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“El negro sale para que le maten”, espeta Thimbo con una carcajada, cuando se le pregunta si entre tantas series y películas en las que ha participado últimamente ha tenido solo papeles secundarios. “Ojalá fuera secundario. Siempre salgo y estoy muerto”, alega, con más risas y con agradecimiento, porque tiene trabajo. Aunque no siempre le alcanza con lo que gana, dice, viaja y conoce gente ahora que por fin está asomando un pie en la industria audiovisual española. El senegalés Thimbo Samb fue un mena –palabra con una connotación negativa que surge de una sigla: “menor extranjero no acompañado”–, que llegó a España hace 14 años, en un cayuco que el Atlántico arrastró hasta Tenerife.
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Cuando con 17 años se subió a aquella embarcación inestable, cerca de Dakar, ya era actor, hijo de una actriz y nieto de una abuela cantante de cuyo arte se considera heredero. Enfrente de él, en un restaurante senegalés del madrileño barrio de Lavapiés, la actriz de Guinea Conakri, Aicha Camara, asiente con una sonrisa resignada: “A mí solo me llaman para hacer de prostituta”, agrega. Sin embargo, el entusiasmo les salta por los ojos cuando cuentan que Camara ha escrito el guion de una película que va a protagonizar Samb, y que acaban de lanzar una campaña de micromecenazgo para hacerla realidad.
Abdoulaye ‘Thimbo’ Samb y Aicha Camara son compañeros de oficio, en España, un país en el que se establecieron en circunstancias bastante diferentes: Camara llegó con nueve años (ahora tiene 27), en avión, de la mano de su madre y con los papeles de reagrupación familiar que laboriosamente había juntado su padre, que ya era un refugiado en España desde 1997. Pero sus historias convergen: los dos vienen de África Occidental, ambos viven ahora en Madrid y juntos se embarcan en esta aventura de conseguir financiación para realizar un largometraje.
Se llamará Un sueño y versará sobre el caso de otro emigrante guineano –a la sazón, tío de Camara– llamado Lanfia Keita, que murió hace algo más de una década en la Comunidad Valenciana. El fallecimiento de Keita fue el triste desenlace de una vida migrante de la que hablaron los periódicos, porque él era un abogado treintañero que había ejercido su profesión en Conakri hasta que la quiebra del bufete en el que trabajaba lo obligó a buscarse la vida, primero en su ciudad y, luego, como mantero en España. Luego enfermó de leucemia y tuvo que padecer el vía crucis del ilegal en busca de atención sanitaria.
Era la cuarta vez que lo intentábamos; una vez estuvimos cuatro días de viaje y el barco empezó a hundirse y nos volvimos
Keita había dejado a su mujer y a su hijo de tres años en su país, y había sobrevivido a la temible ruta africana por tierra (Guinea Conakri, Mali, Argelia, Marruecos) e incluso al hambre del mar, que se tragó a buena parte de los compañeros del viaje en patera, “pero aquí el título de abogado no servía para nada”, cuenta su sobrina. Samb, que dará vida a Keita en la pantalla, también fue el superviviente de una travesía por el océano que duró nueve días, como él mismo lo cuenta: “Era la cuarta vez que lo intentábamos; una vez estuvimos cuatro días de viaje y el barco empezó a hundirse y nos volvimos. Íbamos solos, porque los que nos cobran ni se suben al barco. La otra vez no había más comida y nos volvimos; a la cuarta decidimos que era llegar o morir”.
De ahí el valor que Samb da al trabajo de escritura de Camara, quien, a su parecer, ha logrado una “historia potente y necesaria porque hay miles que dejan la vida en este intento”. Ambos quieren explicarles a sus hermanos y hermanas en África que “Europa no es como pensamos” y decirles a sus vecinos de aquí que “hay manteros que eran profesores o abogados en sus países”, en palabras del actor, que ha trabajado en las series Antidisturbios, de Rodrigo Sorogoyen, y Nasdrovia, creada por Sergio Sarria, Luismi Pérez y Miguel Esteban; en Black Beach, una película de Esteban Crespo, así como en Servir y Proteger, una serie de RTVE, y en Fuerza de Paz, un thriller, también de Televisión Española, entre otras.
Los migrantes morimos en los primeros minutos de la película
“Me da risa cuando dicen que los menas cobran… Lo único que recibí gratis en España fue un billete que me compró la Cruz Roja para ir desde Madrid a Valencia, después de estar 20 días en un CIE [Centro de Internamiento de Extranjeros]. Cuando llegamos a Valencia, me negué a ir a un centro de menores, quería trabajar y, entonces, dormí en la calle durante tres meses”, recuerda Samb. Por supuesto, ni a él ni a casi nadie le gusta la palabra con que se designa últimamente a los migrantes menores de edad que han entrado solos a España, pero parece un momento indicado para aventar fantasmas y que un ex menor no acompañado hable en primera persona: “Yo era un mena, y he participado en varias películas y varias series. Ahora estoy en la etapa de creación de una obra con la compañía de Teatro Sin Papeles en la que recrearemos a un Don Quijote con artistas negros, sin paternalismos. Cualquier personaje de ficción de la historia podría haber sido negro”, enfatiza.
Haremos un Don Quijote, con actores negros, sin paternalismos. Cualquier personaje de ficción de la historia podría haber sido negro
“Alguien tiene que empezar a cambiar las cosas. Yo no tenía referentes en este país, tuve que crear los míos propios. Si de aquí a 25 años los migrantes llegan y todavía tienen que preguntar adónde tienen que ir, hemos fallado. ¿Por qué no podemos ser nosotros los referentes? El cambio tiene que comenzar hoy, por nosotros. Nosotros tenemos que crear oportunidades, porque tenemos talento para escribir y para actuar… Igual no seremos los protagonistas de este cambio, pero tenemos que iniciarlo”, reclama Samb. Él es consciente de lo distinta que se ve la diáspora africana desde sociedades como la francesa, que convive con extranjeros integrados y que crean habitualmente porque su contacto con la inmigración tiene bastantes más décadas de antigüedad. Entonces, añade: “Es importante la diversidad, y por eso muchas películas y series que se hacen fuera de España son atractivas; allí no hay solamente personas negras, sino mujeres indias o chinas, por ejemplo”.
En su turno, la actriz y guionista refuerza: “Los papeles que nos dan son de inmigrantes que no saben hablar castellano o vendedores de top manta que mueren en los primeros minutos. Por eso queremos llevar adelante nuestro propio proyecto, que es el de contar nosotras mismas nuestra propia historia. Quiero hablar de la mafia, de los miles de euros que se pagan y de los que quedan en el camino”. A Camara, sin embargo, pronto se le quebrará la voz al recordar a su tío, una pena que se actualiza cuando describe su propio peregrinaje en busca de productoras que la ayuden a contar su historia: “No llegué a presentar el proyecto por los requisitos que ponen. Por eso iniciamos el micromecenazgo”, explica.
Thimbo Samb anima a su directora: él es un youtuber, tiene más de 80.000 seguidores en Instagram y medio millón en TikTok. “Por supuesto que conseguiremos los 100.000 euros que necesitamos para arrancar”, anuncia, sin dar lugar a ninguna cavilación. Aicha Camara está acompañada en esta aventura vital mientras continúa trabajando como óptica y cursando un máster en su especialidad: “Me gustan las ciencias de la salud; en mi país hay mucha gente ciega, cuando simplemente lo que necesita son unas gafas, así que estudié para ser óptica optometrista. Sueño con abrir un día una clínica en Conakri”. Metas no les faltan.
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