Gideon Rachman (Reino Unido, 1963) predijo hace más de ocho años que China se convertiría en una gran potencia capaz de mirar a la cara a EE UU. Y hace cuatro, que los británicos votarían a favor del Brexit, a pesar de que el Gobierno de David Cameron estaba convencido de que no sería así y del escepticismo relajado del resto de Europa. Rachman conoce las corrientes de poder del mundo. Desde 2006, es el columnista jefe de Asuntos Internacionales del diario Financial Times.
Su libro Zero-Sum World (un mundo de suma cero), publicado en 2011, es uno de los análisis más influyentes y leídos sobre el retroceso de la globalización, aquella fascinante idea que comenzó a circular a partir del desplome de la Unión Soviética, según la cual el fin de las barreras comerciales iba a expandir el sistema de libre mercado y la democracia por todo el mundo. La crisis financiera puso punto y final a ese optimismo generalizado y abrió las puertas a las que Rachman ha llamado “la era de la ansiedad”. Hubo otras eras antes. La de “la transformación”, con la llegada de Deng Xiaoping al poder en China. O “la del optimismo”, con la caída de los regímenes comunistas soviéticos y la extensión casi universal del capitalismo privatizador y financiero de Ronald Reagan y Margaret Thatcher.
Rachman recibe a EL PAÍS en un despacho luminoso y desordenado, lleno de libros y papeles, con la sensación de provisionalidad que conviene a un inquilino que nunca está quieto. Que piensa mejor cuando viaja. Que se dispone, horas más tardes, a dejar de nuevo Londres y volar hasta Australia.
PREGUNTA. Hay quienes sugieren que Trump, al margen de su conflictiva personalidad, ha acertado al elegir a la globalización como su enemigo.
RESPUESTA. Aún es pronto para afirmar que la era de la globalización ha terminado, pero estamos en un retroceso. La verdadera cuestión debería ser evaluar la eficacia de las tácticas de Trump, o incluso del Brexit, contra la globalización. Está muy bien decir que debemos imponer aranceles en las mercancías de China o de México, pero no hemos podido medir qué efecto tiene en la economía en su conjunto. Y lo mismo puede decirse de la repatriación a EE UU de las cadenas de montaje y fabricación: en un año sabremos más. De momento, quienes le respaldan sostienen que la economía puede aguantar el impacto y sigue creciendo con fuerza. Piensan que, a largo plazo, será bueno para el país y que la relación con China no favorece a EE UU. También hay escépticos que señalan que compañías como Apple dependen de las relaciones económicas integradas. En eso consiste la economía y las finanzas modernas, y China sigue siendo el principal comprador de deuda estadounidense. Ha surgido la sospecha de que la Administración Trump está desmoronando esta estructura sin llegar a entender del todo las consecuencias.
P. ¿Cómo vaticina que va a terminar esta guerra comercial?
“Hay cierta continuidad entre Obama y Trump, en su actitud con la crisis siria no son tan diferentes”
R. En el corto plazo, puede dar la impresión de que se cierra con un acuerdo comercial. Pero en el largo, el enfrentamiento no va a cesar. Lo chocante es que en EE UU los dos partidos tienden a entender este asunto como una cuestión de proteccionismo. Y otro factor que empuja al litigio es todo lo que tiene que ver con el “complejo industrial militar”, como lo llamó Eisenhower, o lo que Obama llamaba el establishment de Washington: han comprado la idea del enfrentamiento entre grandes potencias. Ven a China como un rival al mismo nivel que EE UU y a quien deben hacer frente.
P. Después de Tiananmen en 1989, el mundo pensó que era inevitable la llegada de la democracia a China. Aquello duró poco.
R. China ha sorprendido a Occidente, al ser mucho más resistente al cambio político de lo que se pensó. El hecho de que coincidieran en el mismo año Tiananmen y la caída del muro de Berlín llevó a Occidente a creer erróneamente que el cambio era inevitable, que caería el Partido Comunista Chino (PCC). Había precedentes en aquel momento como Corea del Sur o Taiwán que se convirtieron en democracias. Suharto cayó en Indonesia en los noventa… los Marcos, en Filipinas en 1986… Si se pensaba en esto como un dominó se podía concluir que en China pasaría lo mismo. Prácticamente nadie previó la resistencia del PCC. No supimos apreciar la habilidad de China para combinar un crecimiento económico muy rápido con un Gobierno de partido único.
P. La secretaria de Estado bajo el mandato de Clinton, Madeleine Albright, se refirió a EE UU como “la nación indispensable”. La solución a cualquier crisis mundial debía pasar por ellos. ¿Sigue siendo así?
R. ¿Quieren seguir siéndolo? Está claro que quieren ser el país más poderoso del mundo, pero ¿quieren gobernar ese mundo? No está claro, y en esa tendencia parece haber cierta continuidad entre Obama y Trump. Solemos pensar que son completamente opuestos, pero si uno se fija, por ejemplo, en su actitud hacia Siria, no son tan diferentes. Obama era profundamente reticente a entrar en esa crisis; Trump apenas ha lanzado algunas bombas, de un modo simbólico. Sin embargo, al mismo tiempo, estamos viendo más firmeza en la afirmación del poder estadounidense, con las sanciones económicas y usando el dólar. De nuevo aquí hay continuidad con Obama, aunque Trump es más agresivo, y utiliza la amenaza arancelaria, algo que no hizo la Administración anterior. Pero la imposición de sanciones, la herramienta del dólar, el uso del sistema internacional de pagos, fueron estrategias pioneras durante la presidencia de Obama, cuando vieron que prácticamente podían bloquear Irán si le aislaban del sistema. Trump hace lo mismo.
P. Rusia parece ser el enigma. ¿Hacia dónde se dirige?
“La UE tiene experiencia en materia de comercio y competitividad. No está en tan mala forma”
R. Putin es un nacionalista sincero que cree que su misión es restablecer la idea de que Rusia es una gran potencia. La anexión de Crimea o la intervención en Siria son parte de esa idea. Viene a decir: “Nos habéis presionado y despreciado, y vamos a demostrar que nos habéis subestimado, que estamos dispuestos a sufrir hasta lograr que os deis cuenta de que nos tenéis que tomar en serio”. En gran parte lo ha conseguido. Occidente no llegó a entender que su ataque a Ucrania y la anexión de Crimea iban en serio, ni tampoco que intervendría en Siria. Está decidido a mantenerse en el poder, y usa el nacionalismo para ese fin. Por eso son cínicos y sinceros al mismo tiempo.
P. ¿Está preparada la UE para el juego de suma cero, en el que si unos ganan, otros tienen que perder?
R. La UE está en una situación curiosa. En cierto sentido, nunca ha tenido más problemas. El Reino Unido abandona el barco, han sufrido la crisis del euro, tienen la sensación de que el mundo está cambiando demasiado deprisa, no tienen ni idea de qué hacer respecto a Trump, China está en ascenso, y la UE es incapaz de dar una respuesta conjunta. Pero, a la vez, si nos toca desenvolvernos en este nuevo mundo dirigido por el poder, y no por un sistema de normas, necesitas estar en un bloque. Para mí, ese es el principal argumento en defensa de la Unión. Afortunadamente, la UE tiene mucha más experiencia en materia de comercio o de competitividad, los terrenos fundamentales en esta nueva batalla. En ese sentido, no está en tan mala forma.
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