Es la garganta profunda de este caso o, más bien, la persona que recabó la información de varias gargantas profundas; la fuente que ha provocado, en el lapso de solo seis semanas, el inicio de la investigación para el impeachment de un presidente por cuarta vez en la historia. La identidad del denunciante anónimo de las maniobras de Donald Trump con Ucrania para lograr para que la justicia de ese país investigase al exvicepresidente demócrata Joe Biden es un secreto guardado bajo llave por el riesgo a su seguridad que la publicidad supondría.
Se trata de un —o una— agente de la CIA que había trabajado previamente en la Casa Blanca, aunque ahora estaba de regreso en la Agencia, y que, por lo que se desprende de su escrito de nueve folios, cuenta con amplia experiencia en política exterior y europea, además de conocimientos sobre el sistema legal ucranio. The New York Times, el medio que publicó estos elementos identificativos el pasado jueves, ha recibido tal tonelada de críticas que su director ha tenido que dar explicaciones.
“Decidimos publicar información limitada sobre el denunciante anónimo —incluyendo el hecho de que trabaja para una agencia no política y que basó su denuncia en un conocimiento muy cercano de la Casa Blanca— porque queríamos proporcionar al lector de la información que les permita juzgar por sí mismos si [ese confidente] es o no creíble”, dijo Dean Baquet, tras recordar los intentos por desacreditarle por parte de Trump.
El director interino de Inteligencia Nacional, Joseph Maguire, recalcó la necesidad de proteger el anonimato del informante este jueves durante su comparecencia en el Congreso, e incluso aseguró desconocer él mismo de quién se trata. El desarrollo de la investigación en el Capitolio, sin embargo, podría desembocar en una petición de comparecencia del agente, lo que, pese a que se celebrase a puerta cerrada, pondría fin a esa confidencialidad. Maguire afronta críticas muy duras por haber trasladado el informe a la Administración y no al Congreso, pero defendió que ese informante “había hecho lo que correcto” y no cuestionó su integridad.
La investigación de la trama rusa se prolongó durante casi dos años y no llevó a ningún tipo de acusación por parte del fiscal especial encargado de las pesquisas, Robert S. Mueller. El caso de Ucrania, sin embargo, ha corrido como la pólvora, lo que redobla la presión sobre un individuo llamado a pasar a los libros de historia, con o sin su nombre real.
El 25 de julio se produjo la explosiva llamada entre Trump y el presidente ucranio, Volodímir Zelenski, con la petición de esas pesquisas sobre Biden, precandidato demócrata para las presidenciales de 2020 y gran rival político. El informante, que no llegó a escuchar de primera mano esa llamada, presentó el escrito el 12 de agosto sobre la base de la información recibida de más de media docena de fuentes. En el diálogo entre los mandatarios es solo uno de los elementos que señala como prueba de colusión con un poder extranjero para interferir en las elecciones.
A esas las atacó el presidente con dureza esta semana, las llegó a acusar, incluso, de espionaje y traición. “Quiero saber la persona que dio al denunciante la información porque es parecido a un espía”, dijo en un encuentro con personal de la misión de EE UU ante Naciones Unidas, en Nueva York, y remató: “Ustedes saben lo que hacíamos en los viejos tiempos, cuando éramos listos, con los espías y la tradición, ¿verdad?”. La maquinaria de los servicios de inteligencia, esa que Trump atacó desde el primer día en que pisó la Casa Blanca, a cuenta de sus primeras pesquisas sobre la trama rusa, es la que le ha llevado al borde del impeachment.
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