Gran paso a dos de Mas y Roglic en la cuesta de Valdepeñas de Jaén


Watts. Vatios. Es la palabra mágica. La que más brilla en la pantallita del manillar de los ciclistas, la que más perturba su sueño. Cuántos watts, cuántos vatios, cuánto late el corazón de Magnus Cort Nielsen en la última cuesta, a 300m del final de la imponente cuesta sin fin, cómo está el pulso del danés, que ha estado a más de 180 latidos por minuto entre los olivares geométricos, las líneas del destino marcadas en los montes de Jaén secos, cuando le perseguía el pelotón desencadenado por las cuestas de Locubín, a más de 1.000 metros sobre el horizonte. ¿Cómo está, tanto corazón el danés, drum, drum, Watts, Charlie Watts, a la batería lo marcaba siempre, el latido del corazón de los Rolling, por la calle larga y vertical de Valdepeñas de Jaén, cuando, ya seco su corazón, ya agotado, el pulso desciende, lento, lento, hasta casi apagarse su corazón, y Magnus Cort, tan grande, tantos kilómetros escapado, tan bravo, no lo puede hacer subir, ni tampoco sus piernas pueden con la cuesta, y la asciende haciendo eses, de lado a lado, como los niños que se divierten volviendo del río?

Suena la coda de un pas de deux, un paso a dos. La Vuelta es un ballet que se acelera, y Mas y Roglic, vatios más que ninguno, sus primeros bailarines.

Magnus Cort, que aguantó hasta el final la cuesta de la montaña de Cullera, tan ridícula en comparación, ahora, en el recuerdo, se apaga cuando se encienden, al alimón, los corazones, drum, drum, drum, por duplicado, de Primoz Roglic y Enric Mas, pareja de baile única en la Vuelta. A los dos, el tercero y el cuarto en la general (en realidad, primero y segundo, ni el extraño y resistente líder de la fuga de la Axarquía, Odd Eiking, ni su segundo, el normando Guillaume Martin, parece que cuenten para la cuenta final) separados por escasos segundos (35s, tras 1.719 kilómetros), una curva en la contrarreloj, dos bonificaciones, un poco más de punch, un pelín más de speed en un sprint, les une en el calor de Jaén un deseo de fantasía que rompa las rectas trazadas entre las filas de olivos, las cuadrículas que domestican la redondez más salvaje del monte y sus terrones. Solo la fantasía puede jugar al escondite con el destino escrito, saben ambos, con las vidas marcadas por la misma rutina, el mismo sudor todos los días.

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Detrás de ellos acelerados, el pelotón contempla, y casi aplaude. La Vuelta es ellos dos, su duelo casi de siameses, tan juntos ascienden siempre, tanto les cuesta separarse, distanciarse uno de otro, tan parecido empieza a funcionar su cabeza de campeones, tan similar es la fuerza con la que Mas arranca a 700 metros del final, con la que Roglic, sorprendido, porque le han robado el papel, responde; tan apretados pasan por un estrecho de la calle, y Mas le tiene que empujar un poco al esloveno para que no le cierre. “O le toco o freno, y no iba a frenar”, dice el mallorquín, que mantiene el codo a codo hasta que descubre, horrorizado, que el muro es 100 metros más largo de lo que pensaba.

Como canta la opereta, la fantasía está nerviosa y febril, y lo está, en la cabeza de ambos ciclistas, ya antes de salir de Antequera. Lo está desde el día anterior, cuando Roglic se cae y dice que la vida es así, que quien no se arriesga no gana, y que está feliz porque ha seguido su impulso, y no triste por no haber ganado. Ese es su sentido de la fantasía, el altruismo del gesto innecesario y hermoso por ello, que rompe la geometría de los ángulos trazados con escuadra también en la cabeza, y en los músculos, como hacen los gimnastas para deslumbrar en las anillas, estudiar curvas y aplicar ecuaciones que decidan hasta dónde se puede cuadrar un haz de músculos, y a esa cierta locura se suma Mas, osado y feliz. “Estoy en el mejor momento de mi carrera”, dice. “Roglic, Pogacar, Van Aert, gente así, son los grandes referentes del ciclismo de ahora, y estar disputando la Vuelta con uno de ellos es lo más grande”.

Roglic dice que ataca cuando el cuerpo se lo pide, que no es algo que medite, y así explica su ánimo mustio, casi indolente, la primera semana de la Vuelta; su ardor la segunda. “Pero todo depende de muchas cosas, las ganas, las fuerzas, la cabeza, las piernas”, dice. “Unos días me da por atacar, otro por quedarme”. Lo dice así pero el ataque de Valdepeñas lo llevaba casi tanto tiempo preparando como Mas. Ninguno de los dos conoce la subida. Los dos dedican horas a estudiarla en vídeo. A los dos, el vídeo les engaña. La realidad es más dura, y el calor. “Habré visto 50 veces la victoria de Purito aquí, pero no sé qué vi, o él volaba o yo estaba muy atufado”, dice el mallorquín. “Pero al salir de la última curva y ver el puto muro, perdón por la expresión, de los últimos 100 metros, ay, ay, ay, he agachado la cabeza…” Ninguno de los dos sabía que el último muro era un añadido de este año, una pequeña novedad, un poco de fantasía.

Clasificaciones de la Vuelta a España.

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