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Gervasio Deferr: “Cuando me retiré, solo me quedaron los bares”

Cuando Gervasio Deferr (Premià de Mar, 41 años) era pequeño, el olor del asado de su padre “transformaba el aroma de todo el barrio”. Fue un niño feliz y travieso, que se subía a los árboles y no pasaba un día sin darle un susto a su madre. Un niño sensible que creció en la soledad de un centro de alto rendimiento. Un adolescente y magnífico gimnasta que bebía mucho. Un adulto que, tras colgarse al cuello dos oros y una plata olímpica, se ahogó en alcohol. Encontró su sitio en La Mina, en una sala de un gran gimnasio de un barrio marginal de Barcelona donde se acumulan las colchonetas, donde niños y niñas se disputan el honor en un concurso de verticales rodeados de paralelas, anillas, potros… Y bajo el escrutinio de Gervi, un hombre que ha vuelto a nacer. Que habla sin tapujos. Que ya no se oculta.

Pregunta. Sus padres dejaron Argentina para escapar de la dictadura. De pequeño se sentía fuera de lugar. ¿Cómo lo recuerda?

Respuesta. Lo vivía mal. No entendía por qué si yo había nacido aquí, en Barcelona, y había vivido en Premià toda mi vida, solo por el hecho de que mis padres fueran argentinos, a mí me tuvieran que llamar sudaca. O decirme que me fuera a mi país. No entendía ese rechazo. Pero el amor incondicional hacia mi familia podía mucho más que eso. Yo me siento absolutamente español, aunque ame Argentina.

P. Cuenta en el libro El gran salto (Península, 2022), que acaba de publicar, que se hizo del Madrid impresionado por las piruetas de Hugo Sánchez.

R. En mi casa se veía mucho fútbol. Además, mi padre jugaba. Era el típico que llegaba a un parque, veía a 20 chavales, hacía dos equipos y nos ponía a todos a jugar. A mí no me llamaba la atención lo de marcar goles porque eso lo hacían todos los equipos; lo que me impresionaba eran los saltos de Hugo Sánchez después de marcar. Y pensaba: ‘Yo quiero aprender a hacer eso con mi cuerpo’. Por eso empecé con la gimnasia.

Desde pequeño tuve que perder mi esencia. Era muy sensible y delicado

P. Sus referentes son tipos duros, anárquicos: Jordan, Ali, Rossi, Freddie Mercury. Pero usted se confiesa frágil.

R. Porque desde muy pequeño tuve que perder mi esencia. Era muy sensible y delicado. Si alguien me llamaba tonto se me saltaban las lágrimas. Estaba acostumbrado a besos, abrazos y cariño, que era lo que tenía en mi casa. En casa me sentía protegido; pero cuando salía todo era muy diferente. Porque era muy vergonzoso y tímido. Todo eso fue cambiando con la gimnasia y con los años. Y a fuerza de esconder al Gervi pequeño para conseguir ser el Gervasio Deferr campeón olímpico.

P. El suyo es un relato de la vida de un deportista de éxito que es, también, alcohólico. Sin embargo, se niega a asumir que es un adicto.

R. Cuando entré en el centro [de desintoxicación] la dinámica era la misma para todos. Pero cada caso es diferente. Y cada uno estábamos en momentos muy diferentes de nuestro hundimiento personal. No se puede tratar a todo el mundo igual. En ese centro en el que pasé 10 meses vi a más gente volver tras una recaída que gente salió curada. Allí te decían: ‘Eres un adicto y lo eres de por vida’. Yo no lo veo así. Por eso cuando salí y me decían que no me iba a poder tomar una cerveza nunca más porque me volvería loco otra vez, yo me bebí una cerveza. Solo por ponerme a prueba. Porque soy así, competitivo. Porque no quiero que nadie me diga ‘no puedes con esto’.

P. ¿Cómo fue beberse aquella primera cerveza?

R. No le di mayor importancia. Había estado durante más de 10 años bebiendo. Para tapar, bloquear y anestesiar mi mente. Pero una cerveza social con un amigo, con mi hermano o mi padre, eso de “nos tomamos un quinto y nos vamos”, yo no lo hacía. Yo, si me tomaba una, me tenía que tomar 20. Y, además, desde bien temprano. Pero hubo un día que, después de trabajar, quedé con un amigo y en lugar de pedirme un café me pedí una caña. Sin más. Y de ahí me fui a casa. Cené y continué con mi vida al día siguiente como si nada hubiese pasado. No me volveré loco nunca más por culpa del alcohol. No lo necesito. Ya no quiero parar mi mente.

Me he pasado 20 años inundado en alcohol. Era o entrenar o salir

P. ¿Cuándo se pilló su primera borrachera?

R. Mi primera borrachera fue con unos 18 años. Hasta entonces no había tomado ni una copa. Salía de entrenar, me iba a Granollers, a casa de mi madre, y salía con amigos, a bailar hasta las seis de la mañana. Con mi Coca-Cola. Y a las diez me iba a entrenar tan tranquilo. Pero, de repente, llegó un día tonto, con todos los amigos: “Vamos a tomarnos una”. Pero no fue ni una, ni dos. De repente: “Hostia, me he pasado”. Me tuvieron que venir a buscar mis padres. A mí, el alcohol no me ha sentado bien nunca. Si me tomo dos cervezas, bueno… Como me tome cuatro, soy un gilipollas. Y lo tengo claro. Me he pasado 20 años inundado en alcohol. Cuando entrenaba, salía los fines de semana, salíamos para celebrar las clausuras de las competiciones, salíamos cuando no entrenábamos. Al final era o entrenar o salir. Esa era la dinámica del grupo. Pero cuando me retiré y me quitaron los entrenos, ya solo me quedaron los bares y el ir a tomar. Entré en un ciclo imparable.

P. ¿Qué le arrastraba hasta la barra del bar?

R. Yo hablo mucho conmigo mismo. Y entonces la cabeza me iba a mil. No tenía un objetivo claro. Y me preguntaba: y ahora, ¿qué vas a hacer? ¿Dónde, cómo, con quién? No sabía cómo empezar, dónde apoyarme. De repente, un día a las once de la mañana no sabes qué hacer; igual que te vas a tomar un café, te pides una cerveza. Y no paras de beber hasta la noche. Y, al final, te vuelves loco. Te intoxicas. Estás envenenado y pierdes tu esencia.

El suicidio pasó por mi cabeza en dos momentos distintos de mi vida

P. Perdió una medalla por fumarse un porro. ¿Cuándo se le fue de las manos?

R. Con 20 años cometí un error de juventud por fumarme un porro cuando ni siquiera sabía qué sustancias daban positivo. Reconocí el error desde el primer momento y nunca más volví a dar positivo. Aunque siempre seguí señalado. Ya retirado, consumí otras sustancias, pero todo vino siempre por culpa del alcohol. Porque cuando ya estás en cierto lugar, borrachísimo y no te puedes ni mover, viene alguien y te dice: “Tómate esto, que te vas a espabilar”. Te espabilas un día y dos, y una cosa lleva a la otra. Aunque siempre pude cortar con ese otro tipo de drogas. No tenía dependencia. Con lo que no podía cortar era con el alcohol. Me di cuenta de que no podía tomar bebidas duras, así que tomaba cerveza. Pero bebía litros y litros de cerveza. Al final, tuve que pedir ayuda.

P. Fantaseó con el suicidio.

R. El suicidio pasó por mi cabeza en dos momentos de mi vida. Cuando me pillaron con el positivo en 2002, me rompí los dos hombros y me pasé un año en mi casa con unos dolores terribles, me entraron las dudas, no sabía si volvería a ser el mismo Gervasio de siempre. Y me decía: hago un último salto mortal, me tiro por un barranco y ya. Pero desechaba rápido la idea. He sido un luchador siempre. Así que pienso que puedo fallar, perder, pero nunca rendirme. No podría hacerle algo así a mi familia. En otros momentos, ya retirado, podría haber acabado cadáver y no hubiera sido ni consciente.

P. La vida le dio unas cuantas bofetadas. ¿Ninguna como la muerte de su amigo Andreu Vivó?

R. La vida me ha dado bofetadas, pero como a todo el mundo. Todos tenemos momentos peores y mejores, todos sufrimos grandes pérdidas. Pero es cierto que, tanto la pérdida de mi hermanastro Adri, como después la muerte de Andreu fueron dos momentos que me desmontaron como persona. Cuando pasó lo de Andreu yo ya estaba devastado. Y aquello me terminó de hundir. Además, me acababa de separar de Raquel, que era el amor de mi vida. Andreu falleció con 34. Yo tenía 32 y sentí que no llegaría a los 35. Tampoco hacía nada por llegar. Vivía intoxicado para parar mi mente. Obviamente, no fue la mejor opción. Pero no lo supe hacer mejor. Cuando pedí ayuda ya tenía 37.

Gervasio Deferr supervisa a una alumna en el gimnasio de La Mina.MASSIMILIANO MINOCRI

P. ¿Se ha quitado ya la coraza, esa que se puso cuando llego al CAR de Sant Cugat?

R. Cuando era pequeño y me enfadaba con mi madre, cuando me enrabietaba, ella venía y me rascaba así con el dedito en el pecho. Me decía: “Sácate la coraza, que yo sé que estás ahí dentro”. Tuve que crear esa coraza para poder sentirme un niño fuerte en el gimnasio. Después de muchos años de novatadas, conviviendo con gente mucho más mayor que tú, al final o te haces fuerte o te vas. Yo me tuve que hacer fuerte porque no me iba a ir a ningún lado. Tenía que aguantar hasta ganar una medalla olímpica. Ahora ya me quité la coraza. Ya no quiero ser campeón olímpico, ya lo fui. Ahora mis objetivos son otros. Ya no me tengo que proteger. Soy una persona preparada para la vida. Después de pasar los 10 peores años de mi vida, tienen que llegar ahora los mejores.

P. ¿Contarlo todo, abrirse en canal en un libro, es una especie de terapia?

R. Ha sido una última terapia que me ayuda a saber dónde no quiero volver nunca en mi vida. Para mí, era necesario sacarlo. Primero porque creo que puedo ayudar a muchos otros. He recibido muchos mensajes de apoyo y de cariño. Muchos deportistas pasamos por lo mismo. No necesariamente todos tienen problemas de adicción, pero sí de soledad y de vacío. También quería contarlo para poner un punto y final. Para estar en paz conmigo mismo. Ahora empiezo de cero, con otra energía, con otra ilusión. Soy otra persona. Cada día que va pasando me voy convirtiendo en la persona que soy.

P. El gimnasio de La Mina fue su salvación. ¿Por qué?

R. Yo vengo de una familia con muy pocos recursos, pero el deporte me cambió la vida. Aquí hay familias con pocos recursos, es un barrio marginal, marginado, estigmatizado, pero la gente tiene ganas e ilusión. No había un lugar mejor para cambiar vidas a través del deporte. He encontrado mi sitio porque aquí me siento necesario y querido. Y ha pasado de ser una labor social a ser la salvación de mi vida.

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