Ícono del sitio La Neta Neta

Guía día a día para no perderse en la Semana Santa de Sevilla


La Semana Santa regresa a Sevilla después de dos años en los que la pandemia obligó a mantener las imágenes encerradas en sus iglesias. Hasta entonces, solo en 1933 no hubo pasos en las calles. Este año, las 60 hermandades que procesionan entre el Domingo de Ramos y el de Resurrección, sus miles de nazarenos, las decenas de músicos y costaleros que las acompañan, los sevillanos, pero también quienes vienen de otras partes de España y del extranjero, aguardan con mayor expectación que nunca la llegada de una fiesta popular que transciende lo religioso. Porque la Semana Santa sevillana embauca. Atrapa por la vista, con la belleza de las tallas, el baile de luces y sombras de los cirios y candelabros, el brillo de los palios y sus bordados o el zigzag multicolor de los capirotes. Por el oído, con el mismo silencio, con el quejido de las saetas, el roce de las túnicas o el caminar arrastrado de los costaleros en los adoquines tras el toque del llamador. Seduce también por el olfato, con el olor embaucador del incienso y el azahar que se descuelga de los naranjos. Pero también se siente —en el aliento y los empujones ansiosos del gentío, en el calor de la cera derretida o en el tacto de la madera cuando se palpa fugaz el canasto de un paso— y tiene el sabor de las torrijas, las pavías y el adobo del bacalao o los caramelos que reparten los nazarenos. 

Sevilla encierra muchas Semanas Santas. La que arranca en el fin de semana previo —donde salen las Hermandades de Vísperas, el Viernes de Dolores y el Sábado de Pasión—; la del puente —del Jueves Santo al Domingo de Resurrección—, y la que abarca sus siete días clásicos. Pero también hay una Semana Santa de día y otra de noche; de bullicio y de silencio; y está, además, la que se vive en los barrios, la que se disfruta en el casco antiguo de la ciudad, donde confluyen todas las procesiones, o la que bulle en Triana. 

Para disfrutar de todas ellas, antes conviene tener claros unos conceptos básicos. A los pasos aquí no se les espera, se les busca. Cada hermandad tiene cronometrado su recorrido de manera que se puede calcular (con un intervalo que, eso sí, a veces puede alagarse en el tiempo) en qué momento pasará la cofradía por las distintas calles. Esto permite poder esbozar cada día una ruta en función del lugar y la hora aproximada en la que pasan las imágenes de las que se quiera disfrutar. Y en ese ir y venir de peatones de una procesión a otra es donde se forman las bullas: un torrente de personas que, de manera súbita, pero sincronizada, se desplaza en masa de un lugar a otro para encontrar un nuevo paso. Lo más prudente es seguir la dirección por la que circula la gente. Porque en Sevilla la Semana Santa ha acostumbrado a sus vecinos a circular ordenadamente por las aceras para evitar colapsar entre los aluviones de transeúntes que oscilan entre una y otra hermandad.

Vísperas 

El Domingo de Ramos es, junto con La Madrugá, el día grande de la Semana Santa de Sevilla. Ya desde el Viernes de Dolores (8 de abril) y el Sábado de Pasión (9 de abril) —los días de vísperas— los sevillanos empiezan a desgranar esa ilusión que se va avivando durante la Cuaresma. Se trata de una Semana Santa desconocida, pero muy interesante porque se circunscribe a los barrios periféricos, como Pino Montano o Bellavista, el viernes, o Torreblanca, San José Obrero o Nervión, el sábado, donde asoman los primeros nazarenos que no harán la carrera oficial, el recorrido obligado que realizan todas las cofradías que salen entre el Domingo de Ramos y el de Resurrección y que pasa por la Campana, la calle Sierpes, la plaza del Ayuntamiento y la catedral. Esa zona, con 3.450 sillas, es la única donde se cobra por ver los cortejos procesionales y no es accesible para el turista.

Domingo de Ramos (10 de abril)

Este es el gran día. La primera de las siete hermandades que procesionan, la de la Paz, sale a la una de la tarde del barrio del Porvenir y pasea por el parque de María Luisa una hora más la tarde. Un escenario perfecto para esperar el paso comiendo en el restaurante La Raza, dentro del mismo parque. 

A las 17.30 el puente de Isabel II, o puente de Triana, empieza a llenarse con los capirotes azules y morados de la Hermandad de la Estrella, a la que en Sevilla se conoce como La Valiente porque fue la única que en 1932 salió en procesión en un clima muy convulso políticamente. Sus penitentes desafiaron la propaganda eclesiástica que había alertado de posibles ataques a las imágenes que procesionaran, pese a que el Ayuntamiento había garantizado la seguridad de sus recorridos. Desde entonces, solo la pandemia les ha obligado a quedarse en su templo. Al bullicio que rodea al palio de La Estrella lo precede el trianear del paso del Señor de las Penas, una escultura de 1644 de Juan de Arce —cuyo nombre apareció en un trozo de papel que se encontró en su interior con motivo de su restauración en 1997—. La primera en trianear —así se llama a la forma de andar característica de las imágenes del barrio sevillano en la que los costaleros mueven el paso al compás de las marchas— fue esta imagen, que también protagonizó, junto a la Virgen de la Estrella, una de las primeras películas de cine de la historia, cuando los hermanos Lumiére filmaron su recorrido por las calles sevillanas en 1898. 

El imponente paso del misterio de la Hermandad de la Cena, que representa la última colación de Jesús con los apóstoles, asoma alrededor de las 20.30 por la Cuesta del Rosario. Es uno de los más grandes y pesados de la ciudad por el número de figuras con las que tienen que cargar los costaleros. Su disposición y las marchas de la banda de Cornetas y Tambores de Las Cigarreras que lo acompañan compensan la espera, que se puede amenizar con unos caracoles en cualquiera de los bares de la plaza de La Mina. 

A escasos metros y a media noche entra en la plaza del Salvador el Jesús del Silencio, la talla del siglo XVII que abre la cofradía de La Amargura. Le sigue la profusión de los bordados que sujeta el palio de la Virgen, acompañada de un San Juan tallado por Juan de Mesa, el mismo imaginero que cinceló al Gran Poder. Y mientras se cena en La Bodeguita o La Alicantina, en la misma plaza, es imprescindible cerrar el día admirando el rostro del Cristo de la Hermandad del Amor que ya va de recogida rodeado de un silencio sobrecogedor. Su cara es casi un remedo perfecto del nazareno del Gran Poder, porque también comparten autor. 

Lunes Santo (11 de abril)

Esta es un día de fiesta en los barrios del Polígono de San Pablo, el Tiro de Línea y el Tardón, en Triana. Los nazarenos de San Pablo y Santa Genoveva, las hermandades de los dos primeros, parten poco después del mediodía acompañando a sus cautivos en un camino alegre, bullicioso y maratoniano —su recorrido de más de 14 horas es de los más largos—. A este último se le puede esperar a eso de las cuatro de la tarde por el arco del Postigo del Aceite, en pleno corazón de Sevilla, después de haber comido un buen pescado o marisco en la tasca La Isla, en la calle Arfe. 

La algarabía que acompaña a esas tres cofradías contrasta con la circunspección del silencio que abraza al Cristo expirante y contorsionado en la cruz de la Hermandad del Museo que sale de esa misma plaza a las 19.30. Para encarar el resto de la noche, conviene parar antes para reponer fuerzas en el Barrabás.

Si se quiere seguir avivando el pellizco turbador del sosiego de esa cofradía se puede caminar hasta la plaza de San Andrés para esperar a eso de las diez de la noche la entrada en la iglesia, también envuelta en mutismo e introspección, de Santa Marta, una hermandad de un único paso en el que destaca la rosa roja que, como una gota de sangre, parece caer de la mano del Cristo yacente. Fue el periodista Iñaki Gabilondo quien, en los años setenta, con su gesto de entregar a cada una de las hermandades del Lunes Santo una rosa roja del ramo que le había regalado un amigo como un gesto de aliento hacia su mujer, que se encontraba muy enferma, convirtió, sin quererlo, en una tradición el que ese multitudinario paso —por el número de figuras que lo integran— siempre salga con una rosa encarnada que sobresale entre el resto de las flores que adornan el paso. 

Después de tomar una buena tortilla de patatas o una ración de pollo frito en el Santa Marta, uno de los restaurantes de la plaza, es un buen momento para trasladarse hasta la calle San Jacinto, en Triana, para disfrutar del trianear, ya fatigado tras más de 10 horas de procesión, de la Hermandad de San Gonzalo cuando enfila su retirada por Triana hasta su barrio del Tardón. 

Martes Santo (12 de abril)

Los aficionados a los memes en redes sociales seguro que recuerdan la imagen de dos jóvenes gritando emocionados: ¡Guapa, guapa. Qué reina madre mía! Los halagos virales se los lanzaban a la Virgen de la Hermandad del Cerro del Águila, la más madrugadora del Martes Santo y una de las que más kilómetros hace este día. Emociona el ambiente del barrio, de los más humildes de la capital andaluza, durante la salida de la cofradía, cuando sus vecinos se lanzan a acompañar a sus tres pasos desde que echan a andar, un poco antes de las doce del mediodía, hasta que se recogen casi a las tres de la madrugada. 

Esta es también una jornada para disfrutar de los barrios. Junto a los arcos del acueducto romano que asoman en la avenida de Luis Montoto, a eso de las cuatro de la tarde y después de haber picoteado algo en La Chicotá —un bar con nombre cofrade, porque chicotá es al trayecto que recorre un paso desde que se alza hasta que vuelve a bajarse al suelo—, en esa misma calle se puede disfrutar de los tres pasos de la Hermandad de San Benito, una cofradía alegre y que encabeza el misterio del Ecce Homo, del que se puede tratar de descifrar la identidad de todos los personajes tallados por Antonio Castillo Lastrucci en 1928 (Poncio Pilatos, Claudia Prócula…).

ampliar foto

María Santísima de la Angustia, en la capilla de la Hermandad de Los Estudiantes, en Sevilla, en marzo de 2021. CRISTINA QUICLER getty images

El alboroto de San Benito contrasta con la gravedad que acompaña al imponente Cristo de la Hermandad de Los Estudiantes, una talla de Juan de Mesa de 1620. El patio del Rectorado de la Universidad de Sevilla, la antigua Fábrica de Tabacos (un edificio de arquitectura industrial del siglo XVIII, donde Carmen la Cigarrera amasaba las hojas de tabaco), opera como un poderoso escenario que potencia la fuerza de sus dos pasos, tanto a su salida, a las 18.30, como cuando llegan, pasada la media noche. Cualquiera de los locales de la calle San Francisco son buenos para tomar algo mientras se les espera. Cuando empieza a caer la tarde, en la plaza de la Alianza, junto al Alcázar, en pleno barrio de Santa Cruz, las notas graves del oboe, el clarinete y el fagot obligan a callar a quienes aguardan al crucificado de la Hermanad de la Santa Cruz, de finales del siglo XVII. Otro instante en el que la imagen y el entorno se funden en un momento mágico. 

Callejeando por el barrio de Santa Cruz se llega a la muralla de los jardines de Murillo. La noche que envuelve sus muros del siglo XII se ilumina, sobre las diez de la noche, con el claroscuro que proyectan los cirios que adornan el paso de la Virgen de la Calendaria en su regreso desde la catedral. Las luces danzan entre la piedra y la hiedra al ritmo de las marchas de la banda de la Cruz Roja y se apagan en lo troncos de las palmeras y las lianas de los ficus. Una estampa sonora y visual que luego se puede comentar al calor de la cena en la cercana taberna El 3 de Oro.

Miércoles Santo (13 de abril)

La plaza de abastos de la calle Feria, que mezcla los puestos de productos frescos con bares donde disfrutarlos, es un lugar perfecto para comer y arrancar el Miércoles Santo. A las tres de la tarde salen de la iglesia gótico mudéjar de Omnium Sanctorum las imágenes de la Hermandad del Carmen Doloroso. Si se agudiza la vista, entre las figuras del paso de misterio que representa la negación de San Pedro se distingue al gallo cuyo canto marca el límite de las tres refutaciones del principal discípulo de Jesús. 

La plaza de San Lorenzo acoge a la basílica del Gran Poder, uno de los escenarios imprescindibles. Sobre las 17.30, circulan por allí las imágenes del siglo XVII del Cristo y la Virgen de la vecina Hermandad del Buen Fin. Una buena excusa para ir familiarizándose con el barrio que vio nacer a Gustavo Adolfo Bécquer y en el que empezó a danzar Antonio el Bailarín. Para seguir con la nómina de personajes ilustres sevillanos hay que acudir de nuevo al centro para esperar a la cofradía del Cristo de Burgos, que tiene su sede en la iglesia de San Pedro, el único lugar de la ciudad en el que existe una constancia fehaciente del paso pintor Diego Velázquez. Allí fue bautizado el 6 de junio de 1599. El crucificado, de la cofradía del siglo XVI, que va precedido de música de capilla, procesionaba con cabellera natural hasta el siglo XIX. Un buen sitio para disfrutarla es en la calle Laraña, junto al palacio de los Marqueses de la Motilla, una construcción de estilo toscano de 1920. 

Antes o después se pueden reponer las fuerzas en cualquiera de los bares y restaurantes de la plaza de la Encarnación para emprender luego el camino hasta el barrio de San Bernardo, donde la rehabilitación de sus casas obreras ha revitalizado la zona. El puente de Los Bomberos es perfecto para ver pasar a la hermandad que lleva el nombre del barrio en el que también se ubica la Real Fábrica de Artillería, y es que ambas entidades, bomberos y Artillería, confluyen en ese punto. La vinculación de la cofradía con la factoría se hace notar en los candelabros delanteros del crucificado que semejan cañones y es a su paso cuando desde la estación de bomberos sus integrantes giran los focos hacía la talla para iluminarla. Pero San Bernardo no solo tiene implicaciones militares, también es una hermandad muy taurina y eso se aprecia en los respiraderos (las aberturas que llevan los faldones de los pasos para que les entre el aire a los costaleros) del palio de la virgen, que lleva alamares. Antes de irse a la cama para afrontar el ecuador y, quizás, el día más intenso de la Semana Santa, no viene mal saborear cualquiera de los platos de temporada de la carta del restaurante Alcuza, en la calle Campamento. 

ampliar foto

Un grupo de mujeres ataviadas con la tradicional mantilla, cerca de la basílica de La Macarena, en Sevilla, en abril de 2021. CRISTINA QUICLER getty images
Jueves Santo (14 de abril)

El Jueves Santo en Sevilla es un día de mantillas y de cofradías centenarias. Antes de arrancar la ruta procesional es obligado pasear por el centro o acercarse hasta el arco de la Macarena y cruzarse con las mujeres vestidas con mantilla, una tradición que cada año rejuvenece y se moderniza. Colocarse la mantilla con el broche prendido a la peineta es un arte difícil pero que puede aprenderse en los tutoriales de la página web de Juan Foronda, un comercio centenario especializado en mantones y donde, quien se anime, puede encontrar su tocado negro o aprovechar para comprarse ya un complemento para la feria. 

El jueves se encadena con La Madrugá, así que conviene guardar fuerzas y no extenuarse demasiado para aguantar en vela y de pie lo que queda de noche y la mañana del día siguiente. Las cuatro de la tarde, en plena digestión de una buena ración de espinacas con garbanzos o de pavías de merluza o bacalao en El Rinconcillo, la taberna más antigua de Europa (data de 1670), es un buen momento para disfrutar de la salida de la Hermandad de la Exaltación, más conocida como Los Caballos de Santa Catalina por los dos animales que cierran el misterio en el que aparece Jesús en la cruz junto con los dos ladrones, Dimas y Gestas. Un contorsionismo de colocación y gesticulación entre las imágenes, al más puro estilo barroco, que hace de ese paso uno de los de mayor peso de la Semana Santa. 

A media tarde, entre la plaza de la Alfalfa y la del Salvador, hace su recorrido una de las hermandades más antiguas de Sevilla, la de Los Negritos. En 1393, el arzobispo Gonzalo de Mena y Roelas abrió un hospital en la periferia para atender a los esclavos que venían del África subsahariana, propiciando la primera hermandad de negros de la historia. El primer alcalde de la II República de Sevilla fue el líder de la cofradía, y entre sus hermanos ilustres figura Antonio Machín, cuya estatua con dos maracas está frente a la iglesia de la hermandad. Su canción Angelitos negros se inspira en los ángeles negros que adornan su capilla. 

Poco antes de las ocho de la tarde desde la iglesia de la Magdalena, en el barrio del Arenal, sale el único paso de la Hermanad de la Quinta Angustia, que representa el desprendimiento de Jesús de la cruz. Es imposible no dejar de mirar el perfecto equilibrio en el que se balancea la talla del Cristo, gubiada por Pedro Roldán en 1659, mientras cuelga de la mortaja blanca que sujetan los Santos Varones, encaramados a una escalera. Antes de adentrarse de lleno en La Madrugá se puede parar a cenar una buena tapa de cuchara en el restaurante Donald, en el número 3 de la calle Canalejas, detrás del templo. Camino de la basílica de La Macarena también se puede parar para ver al nazareno de la Hermandad de Pasión —la única talla del maestro imaginero Juan Martínez Montañez, de quien aprendió Juan de Mesa— entrar en la basílica del Salvador pasada la media noche. 

ampliar foto

Miembros de la Hermandad de La Macarena, durante La Madrugá de 2019. CRISTINA QUICLER getty images
La Madrugá

Antes de afrontar esta larga noche que termina en el siguiente mediodía es importante saber que hay que salir a la calle pertrechado de calzado muy cómodo y camisetas térmicas, si no se dispone de un buen abrigo para afrontar el destemple que provocan los parones de la espera a las imágenes y la muerte pel’, como se describe en Sevilla al frío que se incrusta en los huesos pasado el alba, justo antes de que asomen los primeros rayos de la mañana. También hay que tener en cuenta que en La Madrugá impera la ley seca, una normativa municipal que obliga a cerrar los locales de restauración a la una de la mañana para evitar incidentes como los de 2017

La Macarena se hace esperar. Y es una espera emocionante, donde la expectación en las caras de los nazarenos que se van concentrando detrás de la basílica, en la iglesia de San Gil, se mezcla con la llegada de los armaos de la Centuria Macarena. Son la guardia que escolta al Señor de la Sentencia durante todo el recorrido vestidos como soldados romanos. Su origen se establece en el siglo XVII, entre los años 1653 y 1657, cuando iban vestidos a la milanesa y portaban armas que alquilaba la hermandad. Entre el trajín de capirotes verdes y plumas blancas irrumpe la ilusión de los vecinos agolpados en las vallas que marcan la salida. Quien espere en la plaza podrá distinguir las figuras de dos penitentes de impoluto negro. Son los hermanos del Gran Poder que acuden a La Macarena para pedirle la venia para poder entrar por delante en la catedral, un rito que se remonta a 1776.

Alrededor de las dos de la mañana la cofradía encara a la calle Feria, que abre el caminar incansable de paso del misterio del Señor de la Sentencia al ritmo de las cornetas y tambores de la banda Centuria Romana Macarena. Después llega la Virgen con sus ojos rojizos y la mirada agotada del llanto. Y aunque la atención pasea de la cara al manto, del manto al palio, del palio a las flores… el brillo esmeralda que irradia el cristal de roca que pende en su pecho atrapa el interés. Son las cinco mariquillas que le regaló el torero Joselito El Gallo, en 1913, y que desde entonces acompañan a La Macarena en todas las estampas que se han reproducido con su imagen. 

La Madrugá enhebra en unas horas la sucesión de contrastes de los que se tejen los siete días de la Semana Santa. Junto a las cofradías jaleosas como La Macarena recorren la noche hermandades calladas como la del Silencio, el Calvario o el Gran Poder. En una ciudad de extremos, de filias y de fobias, que al nazareno del Gran Poder se le haya bautizado como el Señor de Sevilla no es casualidad. La mirada vacía de madera, con las vetas atravesando el resto de su cara rematada en una serpiente que se enrosca a modo de corona de espinas, o la astilla que asoma del entrecejo de su ojo derecho explican la unanimidad de la devoción que suscita, por encima de cualquier creencia religiosa. La talla que Juan de Mesa esculpió en 1620 merece aguantar en la calle hasta las cuatro de la madrugada cuando pasa por la plaza del Triunfo, justo al salir de la catedral. Y aunque no necesita de más ornato, es imposible no reparar en el canasto sobre el que se eleva. De madera de cedro, y custodiado por 24 angelotes, ocho cartelas y seis ángeles pasionistas, es el más antiguo que procesiona por la capital andaluza. Lo hizo Francisco Ruiz-Gijón en 1680. 

Del hieratismo y sobriedad del Gran Poder a la algarabía de la Hermandad de la Esperanza de Triana. Esa alegría se encarna en el caminar de su primer paso, el del Cristo de las Tres Caídas. El ejemplo más extremo de lo que es trianear. Sus costaleros se mueven en cada chicotá al ritmo que dictan los agudos incansables de la banda de Cornetas y Tambores de las Tres Caídas. Caminan hacia adelante, hacia atrás, hacia los lados… Un espectáculo que continúa con la exuberancia del palio de la Virgen, una talla anónima del siglo XIX, restaurada hasta en dos ocasiones. Esa vitalidad puede despabilar el ánimo a eso de las siete y media de la mañana cuando pasa por la calle Adriano camino de Triana y se para a saludar a la torera Virgen del Baratillo, en su diminuta capilla en La Maestranza. 

En la Hermandad de los Gitanos los ánimos no decaen, aunque ya esté bien entrado el día. Sobre las diez de la mañana la esbelta figura de su nazareno desciende con su firme y pausado caminar por la Cuesta del Rosario. Sus titulares aún no han decido qué túnica llevará el señor ni el manto de la Virgen. La última vez que salió, en 2019, iba vestida con el manto burdeos de terciopelo de Lyon con bordados en oro, conocido como “de la Duquesa”, por ser una donación de la fallecida duquesa de Alba, Cayetana Fitz-James Stuart. 

Quien no quiera irse a la cama o quien no haya aguantado en pie toda La Madrugá puede aprovechar la mañana para ir a buscar a La Macarena, La Esperanza o al Nazareno de los Gitanos por sus barrios y verlos entrar en sus templos; y aprovechar para desayunar churros en el quiosco que hay frente a la basílica, un café con tostada en la plaza Santa Ana o un buen chocolate en El Pilar, respectivamente. 

Viernes Santo (15 de abril)

El Viernes Santo en Sevilla arrastra cansancio y conviene apurar la jornada para economizar la energía. Este día es, tras el Miércoles Santo, en el que más crucificados salen a las calles. Los primeros son los del primer paso de la Hermandad de la Carretería, que es, además, el misterio del Calvario más completo de la ciudad. Las cinco de la tarde, después de tapear por cualquiera de los bares que la bordean, es un buen momento para esperarlo en la céntrica calle Gamazo. Un poco más tarde, sobre las siete, la Hermandad de San Isidoro recorre la calle Cuna, otra vía cofrade sevillana por excelencia, y la envuelve con su silencio. Muy vinculada al Ejército del Aire, su dolorosa, una talla anónima del XVII, lleva en sus manos una réplica del Plus Ultra, el primer avión que hizo un vuelo transatlántico desde España.

Si aquí hay un crucificado icónico es el del Cachorro, con sus ojos claros y vidriosos levantados al cielo. Cuenta la leyenda que en medio de una crisis creativa y ante la imperiosa necesidad de terminar su encargo para la hermandad, el imaginero Francisco Ruiz-Gijón se lanzó a la calle en plena noche y tras cruzar el puente de barcas de Triana vio como apuñalaban a un gitano conocido como Cachorro. El artista rápidamente trasladó su mirada agonizante al carboncillo y de allí a la madera. Cuando su Cristo procesionó por primera vez en 1682 los vecinos de Triana empezaron a exclamar: “¡Mirad, si es Cachorro!”. A las nueve y media de la noche, esa misma mirada pasa por debajo del arco del Postigo del Aceite. La cena está garantizada en cualquiera de los bares de la zona. 

Para cerrar el día, a medianoche, apenas salido de la catedral, el único paso de la Hermandad de la Mortaja recorre la calle Argote de Molina. La concurrida disposición de las figuras del misterio, que representa el momento en el que Jesús va a ser amortajado, va precedida de un muñidor que con toques de campana anuncia la llegada de la cofradía y 18 ciriales —en el resto de hermandades siempre son seis— que representan a cada uno de los asistentes al entierro de Cristo. 

Sábado Santo (16 de abril)

El penúltimo día de la Semana Santa las hermandades se vuelven crípticas y alegóricas. Una buena forma de empezar es picoteando antes o después de las tres de la tarde por los bares del barrio de San Julián, la plaza del Pumarejo o la de San Marcos, de donde sale a esa hora la Hermandad de los Servitas. El misterio, que representa a Jesús muerto en el regazo de su madre, está formado por tallas del XVIII. Un poco más adelante, y sobre las cinco de la tarde, por la plaza de Santa Catalina procesionan los tres pasos de la Hermandad de la Trinidad. El que lo encabeza simboliza el misterio de la Santísima Trinidad. Además de a Dios Padre, Dios Hijo y el Espíritu Santo, una mujer dormida, representa a la Iglesia, también dormida, y al lado del Padre está la Fe.

Una buena parábola que se puede ir desentrañando mientras se saborea el clásico cazón en adobo del Barbiana, en la calle Albareda. Esa conversación sobre simbología puede venir muy bien para abordar los tres pasos de la Hermandad del Santo Entierro, a la que acompañan nazarenos del resto de las 59 hermandades que salen durante la Semana Santa. Arranca la cofradía con el misterio del Triunfo de la Cruz sobre la muerte, representada por un esqueleto en actitud pensativa que está sentado sobre un globo terráqueo. A esta figura, tallada en 1691, muy elocuentemente se le ha bautizado como “La Canina”. A este paso alegórico le sigue el del cuerpo yacente del redentor, una talla de Juan de Mesa de 1620 que reposa en el interior de una urna. Cierra la procesión la visión de Juan de Astorga del duelo tras la muerte de Jesús, que el imaginero esculpió en 1829, salvo la virgen, obra de Antonio Cardoso de Quirós en 1691. 

Dicen en Sevilla que los trajes de gitana para la Feria hay que desempolvarlos cuando entra en su iglesia la Soledad de San Lorenzo. Es la virgen más antigua que sale en la ciudad. Data de 1606 y fue la primera que circuló bajo palio. Curiosamente, ahora lo hace sin él. Se puede esperar su recogida pasada la media noche, cenando en la Antigua Abacería de San Lorenzo o en el bar El Sardinero, en la misma plaza San Lorenzo. 

Domingo de Resurrección (17 de abril)

Toca madrugar. La única cofradía que sale a la calle, la de la Hermandad de la Resurrección, sale a las 8.30 de la iglesia gótica de Santa Marina, en la calle San Luis. No obstante, para quien quiera dormir un poco más, puede ver sus pasos a medio día por la plaza del Cristo de Burgos y aprovechar para comer en El Bache, el restaurante en el que cenó el expresidente de Estados Unidos, Barack Obama, cuando visitó Sevilla en 2019. 

Los aficionados a los toros saben que el Domingo de Resurrección es el día taurino por excelencia de Sevilla. Quien no tenga entradas para la corrida de la Maestranza —donde lidiará una terna de esencia sevillana con Morante de la Puebla, Pablo Aguado y Juan Ortega—, puede disfrutar del ambiente perdiéndose por las calles del Arenal o dando un paseo por el Guadalquivir a la espera de que se abra la Puerta del Príncipe.

Encuentra inspiración para tus próximos viajes en nuestro Facebook y Twitter e Instragram o suscríbete aquí a la Newsletter de El Viajero.




Source link

Salir de la versión móvil