresarios que contaminan el medioambiente. Mientras, el protagonista se dedica a “construir alianzas financieras”, impulsar sus redes sociales y página de Wikipedia, y preparar un discurso para la YayTalk, el foro que marcará su consagración. “El emprendedor por necesidad de supervivencia tiene que ser un güey muy llamativo; tiene que venderse a sí mismo como proyecto”, dice Bucay.

Natalia, la fondeadora escéptica, no se quita la sensación de que La Firmadería es un fiasco, como efectivamente termina siendo. En un golpe de arrepentimiento, Blas elimina algunas de las características más adictivas de la app. Sin likes, la start-up pierde interés. “Anestesiarnos con filantropía, con redes sociales solo nos aleja más de la realidad”, reflexiona el protagonista, que tiene que salir huyendo ante la ira de los fans despechados. “¡En las redes sociales los likes son un derecho humano!”, grita una.

Fondeados es la caricatura de un sector que está en pleno apogeo en México, impulsado por la pandemia y el confinamiento. Después de una década de crecimiento sin estridencias, el país latinoamericano ha visto nacer en el último año tres “unicornios”, como se conocen las start-ups valuadas en más de 1.000 millones de dólares. Un momento dorado y de confianza para un sector al que Bucay propina una sacudida de humor. “Así somos; para qué mentir”, le han dicho, divertidos, sus amigos emprendedores después de ver la película.

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