Granja animal

Un hombre pasea a su perro en el madrileño barrio de Malasaña.
Un hombre pasea a su perro en el madrileño barrio de Malasaña.

La naturaleza sin animales es incomprensible, y nosotros sin ellos seríamos poca cosa; lo creo y no he tenido nunca en mi vida más que un periquito hablador en una jaula, aunque he escrito sobre el reino animal escenas de novela y una elegía fúnebre a un chucho. Uno de mis mejores amigos se llama Trotski y es un husky siberiano que vive en tierras calientes. Pascal dijo que “ningún animal admira a otro animal”. ¿Y a los humanos? ¿Es admiración lo que nos tienen o amor perdurable? Depende, claro, de cada especie y raza, de cada hogar, del buen o mal talante de cada propietario. Entre las últimas chorradas del Gobierno de Boris Johnson está el proyecto de ley que reconoce capacidad de sentimiento a las que pronto se prohibirá llamar bestias. Con ese motivo me entero de que también en España se quiere modificar el Código Civil para que los animales dejen de ser tenidos por objetos, haciendo además que los divorciados con mascota ganancial lleven a los tribunales la custodia del gato huérfano de una u otra mano acariciadora. Me parece una buenísima iniciativa cualquier medida que proteja a los animales del abandono y el maltrato, y les asegure, en las casas como en las granjas o cuadras, la higiene, la atención, el acomodo e incluso, por qué no a ellos también, el privilegio de la comida gourmet; me he visto sorprendido en los supermercados por su gran variedad, destacando un “pienso vegano para perros adultos”, aunque es difícil saber si la dieta vegana la quiso el animal o la impuso su dueño. El paquete grande de esta delicatessen zoológica estaba a 85 euros, pero los había más asequibles. ¿Y los millones de seres que pasan hambre en el mundo? Qué tópico, ¿verdad? Se me llamará demagogo, o algo peor, ¿criminal?, si añado que me gusta la pata negra y de vez en cuando saboreo un besugo, que tiene en su cabeza ojos a cada lado, como los míos.


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