El primer recuerdo de Giorgia Meloni (Roma, 45 años) es el fuego. Las llamas de su casa cuando la incendió por accidente jugando a las muñecas con su hermana. Luego está el agua. Demasiada. El mar llegándole al cuello con solo tres años. Su padre, que tiempo más tarde la abandonaría y se marcharía a las islas Canarias, la había dejado en una barca con una canguro que no sabía nadar. Desde entonces, cuenta en su biografía la líder de Hermanos de Italia, no ha parado de ir a cursos de natación e inmersión. “Estoy llena de miedos. Por eso me impongo vencerlos”. Miedo: el suyo y el que genera. Pero también victoria. Ideas que, de algún modo, configurarían años más tarde el modo radical de entender la política de la dirigente ultraderechista, cuyo partido ha ganado las elecciones italianas este domingo, según los sondeos.
Hasta este triunfo, la política romana ha ido construyendo un molde cada vez más sólido e ideológico. Ha tomado importantes decisiones en estos últimos cinco años. En dos ocasiones se abstuvo de entrar en Ejecutivos a los que había sido invitada. Primero al que formó el Movimiento 5 Estrellas (M5S) con La Liga. Fue un caos. Acertó. Luego también evitó entrar en el que conformaron hace año y medio todos los partidos menos ella. Hermanos de Italia es el único que no ha pisado la moqueta del Palacio Chigi. Y en parte por eso, hoy su formación puede hacerse con entre un 22% y un 26% de los votos, unos 20 puntos más que en las elecciones de 2018. Una subida prácticamente idéntica a la caída de La Liga de Matteo Salvini, uno de sus socios de coalición, a los que los sondeos dan un escaso 10%.
La fuerza de ambos líderes funciona como vasos comunicantes. Pero también es un problema interno en el espectro de una derecha extrema que se disputa ya el liderazgo a garrotazos en Italia y en Europa, donde los grupos a los que pertenecen ―Salvini es parte de Identidad y Democracia, en el que también están Marine Le Pen, Geert Wilders o el Partido de la Libertad Austriaco; Meloni preside el grupo del Partido de Conservadores y Reformistas Europeos, donde comparte espacio con Vox o con el PiS de Polonia― son muy distintos. Meloni y Salvini comparten su gusto por el extremismo, por la política antiinmigración o por los lemas de ley y orden. Pero su origen es radicalmente distinto. La Liga es un partido federalista de raíces norteñas y Hermanos de Italia es un artefacto romano más bien recentralizador. Ambos dirigentes no se tragan hoy y han usado estrategias distintas para llegar hasta aquí. Meloni manda ahora. Pero a su partido, sin excesiva clase dirigente y con un pasado de reminiscencias posfascistas, le faltaba algo para combatir el miedo que generaba en los centros de poder italianos.
La líder de Hermanos de Italia quiso mostrar el pasado 1 de mayo el nuevo aspecto de su artefacto. Esa tarde, en el Día de los Trabajadores en todo el mundo, celebró el congreso programático de la formación en Milán mientras los sindicatos honraban el derecho al empleo en la calle. Un intento de acercarse a la gran industria, al poder financiero del norte y al mismo tiempo un aviso a navegantes: la capital lombarda, motor económico de Italia, es la ciudad natal y el cuartel general de sus dos socios en la coalición de derechas: Matteo Salvini (La Liga) y Silvio Berlusconi (Forza Italia).
La formación de Meloni fue siempre un partido eminentemente romano con raíces en la parte centro-sur del país. Una propuesta política nacida de los rescoldos del posfascista Movimiento Social Italiano (MSI) y de una derecha radical en Europa. En ese momento, Meloni tenía ya de su lado a parte de la calle y a muchos ciudadanos inflamados por el malestar de los tiempos. Pero necesitaba otra vuelta de tuerca. Sus posibilidades de llegar al Palacio Chigi, sede del Gobierno, eran escasas ―al menos mientras Sergio Mattarella sea presidente de la República― sin un triunfo amplio y sin convencer al poder económico. Parece que el éxito electoral ya lo ha logrado.
Poco antes de la campaña, en Italia sorprendió lo que sucedió durante un mitin de Vox en Marbella, donde acudió invitada por Santiago Abascal, a principios de junio. “Quizá se vino arriba por el contexto… Pero esa no es su línea”, justificaba un miembro del partido. Ella misma reconoció después, a Francesco Olivo en La Stampa, que se equivocó en el tono: “Demasiado emotivo. No me gusté cuando me vi. Cuando estoy cansada no logro modular un tono apasionado que no sea agresivo”.
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Las palabras pronunciadas ese día contra el colectivo LGTBI, contra “los burócratas de Bruselas”, tampoco terminaban de encajar con la línea adoptada por ella misma en los últimos tiempos. Ni siquiera la idea de superponer la cruz cristiana a la “violencia islamista”. El esotérico ataque a las grandes “finanzas internacionales” y a los “burócratas de Bruselas” es algo que había quedado diluido en sus discursos. Italia es un país complejo donde las influencias externas, el peso de los servicios secretos y la judicatura no son accesorios para gobernar. Pero en la recta final de la campaña volvió a desempolvar ese tono. Una vez había logrado tranquilizar a un determinado establishment -la clase empresarial del norte asumió hace más de un mes que sería ella la vencedora de las elecciones-, tocaba asegurar a los votantes de siempre. “¡La hegemonía de la izquierda no es cultural. Es de poder!”, gritaba en los últimos mítines. “Sueño una nación en la que las personas que tuvieron que bajar la cabeza durante tantos años haciendo ver que pensaban de otro modo para no ser despedidos, podrán ahora decirlo abiertamente!”, insistía en referencia al sector más radical de su electorado.
La biografía de Meloni, socia e inspiración de Vox en Italia, aporta algunas pistas para analizar su cuidado proceso de transformación. La política responde a un libro de instrucciones ideológico algo más sencillo que el del exministro del Interior Salvini. Algo que aprecian sus aliados españoles. Desprecia el autonomismo y no posee vínculos con movimientos federalistas. Nunca ensalzaría al independentismo, como ha hecho siempre su socio. Ella no se ha movido nunca de la derecha más dura, católica, centralista. “Los bandazos de los últimos tiempos nos han penalizado”, apunta, en contraste, un diputado de La Liga, que admite el crecimiento de Meloni. Su giro hacia cierta moderación pasa también por la política internacional. “Será la misma que la de Mario Draghi”, aseguró la líder a La Stampa, cerrando la puerta a posibles guiños a Rusia.
Romana de pura cepa, del barrio de Garbatella, una de las zonas más genuinas de la capital junto al Testaccio, es hija de un asesor fiscal que abandonó el hogar cuando ella tenía solo 12 años. “Un padre que no está, que desaparece, es un padre que no te quiere. Que te rechaza. Es una herida más profunda que un padre que muere”, le contó a Aldo Cazzulo en el Corriere della Sera. Hija de una familia humilde, se buscó la vida, también como camarera en una de las discotecas más famosas de Roma. “Mérito”, dice siempre, añadiendo que no le gustan las cuotas. “No soy un panda”, suele responder ridiculizando las políticas inclusivas. Luego acabó el instituto con la máxima nota antes de trabajar algún tcaiempo como periodista. Unos estudios que le sirvieron para dominar hoy algunos aspectos de la comunicación que utiliza con habilidad para colocar sus mensajes. Pero Meloni y su partido arrastran una losa imborrable, especialmente para sus rivales. Hermanos de Italia surgió de los restos del posfascista MSI, en cuyas radicales juventudes militó Meloni. El actual logo del partido, de hecho, conserva la llama que lucía el emblema del partido de Giorgio Almirante.
Meloni, ministra de Juventud, interviene en una rueda de prensa junto al primer ministro italiano, Silvio Berlusconi, el 24 de noviembre de 2010. Giorgio Cosulich (Getty Images)
Meloni formaba parte ya del Frente de la Juventud (la sección juvenil del MSI) a los 15 años y poco después se convirtió en la responsable estatal del sector estudiantil de Alianza Nacional, el partido de Gianfranco Fini, heredero directo del MSI. La formación fue obligada a exorcizar aquellos fantasmas y a formalizar en 1995 en un acto solemne —conocido como la Svolta dei Fiuggi (el cambio de Fiuggi)― la renuncia a las huellas del fascismo en su ADN. Algunos no terminaron de digerirlo (ella en 1996 alababa todavía la figura de Mussolini en un reportaje de la televisión francesa: “fue un buen político, todo lo hizo por Italia”). Pero aquel nuevo partido llevó en volandas a Meloni hasta su escaño de diputada a los 29 años. Y en 2008, cuando Berlusconi necesitó una nueva comparsa para su Gobierno llamó a Fini, que la colocó en el Ejecutivo de coalición convirtiéndola en ministra de Juventud. No tenía atribuciones, pero fueron unas horas de vuelo y una exposición mediática muy valiosas. Hoy el esquema de gobierno es el mismo. Pero la comparsa se ha convertido en la líder de la coalición de derecha, aunque le pese a Il Cavaliere, que, a sus 85 años, ha cosechado un patético resultado para los conservadores de Forza Italia.
Meloni, si uno quiere jugar a los paralelismos, tampoco se parece en nada a su socio Santiago Abascal. Su partido no nace del reflujo de los tiempos, aunque lo haya saboreado con fruición. La romana no ha pisado un solo chiringuito político. Y cuando ha tenido la ocasión de subirse a algún carro ―como en los últimos gobiernos―, lo ha rechazado. “Fue una decisión que reivindicamos porque en una nación democrática tiene que haber una oposición. Si no, no hay democracia”, señala al teléfono Fabio Rampelli, vicepresidente de la Cámara de Diputados y miembro destacado de Hermanos de Italia. Meloni, opina este político, encarna esa coherencia. Pero también un notable olfato para el malestar. “Representa a un bloque social que atraviesa dificultades: desocupados, precarios, periferias de las ciudades, pequeños empresarios… Todos los que no son parte de la élite financiera que se ha adueñado del mundo. La sensibilidad social de nuestra derecha es conocida. Somos una derecha social, no liberal”, , explica Rampelli, “y esto se ha acentuado desde que las izquierdas han abandonado a las partes sociales más débiles y representan a las grandes finanzas y al poder”.
El origen de Hermanos de Italia, más allá de aquella raíz posfascista difícil de extirpar, se encuentra también en el descalabro de los proyectos de Berlusconi. Il Cavaliere había fundado en 2007 un conglomerado político conocido como Popolo della Libertà (PDL) con el que había logrado gobernar Italia uniendo a la derecha, incluida la Alianza Nacional de Gianfranco Fini. Un partido que tenía en su seno a una parte de derecha radical que convivía con otro espectro más cercano a la Democracia Cristiana. Con la llegada del Gobierno técnico de Mario Monti (2011) con el apoyo del PDL, un grupo procedente de aquel universo decidió coger las de Villadiego y fundar un nuevo artefacto. Lo llamaron Hermanos de Italia, nombre oficioso del himno del país, y colocaron al frente a una mujer. El dueño de Mediaset la llamaba entonces “peonza”. Hoy ya no se hace el gracioso con ella.
Los resultados del domingo colocan ya a Meloni como la líder la coalición de derechas. Ela dictará parte del futuro de Il Cavaliere y de Salvini, sus socios de coalición, que han obtenido un discreto resultado. “Ese es el problema. Ellos intentarán cualquier cosa para que Meloni no pueda convertirse en primera ministra”, apuntaban antes de las elecciones algunos en su partido. Forza Italia, cuyo líder ha sido incapaz de configurar un relevo, es una formación en descomposición. Y en las últimas elecciones municipales, Meloni ya estuvo a punto de superar a La Liga, un partido en caída libre, sin un rumbo ideológico y que se ha desangrado en votos, con unas pérdidas que podrían rozar los 20 puntos porcentuales, según los sondeos.
Hermanos de Italia no quiere que se asocien sus siglas a la ultraderecha. Pero no hay ningún partido constitucional más escorado hacia ese lado en Italia. “El gobierno más a la derecha desde Mussolini”, titulaba en su web la CNN la noche electoral. Giovanni Orsina, politólogo y experto decodificador de los entresijos del caos italiano, sin embargo, cree que la definición que encaja con Meloni es la de “nacional conservadora”. “Prefiero una etiqueta de contenido, no de posición. Meloni no se expresa contra la libertad individual o contra la democracia. Desde este punto de vista está plenamente dentro de la democracia liberal. Es conservadora en temas sociales, claro. Pero el partido, por ejemplo, no es antiabortista. Cuando se produjo la sentencia del Tribunal Supremo de EE UU, dijo que eran cosas americanas, pero que la ley italiana del aborto no se debe tocar. Sobre temas de libertad clásica y democracia representantiva no expresa nada que no se pueda compartir. Libertad de elección, de expresión, de manifestación del pensamiento… Aunque cuando toca la cuestión LGTBI adopta una posición muy conservadora. Pero una cosa es estar contra la adopción de niños por parte de homosoexuales y la otra, contra los homosexuales”, afirma Orsina.
Meloni, sin embargo, sí ha usado esas palabras y ese tono en otros discursos. De hecho, se viralizó un vídeo suyo en el que esbozaba su propio perfil. “Soy Giorgia, soy una mujer, soy madre, soy cristiana”. El tono y la cadencia del autorretrato dio para hacer un remix y convertirlo en un hit de las pistas de baile italianas. Rampelli cree que “no hay nada que esconder”. “Para nosotros la familia es una. Eso no significa que los homosexuales no tengan derecho a reconocimientos. Cada uno puede elegir a su pareja y cultivar sus sentimientos y vivir con quien quiera su propio amor. Estamos contra cualquier discriminación medieval contra los homosexuales. Pero la familia es otra cosa”, afirma este dirigente de Hermanos de Italia.
Meloni posa junto al líder de Vox, Santiago Abascal, y la candidata a la Junta de Andalucía, Macarena Olona, en el mitin de Marbella el pasado 12 de junio.
EUROPA PRESS (Europa Press)
A la espera del conteo definitivo, Meloni ha triunfado. “El presidente del Consejo de Ministros lo nombra el jefe del Estado, garante de los tratados internacionales”, recuerda Orsina. El experto considera que no habría discusión para su nombramiento si el centroderecha obtuviera una gran mayoría (cosa que no parece que vaya a ocurrir, según los sondeos) y que dentro de esa coalición Hermanos de Italia alcanzase el 30% de votos (el rango estimado es 22%-26%). “En ese caso, Mattarella no podría negarse. Pero si sube la prima de riesgo, si en ese momento hay señales de problemas con la deuda pública…, el jefe del Estado tiene margen”, prosigue el experto, que cree que ella deberá hacer y decir algunas cosas si quiere gobernar. Porque, a pesar de su triunfo, Meloni aún genera miedo y cierta inquietud. Especialmente fuera de Italia.
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