Pintada de ¨no fronteras¨ sobre un cartel situado en el paso fronterizo del Coll de Banyuls, en la provincia de Girona.©Toni Ferragut
Un cartel lo deja claro a quienes circulan por esta carretera de la Cerdanya, el valle pirenaico partido desde el siglo XVII entre España y Francia. “Carretera cortada”, se lee llegando desde el lado francés. Unos metros más allá, varios bloques de hormigón impiden continuar. Hay que dar media vuelta.
La carretera entre el municipio de Palau, en Francia, y Puigcerdà, en España, es una de las nueve que oficialmente siguen cerradas un año después de que el Gobierno francés, por su cuenta, clausurase una veintena de pasos de los 37 que hay entre ambos países. Con los meses se han reabierto algunos, el más reciente, el Portillon, en el Valle de Arán, y por algunos como Izpegi es posible transitar aunque en las listas de las autoridades figure como cerrado. París, en todo caso, no tiene intención de abrirlos todos en un plazo inmediato.
La frontera de los Pirineos ha resucitado. En 2020 Madrid y París impusieron restricciones contra la pandemia. A partir de 2021 los bloqueos, esta vez decididos por Francia, se explicaron por otros motivos: se trataba de combatir el terrorismo y la inmigración irregular.
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Durante un viaje reciente desde Banyuls, uno de los últimos pueblos costeros antes de Catalunya, hasta Hendaya, la ciudad vascofrancesa separada de Irun por el río Bidasoa, EL PAÍS se encontró con varios bloques que en las carreteras obligaban al automovilista a dar media vuelta. Cerca de un recóndito puerto de montaña entre las poblaciones de Las Illas y La Vajol topamos con una patrulla de soldados en furgonetas Renault: en teoría buscaban terroristas. Comprobamos que los cortes suponen un engorro para muchos vecinos que desde hacía años se movían de un lado a otro sin darse cuenta de que ahí un día hubo una frontera.
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“Somos vecinos, estamos acostumbrados a pasar, somos el mismo país”, explica con una mezcla de francés, catalán y castellano Jacques Deit, un mecánico jubilado de 66 años que vive en Las Illas, el último pueblo de Francia antes de la frontera entre el departamento de los Pirineos Orientales y la provincia de Girona. “Cada día paso por aquí”, añade Deit al volante de su coche, y señala un camino de tierra que permite esquivar los bloques que sellan la precaria carretera, también sin asfaltar, entre Francia y España.
En el último año París ha reabierto una decena de puertos que clausuró en enero de 2021
Unos metros más allá, en este remoto rincón de los Pirineos, esperan los soldados franceses. Es habitual, desde los atentados islamistas de 2015, verlos patrullando por París u otras ciudades; en un paisaje bucólico y solitario como este se hace extraño, como si estuviesen desubicados.
“¿Usted es el periodista?”, pregunta uno. Alguien le habrá contado que merodeábamos por ahí. A la pregunta sobre si han encontrado terroristas, responde con media sonrisa: “Desde que estamos aquí, no hemos visto”. ¿Y cuánto llevan por aquí? “Unos meses”.
El cierre de los pasos fronterizos no solo molesta en los pueblos de la zona. También incomoda al Gobierno español.
“He solicitado la reapertura de estos pasos fronterizos secundarios”, dijo en octubre el ministro de Exteriores, José Manuel Albares, tras reunirse en París con su homólogo Jean-Yves Le Drian. “Lo que constato es que, aunque con mucha lentitud, algunos se van abriendo”.
Un grupo de ciclistas atraviesa el paso fronterizo cerrado del Coll de Banyuls entre España y Francia, en Girona.©Toni Ferragut
En diciembre, el ministro del Interior, Fernando Grande-Marlaska, dijo en el Congreso en respuesta a una pregunta del diputado de Bildu Jon Iñarritu: “No compartimos necesariamente [las medidas francesas] porque creemos que un de los pilares fundamentales [de la UE] es la libre circulación”.
El cierre de las fronteras se fundamenta en el artículo 25 del código del espacio de libre circulación de Schengen, que dice: “El restablecimiento de controles en las fronteras interiores puede ser necesario excepcionalmente en caso de amenazas graves para el orden público o la seguridad interior”.
El objetivo del cierre, para el Gobierno francés, es concentrar las fuerzas policiales y militares en los principales puntos de paso y despreocuparse del resto. En 2021, Francia rechazó en la frontera a 41.529 personas, según el Ministerio francés del Interior, más del doble que en 2020, aunque al ser este el año de la pandemia el número de inmigrantes sin papeles fue inferior.
“Llegan muchas personas, lo que justifica que haya puntos paso cerrados, siempre teniendo en cuenta que no es la única medida en respuesta a este flujo migratorio”, dice por teléfono el prefecto del departamento de los Pirineos Orientales, Étienne Stoskopf. El cierre en pequeños pasos como el puerto de Banyuls o de Las Illas obliga a quienes transportan a inmigrantes en grandes vehículos a tomar las rutas principales más controladas por las autoridades. “Lo que es verdad”, precisa Stoskopf, “es que el cierre de los puntos de paso no evita el paso a pie, nunca se pretendió hacerlo”.
Bernard Gros, alcalde de Enveitg, otro pueblo de la Cerdanya francesa que ha visto cortado su acceso a Puigcerdà, comenta: “Los migrantes pueden pasar por cualquier lugar, no vienen en coche, esto es un queso gruyère”.
Cartel al inicio de la carretera del paso fronterizo de Coll de Banyuls.
©Toni Ferragut
El Gobierno francés da a entender que, si se ha visto obligado a cerrar parcialmente la frontera con España, es porque la frontera exterior del espacio Schengen en España, Italia o Grecia –los llamados países de primera entrada a la UE– no está bien protegida. Esto justifica, según este argumento, que se controlen las fronteras interiores en el espacio Schengen teóricamente sin barreras internas.
El secretario de Estado francés para Europa, Clément Beaune, declaró hace unos días a EL PAÍS: “El mundo ideal sería un mundo en el que las fronteras exteriores de Schengen estarían mejor protegidas y en el que las reglas migratorias y de registro [de los inmigrantes] se aplicarían mejor, de forma que no sería necesarios los controles en las fronteras interiores. Mientras tanto, vivimos con ello”.
Y es así como, del Mediterráneo al Cantábrico, por frenar una pandemia, buscar terroristas o contener la inmigración, en los últimos años la frontera ha regresado. No solo aquí. Sucedió de modo pasajero durante el primer confinamiento de la primavera de 2020 cuando Alemania cerró carreteras fronterizas con Francia, en el núcleo de la Europa unida. O de forma perenne en ciudades francesas como Calais, en el canal de la Mancha, nueva frontera externa de la UE tras la salida de Reino Unido hace un año.
El trayecto por los 425 kilómetros de la frontera pirenaica empezó en el paso de Banyuls, en lo alto de una carretera estrecha por montes castigados por la tramontana. Sobre el asfalto, a unos metros de los montones de tierra y los bloques que marcaban la divisoria, alguien escribió en el suelo: “No al Tratado de los Pirineos”.
El tratado, que estableció los Pirineos como frontera entre España y Francia, se firmó en 1659 en la otra punta de la cordillera y al final del viaje, en la isla de los Faisanes, a tres kilómetros de la desembocadura del Bidasoa. Esta zona, entre Hendaya e Irun, es un pequeño Calais, un lugar donde se concentran africanos que quieren cruzar a la otra orilla, en este caso a Francia, y no pueden porque los puentes están vallados o hay controles policiales. Algunos, como en el canal de la Mancha, lo intentan igualmente, buscan cualquier vía para pasar. En 2021, tres murieron ahogados en el río.
“El paso por la frontera es extremadamente difícil, hay muchos controles, hay devoluciones, detenciones, y esto empuja a los migrantes que quieren cruzar a tomar todos los riesgos”, dice Lucie Bortayrou, del colectivo de ayuda a los migrantes Diakité en la cercana Bayona. “Desgraciadamente, lo intentan por todos los medios, pero el Bidasoa es muy peligroso”.
Un grupo de migrantes espera en Irún, en la frontera junto al puente internacional de Santiago, la oportunidad de poder pasar a Francia, en marzo pasado.Javier Hernández
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