EL PAÍS

Francia, la democracia gripada

No hacía ni 10 minutos que el Gobierno francés había sobrevivido por la mínima a una moción de censura en la Asamblea Nacional. A menos de un kilómetro de ahí, frente a la tumba de Napoleón en el complejo monumental de los Inválidos, la calle ya había dictado sentencia. “Nosotros también queremos imponernos por la fuerza”, coreaban este lunes centenares de ciudadanos, mayoritariamente jóvenes, vigilados a distancia por casi tantos policías.

Eran las siete y media de la tarde, y entre las calles vacías del París más burgués resonaba este cántico, que aludía a la decisión del presidente francés, Emmanuel Macron, de imponer por la vía del decreto la impopular reforma de las pensiones. El cántico resume el momento que vive Francia. Un presidente que se impone por la fuerza, pero es incapaz de persuadir a sus conciudadanos y carece de mayoría suficiente para aprobar sus leyes. Una oposición que se siente fuerte para torpedear la legislatura y quizá la presidencia, pero sin líderes que aparezcan a los ojos del país como una alternativa sólida. Una calle —este actor ineludible de la vida política francesa, como mínimo, desde la Revolución de 1789— en tensión creciente, pero que hasta ahora no ha podido torcer la voluntad de Macron.

La política francesa es hoy un conjunto de impotencias. Nadie tiene la fuerza suficiente para derrotar al otro. Y la moción, tan igualada, resuelve poco.

Por todo el país se organizaron manifestaciones espontáneas tras conocerse el resultado. Hubo altercados, choques con la policía, incendios. A las diez de la noche, ya había más de cien detenidos en la capital.

“La cólera es enorme”, decía horas antes en los pasillos de palacio de Borbón, sede de la Asamblea Nacional, Alexis Corbière, diputado de La Francia Insumisa, el partido anticapitalista y euroescéptico de Jean-Luc Mélenchon. “Hay que seguir luchando”.

Francia, París, el palacio de Borbón se han convertido en un ring político y social. La batalla —pacífica hasta que la semana pasada Macron activó el artículo 49.3 de la Constitución para adoptar la reforma sin el voto de la Asamblea Nacional— se desarrolla en escenarios paralelos y geográficamente cercanos. El Parlamento, las plazas de la Concordia, donde en 1793 los franceses decapitaron a Luis XVI, o la plaza de Vauban, a cuatro pasos de los restos de Napoleón.

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A veces los escenarios se confunden. La izquierda insumisa volvió a sacar pancartas este lunes en el hemiciclo. Mélenchon lleva días animando a continuar con las manifestaciones espontáneas.

Divorcio con la mayoría

Hay un divorcio entre Macron y los franceses. En las manifestaciones se han quemado figuras con su imagen. El fracaso de la moción, por un margen de nueve votos, significa que a partir de ahora cualquier ley será susceptible de nuevas mociones. Quizá alguna tenga éxito.

El historiador Jean Garrigues ha escrito en el diario Le Monde: “Estas manifestaciones de odio hacia el jefe del Estado, asimilado a un monarca del Antiguo Régimen, son síntomas de la desconexión radical de una buena parte de los ciudadanos con las élites políticas, de la cuales el jefe del Estado es el arquetipo”.

“La democracia francesa está en una crisis profunda, profunda”, reflexionaba, antes de votar en la Asamblea, el secretario nacional del Partido Comunista, Fabien Roussel. “Esto es extremadamente peligroso. Apremiamos al presidente a que entre en razón. Está dañando nuestra República, nuestro país y puede provocar una crisis grave, cuyo desenlace nadie conoce”. Laure Lavalette, del Reagrupamiento Nacional de Marine Le Pen, declaró en el hemiciclo: “Más que nunca, estoy convencida de que somos la verdadera alternativa”. Dirigiéndose a la bancada presidencial, añadió: “Estoy convencida de que, después de ustedes, venimos nosotros”.

En la plaza Vauban, ante los Inválidos, un joven trajeado protesta. Empiezan a verse corbatas en las manifestaciones. Se llama Axel, tiene 23 años, es jurista especializado en derecho laboral. Cuenta que no está aquí para protestar contra la reforma en sí, sino contra la manera que ha usado Macron para imponerla.

“No es digno de nuestro país”, dice. “Yo no soy un habitual de las manifestaciones, es la segunda en mi vida, pero como ciudadano francés he considerado que debía estar aquí”.

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