Al final de una carretera que es más bien una curva continua de un solo carril, se alza Vradeto, uno de los 45 pueblos de Zagori, una región en el noroeste de Grecia, en el corazón de Epiro. Siendo el más elevado de todos —está situado a 1.340 metros de altitud—, Vradeto ofrece una taberna sin nombre en la plaza al lado de la iglesia donde todo, desde la ensalada de tomates del huerto hasta la empanada de pollo, sabe a gloria antes o después de disfrutar de unas vistas espectaculares del desfiladero de Vikos desde el cercano mirador de Beloi.
El conjunto de los pueblos de Zagori o Zagorochoria, como comúnmente se llama a la zona en griego, se encuentra dentro del parque nacional de Pindo, no lejos de la frontera con Albania. El aeropuerto más cercano es el de la ciudad de Yánina, a menos de 90 minutos en coche. Los pueblos de la zona oeste, mejor comunicados, son los más visitados. Las casas trepan ladera arriba casi en vertical y, vistas desde la carretera, parecen aferrarse a la montaña para no caer al cañón de Vikos. Las casonas de piedra y pizarra rompen con su gris oscuro el intenso verde de los bosques de robles y abetos. Múltiples detalles de su construcción, como su gran tamaño, sus chimeneas y las arcadas talladas, dan pistas de un pasado floreciente. Zagori gozó de un estatus autónomo especial durante el imperio otomano y muchos comerciantes de las grandes capitales de los Balcanes y altos funcionarios del sultán en Estambul era originarios de la región. La cuidada arquitectura de muchas casas, los materiales de calidad, el incipiente alcantarillado, las calles adoquinadas y la existencia de antiguas escuelas y fuentes públicas indican que los exitosos hijos pródigos no olvidaron e invirtieron en sus pueblos familiares. En el siglo XX, las guerras y la emigración masiva a Estados Unidos guiaron el declive económico y demográfico del territorio. En verano, sin embargo, sus pueblos se llenan de retornados y es habitual oír los acentos de Boston o Nueva York, entremezclados con el griego, de sus hijos y nietos.
El eje central de la zona oeste de Zagori es el cañón de Vikos, que marca con su hendidura el paisaje y la vida de locales y visitantes. Con una longitud de unos 30 kilómetros, y una profundidad que varía de los 120 a 1.350 metros, es el paraíso para los amantes del senderismo. Irónicamente, el coche va a ser imprescindible para moverse entre pueblos y poder hacer rutas. El punto de partida para recorrer el desfiladero es el pueblo de Monodendri, si se hace la ruta de sur a norte, o el de Papingo si es a la inversa. Este es, según el libro Guinness de los Récords, el cañón más profundo del mundo y se recomienda apuntarse a un grupo con guía para recorrerlo. Pero, para quien se lo piense dos veces ante el descenso (y posterior subida) de unos 500 metros bordeando algún que otro precipicio, hay alternativas menos exigentes.
Uno de los itinerarios más bonitos es el trayecto que une Vradeto con el vecino Kapesovo a través de las escaleras de Vradeto, una senda de piedra del siglo XVII (sobre una hora de duración, solo ida). Hasta la construcción de la carretera en los años sesenta del siglo pasado —que rodea el cañón y conecta con las rutas que van hacia el puerto de Igumenitsa y los Balcanes—, los habitantes de Zagori se movían a pie o en mula por caminos y puentes de piedra que interconectaban los pueblos.
Usar el pueblo de Kipoi como base para hacer una ruta por algunos de estos puentes de piedra es otra buena opción. Durante un paseo por el arcén de la carretera que no lleva más de una hora y media van apareciendo los puentes de estilo otomano de Petsioni, Mylos, Kalogeriko —impresionante con sus tres arcos sobre las pozas de agua esmeralda transparente— y el de Kokoris. Los más animosos pueden seguir un par de kilómetros más en dirección al pueblo de Vitsa y llegar, aventurándose por un camino de tierra paralelo al río, hasta el puente de Kukulíu y luego el de Misius. La ruta entre Kipoi y Vitsa es sencilla, pero es importante tener en cuenta las fuerzas de cada excursionista y las horas de luz porque será necesario hacer el camino a la inversa. En Zagori no hay autobuses regulares que conecten los pueblos y los taxis se cuentan con los dedos de la mano.
Reponiendo fuerzas
Sin ser uno de los pueblos más turísticos, Kipoi tiene varios pequeños hoteles familiares, como el Rodia, en el que se desviven por el visitante, y una taberna al lado de la carretera, la de Mijális, centro de la vida social. La gastronomía de Zagori es de productos de montaña, contundente: guisos de carne, de alubias, embutidos, postres con moras y frambuesas y, sobre todo, empanadas caseras. Si en la taberna de Vradeto la de pollo era digna de mención, en la de Mijális es la empanada de setas o manitarópita. Otra pista gastronómica: si se visita esta región griega en otoño es casi obligatoria una parada en Kanella & Garyfallo, en Vitsa. Todo el menú del restaurante es a base de setas.
Para aquel que busque más animación —y esto es relativo porque esta es una de las regiones menos pobladas de Grecia—, lo mejor es ir hacia el pueblo de Papingo, donde se concentran la oferta turística y los visitantes. Esta no es solo la puerta norte a las excursiones por las entrañas del cañón de Vikos, también es el punto de partida para explorar los picos del monte Timfi y el lago Drakolimni. Como siempre, hay opciones para quien no quiera o no pueda hacer alpinismo. Papingo tiene un “hermano pequeño”: Mikro Papingo. Un pueblito a un kilómetro de distancia cuesta arriba desde donde admirar las vistas sin necesidad de grandes esfuerzos y con una sorpresa a medio camino: unas piscinas naturales donde uno puede —¡ojo! Solo en verano y pensándoselo mucho, ya que el agua baja helada de las cimas nevadas—darse un chapuzón.
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