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Gustavo Petro, ¿populista o pragmático?

EL PAÍS

En un inédito discurso el pasado 14 de febrero de 2023, el presidente de Colombia, Gustavo Petro, habló a los colombianos durante más de una hora desde el balcón de la Casa de Nariño. Su objetivo era legitimar sus acciones frente al inmenso reto de llevar a cabo su programa de reformas sanitaria, laboral y de pensiones. La alocución también buscaba mantener viva su relación con los colombianos a través de lo que más le gusta: el verbo. En la inmediatez, diversos medios lo calificaron de populista, sectario, divisionista y arrogante.

¿Cómo entender el discurso del pasado 14 de febrero? ¿Qué encarna realmente Petro a través de su verbo? Como expone el reconocido politólogo francés Pascal Perrineau en su libro Populismo, desde hace más 40 años estudiosos de la materia han tratado de dilucidar este concepto, utilizado para descalificar al adversario político y como sinónimo de demagogia. El populismo tiene una larga historia. Nace en Rusia en el marco de la lucha de un movimiento agrario contra el zar, se manifiesta en el siglo XIX en Estados Unidos con el Partido del pueblo (People’s Party) y, de manera reciente, se personificó en Donald Trump.

Europa tampoco ha estado a salvo, por ejemplo, en Francia se gestó en la extrema derecha, con Jean-Marie Le Pen y su partido Frente Nacional, heredado por su hija, Marine Le Pen, hoy líder de Reagrupamiento Nacional. Italia también ha sido tierra fértil para ese fenómeno, con el telepopulismo de Silvio Berlusconi, un hombre de negocios dueño de la televisión que logró cautivar a la sociedad y llegar a ser primer ministro en tres ocasiones entre 1994 y 2011.

América Latina ha tenido dos grandes olas. La primera a principios del siglo XX, en Brasil con Getulio Vargas, en Argentina con Juan Domingo Perón y en Bolivia con Víctor Paz Estensoro, entre otros. En la segunda mitad del siglo, el populista más famoso fue Hugo Chávez, presidente de Venezuela entre 1999 y 2013.

¿Cómo definir entonces el populismo? Es la llamada al pueblo para que tenga una figuración propia, un enfrentamiento con las élites y un registro emocional donde el pueblo busque cambiar del statu quo. Finalmente, es un estilo político, se necesita una figura carismática y una relación estrecha con las masas.

En ese marco, no se puede olvidar el recorrido de Gustavo Petro. Antes que alcalde, senador y presidente, ha sido un rebelde. En esta ocasión, a pesar de vestir el traje presidencial, su marca fue la de exponer con un sentido crítico el escenario sociopolítico. Más allá de las veces que pronunció en el discurso la palabra pueblo (7 veces), la espina dorsal de su discurso está compuesta por otros conceptos reiterados más veces: humanidad (15), sociedad (12), cambio (12), crisis (9), mundo (9) y bienestar (9).

El suyo es un discurso abierto al mundo donde los temas de la agenda nacional como las crisis ecológica y económica se sintonizan con la coyuntura internacional: “El mundo está en crisis. Esa es la realidad (…) la humanidad está en crisis y podríamos resumirla en la crisis climática”. Esa realidad mundial es la que viven millones de damnificados por inundaciones, personas con hambre y enfermedades causadas por el cambio climático.

Crítico de un sistema, una visión del mundo, y la ideología del neoliberalismo, asegura que esta ha traído la desigualdad, la violencia, la pobreza, y el hambre. Así lo afirma airadamente: “El neoliberalismo nos engañó: una parte puede comer, otra no; una parte puede estudiar, otra no; una parte del mundo rural puede tener tierra, otra no; una puede tener salud, otra no”.

Petro, el populista, se pone del lado de aquellos que, como el premio Nobel de economía Joseph Stiglitz, no ocultan los desmanes de este modelo: “Si no bastó la crisis financiera de 2008 para darnos cuenta de que la desregulación de los mercados no funciona, debería bastarnos la crisis climática: el neoliberalismo provocará literalmente el fin de la civilización (…) Debemos revivir la Ilustración y volver a comprometernos con honrar sus valores de libertad, respeto del conocimiento y democracia”.

El presidente colombiano utiliza la retórica de los oradores que desean la adhesión de su auditorio. A través de la anáfora, busca darles mayor fuerza y contundencia a sus palabras, mediante una sistemática repetición de conceptos al inicio de cada frase. Un ejemplo es el famoso discurso pronunciado por Martin Luther King en el Lincoln Memorial el 28 de agosto de 1963, con la famosa frase: “I have a dream”.

Gustavo Petro recurrió a esta figura para subrayar sobre la enorme desigualdad del país: “Cómo nos hemos acostumbrado a que la desnutrición crezca”; “cómo nos hemos acostumbrado a que niños fallezcan por agua potable”; “cómo nos hemos acostumbrado a que solo una juventud pueda entrar a la universidad”; “cómo nos hemos acostumbrado a que la corrupción se adueñe del poder”.

El populismo de Petro aparece también al escoger su vocabulario. De fácil acceso, sus palabras suenan banales: agua, hambre, tierra, enfermedad, comida caliente. Son también las palabras del reciente informe de la ONU, el cual expone que 15 millones de colombianos se encuentran en condición de inseguridad alimentaria en vastas zonas del país como los departamentos de la Guajira, Sucre, Cesar y Chocó. Según dio a conocer en reciente rueda de prensa el director del programa mundial de alimentos de la ONU en Colombia, las poblaciones más afectadas son las etnias y los desplazados. Cerca del 40% de los colombianos no puede comer tres veces al día.

Sin duda, la apelación al pueblo a levantarse, actuar y apoyar las reformas se desliga de las tradicionales alocuciones presidenciales. Su llamado es más cercano a la movilización de las masas de Hugo Chávez. Un análisis de los discursos de Chávez y Uribe constata que la esencia del proyecto chavista era crear una fuerza política. Mientras Chávez hablaba de “un pueblo de pie” y “un pueblo resistente” Uribe se refería “al pueblo ordenado y trabajador”.

Es la primera vez en la historia de Colombia que el país tiene a un hijo del pueblo gobernando. Es la primera vez que las élites no hacen parte del poder y no definen el rumbo del país. Este es el verdadero cambio en Colombia: no son las reformas que no fueron analizadas en múltiples espacios, fueron sus palabras. El discurso de Gustavo Petro, claro, franco y analítico choca con la histórica manera de ver al pueblo en Colombia. Es el paso de la resignación a la indignación.


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