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Garra de Jaguar: un viaje al laberinto subterráneo amenazado por el Tren Maya

Cuando se apaga la linterna en la cueva todos se quedan quietos. El silencio es sepulcral. Se siente la humedad, que hace transpirar, aunque afuera no llueve desde hace meses. Estamos cinco kilómetros adentro de la selva tras un recorrido en 4×4 por un camino de tierra, otro trecho en una especie de carrito de golf por una vereda más estrecha y una larga caminata para llegar hasta el sistema de cuevas conocido como Garra de Jaguar. El nombre resuena en la cabeza esos segundos en los que la linterna permanece apagada. Por aquí se asoma el gran felino de América para cazar en los meses de secas, aprovechando que sus presas vienen a beber agua. Cuando vuelve a encender la luz, la cara de Tania Ramírez dibuja una de esas sonrisas que hablan: “¿Ves que valió la pena el viaje?”. La espeleóloga no pierde el ánimo ni cuando llega al lugar que venía buscando: una inmensa apertura en el techo de la cueva por la que está planeado que pasen las vías del Tren Maya. La idea le parece un mal chiste.

“Nos han dicho que van a poner pilotes en la cueva para que pueda sostener el tren”, dice, y no sabe si burlarse del ingenio de la constructora o echarse a llorar. Columnas de hormigón a lo largo de estos laberintos subterráneos que pueblan toda la región. Ella misma descubrió en 2014 un sistema de cuevas cercano cuando un ejidatario le avisó que había encontrado un cenote en su terreno, cerca de Playa del Carmen, en Quintana Roo. Se acercó a verlo y, al entrar, se dio cuenta de que podría haber algo más. Regresó después con su marido, también espeleólogo, con equipo para acampar y línea de vida, esa cuerda que va avisando de que un camino ha sido explorado. Tardaron dos años en cartografiar todo el sistema de cuevas, que ahora visitan cada día grupos limitados a 10 turistas para preservar el lugar. Que un tren de pasajeros y carga vaya a pasar por encima de este frágil terreno parece difícil de creer. El techo de la cueva, de porosa roca caliza, está lleno de agujeros que dejan ver el cielo y por los que se cuelan las raíces de los árboles, buscando el agua que alberga la caverna.

Tania Ramírez guía un grupo de visitantes por la cueva Garra de Jaguar, cerca de Playa del Carmen, en Quintana Roo, el 3 de marzo.Teresa de Miguel

Los pilares de hormigón en la cueva serán símbolos del poder presidencial en México: el megaproyecto insignia de Andrés Manuel López Obrador se construirá aquí sin consulta previa a las comunidades ni estudios de impacto ambiental, escudado por un decreto que designó a las grandes obras del Gobierno como asuntos “de seguridad nacional”. “Para agilizar trámites burocráticos”, dijo entonces el presidente. El tramo que conecta Cancún y Tulum estaba planeado originalmente junto a la carretera que conecta esas dos ciudades. Pero, tras casi un año de trabajos, las autoridades se dieron cuenta de que la faraónica obra – que suponía levantar el tren por encima de Playa del Carmen – costaría demasiado dinero y tiempo en finalizarse. Y el presidente ha dejado claro que quiere ver rodando su proyecto estrella a finales del año que viene. Así que, en enero, el trazo se cambió a la selva, donde no habría tantos intereses afectados por el paso de las vías. O eso pensaron.

El rechazo ciudadano ha ido creciendo desde entonces: el pasado 6 de marzo, decenas de personas se manifestaron en la selva virgen recién cortada por la maquinaria pesada. Junto a un letrero de “No al Tren Maya” se dejaba ver un boquete en el suelo, advirtiendo de lo que hay debajo de este terreno. Desde el Gobierno, el baile de cifras de la tala asociada al tren ha sido tan mareante como una noche de reguetón. Del ‘no se talará ni un solo árbol’ entonado por el presidente a principios de su mandato, a las 800 hectáreas declaradas en la Manifestación de Impacto Ambiental para los tres primeros tramos (de un total de siete), a la ausencia total de números para el nuevo trazo del tramo 5, el que va de Cancún a Tulum. Por no ser, ese tramo no es ni oficial, aunque el avance de la obra ya se ve a ojo de dron. La organización ambientalista MOCE Yax Cuxtal tiene un estimado: en los 120 kilómetros que hay entre esas dos ciudades se talarían al menos 8 millones de árboles. Quizá sea menos. Pero las autoridades no saben.

Sea cual sea el número, la brecha supone una nueva cicatriz en la Selva Maya, el segundo bosque tropical más grande de América después de la Amazonía. Patricia Godínez, de MOCE Yax Cuxtal, lloró cuando visitó las obras. Su organización se dedica a la educación ambiental y los fines de semana reúnen pequeños equipos para sembrar árboles en Playa del Carmen. Cuando han tenido un día “extraordinario” siembran 50. “Y cuando ves que en unas pocas horas pueden cortar 8.000, 16.000, 24.000″. No termina la frase. Godínez sabe que el tren es solo una amenaza más, “quizá la más apremiante”, para esta selva golpeada durante años por un desarrollo imparable. Lo que más le preocupa no es la deforestación de las vías. A los lados se proyectan cuatro carriles de coches y los terrenos colindantes, en su mayoría propiedad de ejidatarios con escasos recursos, verán una oportunidad para abrir nuevos hoteles o restaurantes. Godínez cree que sería mucho mejor invertir en turismo sustentable, como el que lleva a miles de turistas a hacer esnórquel en los cenotes, bucear en las cuevas o pasear por Garra de Jaguar.

Desde el Gobierno, la visión es muy diferente. Fonatur, la autoridad encargada del proyecto, asegura que el Tren Maya resolverá el problema de falta de conectividad e infraestructura del transporte en el sureste del país, que ha llevado a que “no todos los destinos turísticos se han desarrollado plenamente, no se ha aprovechado el potencial y muchas comunidades han quedado en la marginación”. La institución defiende que el proyecto detonará la economía y creará empleo en esa región con medio millón de puestos de trabajo solamente durante la construcción. En un mensaje publicado en sus redes sociales el 6 de marzo, López Obrador aseguró además que toda la tala que provoque la obra se verá compensada por un programa de reforestación de 200.000 hectáreas y la creación de tres parques naturales de 18.000 hectáreas, aunque no ofreció más detalles.

Vista aérea de la deforestación en la selva para construir las vías del tramo 5 del Tren Maya a la altura de Playa del Carmen, el 2 de marzo.Teresa de Miguel

“¡Mira, un búho!”, exclama con una alegría casi infantil Raúl Padilla al ver a la rapaz en un recoveco de la cueva. No viene buscando fauna, pero su ojo entrenado la capta casi sin quererlo. En el recorrido señala también una rana ladradora yucateca, un geco cola de nabo y un murciélago de doble línea. De todos recita además los nombres científicos, como un alumno que ha hecho bien la tarea. Nadie diría que hace este mismo recorrido una vez a la semana, todas las semanas de su vida. El resto de los días guía paseos nocturnos para avistar reptiles y anfibios y hace monitoreo de fauna silvestre con la asociación que fundó, Jaguar Wildlife Center. Su amor por el felino lo demuestra en el pecho: en su camiseta un jaguar ruge; en su collar de cuero cuelga un medallón con la cabeza del animal. Explica que, además del jaguar, hay más de cien especies de mamíferos que dependen de esta selva, que podrían verse afectadas por la fragmentación del territorio que ocasionará el tren.

Es guía y se nota, le gusta contar. “El paisaje kárstico de estas cuevas tiene su origen en los arrecifes coralinos y sedimentos marinos, que se convirtieron en roca caliza cuando la península de Yucatán emergió del mar”. A medida que el agua va permeando el techo de la cueva, la roca se va disolviendo y va “decorándola” con todo tipo de formaciones: del techo cuelgan estalactitas largas como espadas, otras se unen creando grandes sombrillas o cortinas, y del suelo emergen estalagmitas que parecieran esculpidas por Yayoi Kusama. Unos cien kilómetros al sur, a la altura de Tulum, se pueden encontrar esas mismas formaciones, pero sumergidas bajo el agua, en el cenote Nicte Ha. Parece una postal que cuelga en una tienda de souvenirs: el sol del atardecer crea un contraste perfecto entre el agua turquesa, los nenúfares verde pálido y el blanco radiante de la roca caliza.

El buzo se ajusta el tanque de oxígeno a la espalda, enciende una linterna en una mano y una lámpara de 6.000 lúmenes en la otra para poder grabar con la GoPro. Se adentra en la postal soltando el aire de su chaleco, sumergiéndose hacia ese mundo subterráneo, que las turistas europeas que se bañan en la superficie ni se imaginan. La sensación, al principio, es claustrofóbica. Hay zonas en las que la caverna se estrecha tanto que apenas pasa una persona a la vez. La flotabilidad es distinta a la del mar: si te descuidas acabas pegado al techo de la cueva, llena de estalactitas. La claustrofobia se olvida en cada entrada de luz natural de los cenotes, que atraviesa el agua como una cortina de rayos láser. Este lugar forma parte de Sac Actún, el mayor sistema de cuevas inundadas del mundo con más de 300 kilómetros explorados. Por encima también planea pasar el Tren Maya.

El cenote de Nicte Ha, que da acceso al sistema de cuevas sumergidas más grande del mundo, Sac Actún.Teresa de Miguel

El domingo pasado, el presidente López Obrador calificó de “pseudoambientalistas” a quienes se manifestaron en contra del proyecto. Estos están respondiendo con una riada de denuncias ante la Procuraduría de Protección al Ambiente y amparos ante los juzgados por la deforestación ocasionada. Pero no parece que al presidente le importen demasiado las decisiones judiciales: un tribunal federal ha confirmado esta semana la suspensión de las obras de los tres primeros tramos del tren, que van desde Palenque (Chiapas) hasta Izamal (Yucatán), dándole la razón a un grupo de organizaciones indígenas que alegaban que las obras atentaban contra su derecho a un medio ambiente sano. El mandatario ha respondido que las obras continuarán.

Bajo la cueva Garra de Jaguar, Tania Ramírez mira a su alrededor con nostalgia anticipada. No cree que los turistas vayan a seguir visitando este lugar si el tren le pasa por encima. “Las personas vienen a ver nuestra riqueza natural. En sus países tienen trenes, nosotros tenemos cenotes”.

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