Gaia se defiende


Ha vuelto el frío después de unas Navidades tan benignas que en muchos lugares del litoral el invierno parecía verano. No parece el momento de anticipar calores extremos, pero a juzgar por las noticias que nos llegan de las antípodas, el que ahora comienza puede volver a ser un año de temperaturas récord. El aeropuerto de Onslow acaba de registrar la más alta alcanzada en Australia: 50,7 grados. Solo tres veces se han superado los 50 °C en ese continente y la última fue en 1960. Más vale que nos preparemos, porque la sucesión de fenómenos climáticos extremos que vivimos el año pasado llevan camino de convertirse en la nueva normalidad climática.

Hace 15 años, James Lovelock, autor de la teoría Gaia, predijo que las manifestaciones extremas del clima se convertirían en norma. Ya estamos en ese punto. Poco antes de la Cumbre del Clima celebrada en Glasgow a principios de noviembre, Lovelock recordaba que la concentración de inundaciones, huracanes, sequías y tormentas tropicales solo son las quejas de una Tierra herida a la que no damos tregua. Y se mostraba escéptico sobre los resultados de la cumbre.

Los hechos le están dando la razón: en 2021 las emisiones de gases de efecto invernadero han alcanzado un nuevo récord histórico y las temperaturas no han dejado de subir. La pasada década fue la más calurosa desde que en 1880 comenzaron los registros y el informe anual de la NASA y la Administración Oceánica y Atmosférica de EEUU acaba de confirmar ahora que el año 2021 ha sido el sexto más caluroso, después de 2015, 2016, 2017, 2019 y 2020. Y si no los ha superado ha sido gracias a la Niña, un fenómeno que provoca el enfriamiento de las aguas del Pacífico, lo que no impidió que 1.800 millones de personas de 25 países vivieran temperaturas récord. De seguir a este ritmo, en diez años habremos superado, según la NASA, la barrera de 1,5 °C más que en la era preindustrial fijada en los acuerdos de París.

Pero no todo el planeta se calienta al mismo ritmo. El Ártico lo hace el doble de rápido que la media. El 20 de junio de 2020 alcanzó la temperatura más alta de la historia en la ciudad rusa de Verjoyansk, 115 kilómetros al norte de círculo polar: 38 °C. Eso explica la rápida pérdida de superficie helada, a pesar de que modificar el estado del agua no resulta nada fácil: para derretir un gramo de hielo se necesitan 80 calorías.

Las consecuencias del calentamiento son ya la pesadilla de millones de personas cada año. Hasta el punto de que incluso en el país donde más mella ha hecho el negacionismo del cambio climático, los Estados Unidos, empiezan a verle las orejas al lobo. En los últimos años han acumulado experiencias traumáticas suficientes como para que, según un estudio de la Universidad de Yale, ya solo dos de cada diez norteamericanos duda de que exista el cambio climático o lo niega, mientras que seis de cada diez se declaran alarmados o preocupados.

Pero hasta el catastrofismo climático sucumbe a la soberbia del antropocentrismo cuando proclama que podemos destruir el planeta. No, no lo vamos a destruir. Lo que podemos destruir es la biosfera, el hábitat que hace la vida posible y confortable sobre la Tierra. El planeta sobrevivirá. Las manifestaciones extremas del clima solo son su forma de adaptarse. Hacia 1970 Lovelock y Lynn Margulis desarrollaron la famosa teoría Gaia, según la cual la Tierra es un superorganismo que metaboliza y responde a los cambios para sobrevivir. A sus 102 años, el insigne científico insiste: “Gaia se defiende”. Y lo hace de forma errática, porque “la naturaleza es impredecible, su comportamiento no es lineal”. En noviembre advertía en The Guardian: “Incluso la covid-19 bien puede haber sido un intento de la Tierra para protegerse. Gaia se esforzará más la próxima vez con algo aún más desagradable”.

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