Giovanna Giordano sobrevuela la invasión italiana de Abisinia en una novela con un aviador poeta y ecos de ‘El principito’


Un joven aviador italiano en los cielos azul cobalto de Abisinia, el negus Haile Selassie, la guerra… La novela Un vuelo mágico, de Giovanna Giordano (Periférica, 2022), se abre con el piloto Giulio Giamo, llamado Mosquito ―porque aterriza en todas partes y es silencioso―, llegando a África en su aeroplano, un Caproni Ca 133, un aparato de transporte y bombardero ligero, bautizado Vida nueva. Giamo aterriza en Eritrea en junio de 1935, con una misión secreta poco antes de que se desate la invasión italiana de Abisinia y la segunda guerra italo-etíope. Y vivirá esa contienda y la siguiente, la II Guerra Mundial, cuando en 1940 los italianos ataquen ―desde la bautizada África Oriental Italiana― la Somalilandia británica, Sudán y Kenia y los británicos contraataquen (con la Gideon Force) hasta derrotar a los invasores y volver a poner en el trono al depuesto Selassie, en 1941.

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Pero todo eso, aunque constituye su marco histórico, no es lo importante en esta sorprendente y conmovedora novela con ecos de Saint-Exupéry y su inmortal El principito. Y es que el aviador Giulio, “cartero del cielo”, no solo es un poeta (cortado en el patrón del sentimental piloto francés, no de su compatriota D’Annunzio), sino que se encuentra con una África llena de maravillas, belleza y fantasía (y baobabs y serpientes). Y con unos personajes tan extravagantes e inolvidables como el loco Meleku, bufón del negus que sueña con volar; la sirena negra Tigist, los amantes Amalik y Tsahai (ella lleva libélulas azules de pendientes) o el capitán filósofo Beba Mondio (degradado por poco marcial) y su reflexivo papagayo hablador Papamundo (“huir es una vergüenza, pero salva vidas”). En el lado de los malos, el capitán Huracán, que luce una calavera tatuada y otra pintada en su avión y canta a todo pulmón Faccetta nera.

“¿Saint Exupéry? Ciertamente no podemos olvidar sus libros, ni las aventuras del Barón de Münchhausen, ni el relato de Luciano de Samósata sobre el viaje a la Luna, ni, claro, a Ícaro”, responde con simpática ironía en la terraza ventosa de un hotel barcelonés Giordano, escritora de 60 años, nacida en Milán, aunque es de familia siciliana y reside en Mesina. “Todo lo que vuela sugiere la importancia de la ligereza”, continúa la autora, tan desconcertante, inclasificable y hechizadora como su novela. “Hace un momento, por ejemplo, he contemplado cómo todas las servilletas de papel de la mesa volaban. Debemos tratar de mantener la ligereza como el aviador de El principito, y como todo lo que quiere ser aplastado por la gravedad del mundo, no sólo física sino moral y espiritualmente”.

También hay en el libro algo de realismo mágico, y de Ítalo Calvino, de ese catálogo de maravillas que es Las ciudades invisibles. “Y directamente de Marco Polo, y de Giovanna Giordano, que ve la maravilla incluso en las servilletas de papel que se van volando”, ríe la novelista. “En la Academia de Bellas Artes de Catania, donde doy clases de Estética, me llaman Profesora Maraviglia”. La escritora, que luce un gorro con piedras de colores y un largo collar etíope, matiza que no quiere dar la impresión de una mujer infantil. “Conozco el dolor y como lo conozco lo transfiguro”.

Un avión Caproni 133 como el de la novela ‘Un vuelo mágico’.

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¿Por qué decidió ambientar su novela en la guerra de Abisinia? “Dostoievski dice que aún en la prisión, la vida puede parecer hermosa; en la guerra también. Se puede encontrar poesía y belleza en la guerra de Troya, y también en la de Abisinia. Donde hay drama, hay la posibilidad de hacer crecer la maravilla, el entusiasmo y las ganas de vivir. Todas las guerras, y más las coloniales, son abominables, pero en realidad la guerra es solo un marco en mi libro, los protagonistas son el paisaje, los animales y el amor. Mi aviador no lleva bombas sino cartas”. Saint-Exupéry fue piloto de guerra, pero empezó como correo aéreo, precisamente. “En nuestro ADN literario están todos los grandes”, apunta Giordano, que califica su novela de “libro clásico, aunque parezca excéntrico y aislado; su protagonista, inocente, camina sobre el mundo y cada paso que da es una fuente de fascinación y conocimiento”.

La autora se ha documentado a fondo para escribir Un vuelo mágico, ha conocido a veteranos de la guerra colonial, aviadores, soldados y al radiotelegrafista del duque de Aosta, y también supervivientes etíopes; y ha viajado, dos meses, sola, en camello y canoa, durmiendo en sitios precarios y a desmano, con pulgas e incluso con una rana (“che è rimasta rana”, puntualiza) a los escenarios africanos de la novela. Señala que en el viaje, durante el cual visitó la casa de Rimbaud en Harar y el custodio del Arca Perdida en Axum le regaló una botella de agua, ha arriesgado la vida “tres veces”. Una es cuando con un conductor etíope se metieron en un viejo campo de minas en la frontera de Somalia. Las otras dos no las revela: “Mantengamos un poco de misterio”. Como parte de su aventura africana, la novelista ha surcado los cielos de la zona en pequeñas avionetas para contemplar la perspectiva de su piloto Giulio.

Explica que una de sus fuentes ha sido su propio abuelo, Gaetano Giordano, que fue vicefederale, vicesecretario general en Gondar, “Camelot africana”, y luego estuvo prisionero de los británicos en Kenia. Allí coincidió con el duque de Aosta, que antes de morir cautivo, además de confirmarle que su caballo blanco se había “suicidado” por el dolor a separarse de él, le dijo que buscara a un antiguo amor suyo en Mesina. “Mi abuelo la encontró años después y fue a visitarla con mi padre, que era un niño. Los recibió estirada entre cojines fumando opio. Al darle el mensaje, saludos y un beso de Amadeo de Saboya, musitó displicente, como si hiciera un esfuerzo por recordar, ‘ah, sí, el duque de Aosta’, mientras, contradiciendo la pose, una gruesa lágrima le rodaba por la cara. En todas las familias hay un antepasado que desencadena la posibilidad de una historia”. Curiosamente, la novelista, que ha estudiado hasta los motores de los Caproni, no ha oído hablar de Mario Visintini, Il Falco Tricolore, el legendario piloto de caza italiano de los cielos africanos que, basado en Eritrea, luchó contra los ingleses a los mandos de su caza biplano Fiat CR 42. Visintini, al que Hugo Pratt homenajeó en Un cielo lejano, se estrelló contra el monte Bizen cerca de Nefasit, el 11 de febrero de 1941 con 27 años y 17 victorias.

Tropas italianas en Abisinia en 1936.

¿Cómo se ve a los italianos y se recuerda la guerra en los sitios que ha visitado? “Pensaba que desconfiarían y recordarían con odio, pero ha sido sorprendente ver que algunas mujeres lloraban al oírme hablar porque les recordaba a sus viejos amores italianos. Y hay familias de los antiguos áscaris, los soldados nativos del ejército italiano, que viven todavía de las pensiones que les mantiene el Gobierno de Italia”. ¿Y en Italia?, ¿ha abierto heridas su libro? “Algún fascista dice que soy comunista porque hablo de las masacres de Graziani, y algún comunista dice lo contrario por hablar bien de un aviador italiano. Como dice Pirandello: Cosí è (se vi pare), así es si así os parece. La distancia histórica da justicia y equilibrio a mi libro. Recordemos que ahora estrechamos la mano a los alemanes. Las acciones de los padres no deben caer sobre los hijos”.

Al comentarle que en Barcelona no es que se tenga un buen recuerdo de los aviadores italianos, que bombardearon la ciudad despiadadamente, Giordano exclama “¡qué pilotos hijos de puta!”, y vuelve a subrayar que el suyo es un cartero “y una mosca bianca”; vamos, un perro verde de la Regia Aeronáutica ―la fuerza aérea italiana― que considera que “amar es ser tontos juntos” y que “en África todo parece sublime, aunque nadie sabe decir por qué”.

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