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Frigiliana, el pueblo de Málaga al que no se le puede pedir más

Cuenta el artista alemán Klaus Hinkel que, tras tomar un café en el bar Jaime y mientras subía la calle Amargura, entendió que Frigiliana, pueblo que visitaba por primera vez, iba a ser su hogar para siempre. Era el año 1995 y llevaba seis meses recorriendo Andalucía buscando su sitio en lugares como Vejer de la Frontera, Marbella, Ronda o Casares. Fue, sin embargo, aquí donde todo cuadró. “Había un pueblo tranquilo y una casa en ruinas a la venta para remodelarla yo mismo”, recuerda el acuarelista que, por aquel entonces, era piloto de avión. Hoy posee un taller abierto en el que los rankings populares aclaman como el pueblo más bello de Málaga. Y aunque la masa turística ha cambiado su fisonomía, el alma de la localidad permanece inalterable entre árboles de aguacates, un urbanismo de influencia árabe, vistas al Mediterráneo y la protección del parque natural de Sierras de Tejeda, Almijara y Alhama.

En el perfil blanco y alargado de Frigiliana hay un edificio que sobresale. Tiene murales en su fachada y un reloj solar. Fue levantado en el siglo XVI y hoy es la sede de la fábrica de miel de caña Nuestra Señora del Carmen, la única en Europa. Es apenas el recuerdo de cuando la provincia andaluza era gran productora de caña de azúcar, con miles de hectáreas sustituidas actualmente por mangos y aguacates que se adentran hasta el propio casco urbano. El ingenio, cerca de la plaza de las Tres Culturas, ejerce de antesala del casco histórico. Sus calles se pueden recorrer hasta en tuk tuk, pero merece la pena hacerlo a pie. Es la manera de no perderse callejones, pasadizos y miradores como el que ofrece el restaurante El Mirador. Es también una forma de ejercitar las piernas: el pueblo está repleto de cuestas, casi siempre con escaleras. Fueron los propios vecinos quienes, en los años sesenta del pasado siglo, apostaron por este formato. Era el más adecuado para las bestias y el primer coche no circuló hasta finales de los setenta.

En El Lagar ofrecen vinos dulces de Málaga a un euro acompañados de un tapeo a base de chacinas y productos locales. En el Barribarto, es decir, el barrio alto, infinitas macetas decoran las fachadas de las casas bajas encaladas y coloridas puertas de madera. A un paso del restaurante El Adarve —con exquisitas berenjenas con miel de caña local y estupendas carnes— se ubica el taller de Klaus Hinkel, cuyas acuarelas recrean rincones del pueblo y retratan a sus vecinos. El artista repasa su vida y su obra en el libro que publicó a finales de 2021: Ideas, arte e inspiración, y aplaude cómo la economía turística permite fijar población y mejorar la calidad de vida de sus vecinos, pero también advierte de que la tranquilidad ha desaparecido de las calles. Él se quedará, pero ya a principios del siglo XXI escritores y artistas que buscaban aquí un escondite creativo abandonaron el lugar como respuesta al turismo. Antes lo habían hecho los padres de Nick Launay, quien después de vivir su infancia en Frigiliana produjo, ya en Londres, la música de artistas como Nick Cave, Lou Reed, Arcade Fire y Talking Heads.

La iglesia de San Antonio de Padua, del siglo XVII, presenta nueva fachada recientemente rehabilitada, y a su lado se esconde la calle Garral, especialmente pintoresca. Un pequeño pasadizo alcanza la fuente de las Tres Culturas (siglo XVII), mismo nombre que el festival que se celebra aquí cada verano para recordar la vieja convivencia de judíos, cristianos y musulmanes. Hay una sorpresa cercana: La Domadora y el León, un local de aires industriales impulsado por Charo Barco y Javier León, quienes aterrizaron en Frigiliana en 2013 también en busca de una vida mejor. Lo han conseguido asentando su cerveza artesanal, La Axarca, pero también promoviendo a otras 300 marcas siempre frescas para consumir en su espacio. “Buscamos que sea un punto de encuentro: además de cervezas hay exposiciones, presentaciones de libros y otras propuestas”, subraya ella. De vuelta por la calle Real, la galería de arte y tienda de antigüedades Almagra, de Ana Ortiz, es una delicia en la que perderse. Y los hoteles Miller’s of Frigiliana y El Torreón 109, uno frente al otro, una estupenda opción para descansar. A las afueras, La Posada Morisca invita a la contemplación (puedes leer aquí la crítica del hotel de Fernando Gallardo).

Disfrutar de los alrededores

Antes, eso sí, es obligada la excursión a El Acebuchal, a menos de 10 kilómetros. Esta minúscula aldea, que ya se mencionaba en las crónicas de las revueltas moriscas de la zona en el siglo XVI, fue desalojada por la Guardia Civil en la posguerra y a finales del pasado siglo la familia García Sánchez se propuso rehabilitarla. Ahora es un mágico rincón donde residen un puñado de vecinos y varias casas rurales ejercen de refugio para el turismo. También hay un restaurante, El Acebuchal, del que Manu Chao disfrutó en 2015. El chef Antonio García explora aquí la gastronomía local añadiendo las influencias de sus viajes por el mundo. Sus favoritas son las recetas de esencia árabe. “Son nuestro origen”, explica quien elabora pan a diario y tiene a la montaña como guía.

A su alrededor hay rutas que suben hasta la venta Panaderos por el antiguo camino de arrieros que llegaba hasta Granada. También ascensos al pico de El Cielo, pistas para disfrutar de la bicicleta, caminatas hasta el cerro El Fuerte superando las ruinas del castillo de Lízar, del siglo XI, o senderos que caen a Nerja. La naturaleza completa un pueblo al que difícilmente se le puede pedir más.

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