Gloria Steinem (Toledo, Ohio, Estados Unidos, 87 años) abre la puerta de su apartamento de Manhattan con una enorme sonrisa de porcelana y una vitalidad que desarma. Sigue llevando, ahora cana y algo más corta, esa inconfundible melena con raya en el medio que, junto a sus gafas de sol de estilo aviador, la hicieron tan identificable, tan icónica, en las imágenes de mítines y manifestaciones. Leyenda viva de la revolución feminista de los setenta, a Steinem le gusta hablar, sobre todo, del presente. La próxima semana recibirá el Premio Princesa de Asturias de Comunicación y Humanidades en España, país que, pese a ser una empedernida viajera, visitará por primera vez. Desde su labor como periodista, escritora y activista, lleva más de medio siglo a la espalda luchando por los derechos de las mujeres.
Delgada, vestida de negro, pulcra, bella y coqueta, se ilumina con el aquí y el ahora, pero ríe animada recordando anécdotas. Es fácil imaginar a la joven reportera infiltrándose como conejita Playboy para denunciar las condiciones de aquellas muchachas; a la incansable recaudadora de fondos que se presentaba en los ochenta en el despacho de Donald Trump y le arrancaba un cheque de 500 dólares; a la mujer que, compartiendo un taxi con los autores Saul Bellow y Gay Talese, escuchó a este último referirse a ella así: “¿Sabes que cada año viene una chica guapa a Nueva York y hace ver que es escritora? Bueno, Gloria es la chica guapa de este año”.
Pregunta. Es más improbable que los Gay Talese de hoy en día digan esas cosas a la cara de una mujer, pero, ¿cree que lo siguen pensando?
Respuesta. En cuanto a lo que los críticos literarios se toman en serio, probablemente esa diferencia de género todavía ocurre. A un escritor horrible, según mi opinión, como Philip Roth se le toma más en serio y es más recordado que, por ejemplo, Mary McCarthy, que es de la misma época. Creo que hemos logrado avances en asuntos de raza. Si James Baldwin estuviera vivo hoy probablemente tendría más reconocimiento [que entonces]. Estamos mejor que antes, de todos modos. Internet ha sido una fuerza democratizadora, en cierto sentido, porque cada uno puede ser su propio editor y alcanzar un público que en el pasado hubiese sido más restringido por los editores varones. Aun así, si miras las instituciones, por ejemplo The New York Times o los periódicos en otros países, las personas que establecen los juicios de valor profesional son, de forma muy desproporcionada, hombres blancos.
P. En 1970 la revista Time publicó su famoso ensayo Cómo sería si las mujeres ganaran. [Hablaba de que la biología no es destino, que a los hombres también se les liberaría de las responsabilidades que se les atribuye por serlo, que las mujeres ocuparían la mitad de cargos electos…] ¿Cree que las mujeres han ganado?
R. Creo que hemos ganado mucho. En aquellos tiempos, por ejemplo, si violaban a una mujer la pregunta de jueces e incluso periodistas era a menudo qué hacía en ese barrio, por qué llevaba esa ropa… Eso ya no es así. Hay una mayor asunción de que nuestros cuerpos, seamos hombres o mujeres, nos pertenecen a nosotros.
P. ¿Qué le hizo a usted feminista, qué le hizo mirar cómo estaban las cosas y decir: no lo compro?
R. Creo que viví circunstancias muy especiales, que pueden considerarse afortunadas o no, y una es que yo no fui a la escuela de forma habitual hasta que tuve 12 años porque mis padres viajaban continuamente. Así que me perdí mucha de la normalización [de las ideas de género] que había en el aula. Eso fue una suerte, porque los niños tienen una concepción genuina de la justicia. Mire por todo el mundo, en cualquier idioma, es una frase de los niños: ¡No es justo!
P. En sus memorias (Mi vida en la carretera) destaca lo fundamental que fue la figura de su padre en esa falta de conciencia de género.
R. Sí, porque yo era su camarada. Teníamos una broma habitual cuando íbamos en el ascensor. Yo era muy pequeña, quizá cinco años, y cuando todo el mundo estaba en silencio yo debía preguntarle: “Papá, ¿y tú qué les dijiste?” Y él me respondía, para que le escuchasen: “Les dije: ¡quedaos con vuestros 50.000 dólares!”. Y la gente se quedaba en shock. La vida estaba llena de juegos así. Cuando estaba en el instituto y en la universidad, siempre sentía que había otra manera de vivir tu vida, distinta de la convencional, que no había por qué ajustarse a la norma.
Irradia una ternura algo melancólica Gloria Steinem cuando habla de su padre, del que cuenta algunas historietas más. La casa, sencilla aunque ubicada en el selecto Upper East Side de Nueva York, es colorida y alberga decenas de fotos de varias épocas de su vida que parecen varias vidas. Se le han atribuido colaboraciones con la CIA, cuando era muy joven, por su participación en festivales juveniles durante la Guerra Fría. Desde la revista Ms, que fundó en 1972, lanzó buena parte de sus batallas. Se rebeló contra el matrimonio, pero en 2000 se casó con el activista medioambiental David Bale, padre del actor Christian Bale, fallecido en 2003. Aquella boda causó estupefacción, pero ella explicó que el matrimonio ha cambiado para las mujeres.
P. Hay ahora una ola de populismo de derechas, tanto en Estados Unidos como en Europa, que ha tomado el feminismo como objetivo, como un enemigo a batir. ¿Teme un retroceso general, cree que es un riesgo para el feminismo como movimiento?
R. Sí. No conozco la situación en Europa como usted, pero ha habido una reacción. Cuando hablamos de populismo, tiene una base dictatorial. Las feministas interferimos en la base de su jerarquía, que es el hogar. Desde el momento en el que sugerimos que los niños deben trabajar en la casa igual que las niñas o que las mujeres deben poder trabajar si quieren, estamos planteando medidas de democratización del núcleo familiar y eso se convierte en una amenaza [para ese populismo].
P. Las nuevas restricciones al aborto en Texas muestran que los derechos adquiridos son reversibles.
R. Nunca podrán revertir todo. Incluso cuando el aborto era ilegal, las mujeres abortaban en Estados Unidos. La diferencia crucial es que, al ser ilegal, debían pagar más, era más inseguro, pero el impulso de las mujeres a tomar decisiones sobre su cuerpo siempre ha estado ahí. La diferencia más básica del patriarcado es el control sobre los cuerpos de las mujeres, sobre todo la concepción. Cuando Hitler fue elegido, y mucha gente olvida que fue elegido, lo primero que hizo fue cerrar las clínicas de planificación familiar y declaró el aborto un crimen contra el Estado. Mussolini hizo lo mismo. El autoritarismo comienza frecuentemente con [el control sobre] el cuerpo de las mujeres.
P. ¿Por qué, después de tantas olas feministas, los estereotipos de género siguen siendo tan dominantes?
R. Tanto el género como la raza son completas construcciones culturales y el patriarcado ha sido un sistema muy fuerte y muy normalizador [de esa construcción]. Aun así, creo que las mujeres se sienten más libres que antes. También tiene que ver la edad. En algunas mujeres, los años centrales de su vida están muy marcados por el género, pero la infancia y la vejez, en cambio, no. Primero, porque el género está en la cultura y a una niña de ocho o nueve años no le ha llegado esa cultura, ya que no está en la edad reproductiva. Es esa edad en la que se suben a los árboles y dicen que saben lo que quieren. En la adolescencia eso cambia. Y, luego, las mujeres mayores se vuelven increíblemente libres, vuelven a esa niña pequeña que hace lo que quiere.
P. ¿Cree que si esos roles de género desaparecieran de veras habría menos problemas de identidad de género?
R. Probablemente, porque si eres libre de ser como quieres ser, como individuo único, no tienes por qué cambiar para encajar [con la convención].
P. ¿Cuál es su postura ante el conflicto abierto entre la lucha por los derechos trans y la autodeterminación de género con una parte del feminismo? Algunas feministas alertan del borrado de las mujeres, por ejemplo.
R. No, creo que todo el mundo tiene derecho a identificarse a sí mismo como se siente de forma auténtica.
P. Si el sexismo sigue siendo poderoso, ¿no cree que es porque también tiene convencidas a muchas mujeres, es decir, que ellas mismas se tienen en menos consideración?
R. Si miramos un grupo de gente cenando en un restaurante, apuesto a que aún ocurre que los hombres hablan más sobre ellos y su trabajo y las mujeres les hacen más preguntas, pero… ¿quién sabe? Depende del grupo. Creo que todo eso ha mejorado, el movimiento de justicia social lo ha expuesto y es menos probable que ocurran esas cosas. Yo veo el cambio, quizá porque soy vieja y sé cómo era antes. ¿Usted cómo lo ve como periodista?
P. Bueno, la misoginia es deliberada, desprecia a la mujer de forma intencionada. El machismo puede ser inconsciente, un sesgo que no se percibe como tal. ¿No es justo por eso más difícil de combatir?
R. Para eso están los movimientos de justicia social. Hace 30 o 50 años quizá no hubiésemos notado que todo un grupo es blanco y hoy decimos: ¿qué pasa con este grupo? No se parece a cómo es nuestro país. Hay una concienciación.
La figura de Steinem ha cobrado actualidad en los últimos años. Al calor de la ola feminista, veteranos iconos han recibido un nuevo impulso y reconocimiento, al estilo de la fiebre que en el final de su vida despertó la jueza del Tribunal Supremo Ruth Bader Ginsburg. La activista ha inspirado una obra de teatro reciente, Gloria: A Life, una película, The Glorias, y una serie de televisión, Mrs. America, que no quiere ver y repudia porque, cuenta, parte de una premisa errónea: “Cuenta que la enmienda de la igualdad de las mujeres fue parada por Phyllis Schlafly y no es cierto, fueron las compañías aseguradoras porque iban a perder mucho dinero”. Quiere vivir, dice, al menos 100 años, y no perderse ni una de las próximas batallas.
P. ¿Cuál es el balance del movimiento Me Too, de la ola feminista que prendió en 2017, cuatro años después?
R. Cuando ocurrió, pensé: ¡por fin! Me sentí muy feliz. El acoso es algo que en la revista Ms habíamos denunciado ya en los setenta. Agradecí especialmente que el grupo que tomó la delantera con esta causa fuera de personas en los medios de comunicación, primero en California; y que al mismo tiempo las mujeres agricultoras escribieran una carta contando que sentían lo mismo. Eso me conmovió mucho. Creo que hoy hay un consenso general de que los cuerpos de las mujeres les pertenecen a ellas, creo que hoy en día las mujeres se sienten con más poder para llamar el acoso por su nombre, quejarse de ello, pararlo.
P. Esa nueva toma de conciencia sobre el feminismo, y la que ha venido después sobre el racismo, ha despertado también algunas quejas de intelectuales que ven excesos. Usted, por ejemplo, es una de las 150 personas que en julio de 2020, en pleno estallido popular contra el racismo, firmó la carta en Harper’s advirtiendo sobre la “intolerancia” de parte del activismo progresista estadounidense hacia ideas discrepantes. ¿Cree que la cultura de la cancelación es un problema real?
R. Creo que ha aminorado, esa carta es de hace un tiempo. No veo ejemplos relevantes, aunque es difícil juzgarlo porque las cosas me llegan de forma aleatoria y no sé lo representativo que es, pero no veo grandes ejemplos. Incluso el concepto de cultura de cancelación ha ido a menos.
P. ¿Ha cambiado de opinión, entonces?
R. No, creo que la situación ha cambiado. Creo que esa carta tuvo un impacto.
P. ¿Qué consejo le daría a las jóvenes activistas feministas?
R. No les daría consejos, les preguntaría qué quieren hacer y les pediría que me dejaran ayudar.
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