Hadi Matar, el verdugo anodino que quiso ejecutar la fetua contra Salman Rushdie

Hadi Matar, el verdugo anodino que quiso ejecutar la fetua contra Salman Rushdie


Hadi Matar comparecía este jueves ante un tribunal en Mayville (Nueva York).ANGELA WEISS (AFP)

Aún resonaba el eco de los tambores de la Ashura, la celebración chií del martirio del imán Husein, que este año fue el 9 de agosto, cuando un joven de origen libanés, dependiente de una tienda de saldos y boxeador aficionado, se abalanzó con un cuchillo contra el escritor Salman Rushdie, condenado a muerte en 1989 por el régimen teocrático iraní. Rushdie se disponía a dar una conferencia el pasado día 12, viernes —el día sagrado para los musulmanes— en el oeste del Estado de Nueva York. Fue entonces cuando Matar irrumpió en el estrado y los 33 años de espera desde la publicación de la fetua contra el autor angloindio estuvieron a punto de diluirse en un baño de sangre.

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El agresor, de 24 años e hijo de padres libaneses refugiados en EE UU, ha confesado que no había leído más que un par de páginas de Los versos satánicos, el libro calificado de blasfemo por el gran ayatolá Ruholá Jomeini, artífice de la revolución islámica de Irán en 1979. Es probable que no entendiera el significado de esas líneas, dotadas de vida propia gracias a la poderosa inventiva de Rushdie, pero no le hizo falta para obedecer ciegamente la sentencia: dar muerte al impío que insultó al islam, y por cuya cabeza Teherán ofrecía más de tres millones de dólares.

Desde la cárcel, en declaraciones al diario The New York Post, Matar mostraba el miércoles su sorpresa por el hecho de que Rushdie, gravemente malherido, siga con vida, aunque puede perder un ojo. Había visto imágenes de su objetivo en vídeos en YouTube para identificarlo, y decidió que la ocasión más propicia era una conferencia sobre el papel de EE UU como refugio de escritores amenazados que Rushdie tenía previsto pronunciar antes de que se cruzara en su vida el torpe verdugo.

Matar decidió acudir a la localidad de Chautauqua después de que el escritor anunciase su presencia en redes sociales. “Es alguien que atacó al islam”, dijo al diario neoyorquino, justificando el ataque, aunque sin confirmar que actuase movido por la fetua de Teherán. “Respeto al ayatolá. Creo que es una gran persona. Es todo lo que puedo decir”, se limitó a contestar al diario. En términos casi idénticos se expresó, en la primera reacción oficial tras el suceso, Teherán, que responsabilizó a Rushdie del ataque por haber insultado al islam, a la vez que negaba toda relación con el agresor. Un juez prohibió este jueves a las partes discutir o hablar del caso con los medios de comunicación.

Todo lo que se sabe de Matar, con una existencia anodina hasta hace una semana, se debe a pinceladas de los medios y las redes sociales. En Twitter brotaron el viernes los primeros datos sobre su identidad: acólito de los grandes ayatolás iraníes y titular de un carné de conducir falso, emitido en Nueva Jersey, a nombre de Hassan Mughniyah. Un guiño, también un secreto homenaje, a un apellido cuasi sagrado para las huestes de Hezbolá, el partido-milicia chií libanés: el del mártir Imad Mughniyah, que fuera jefe de seguridad y uno de los más importantes comandantes de la formación, eliminado por Israel en Damasco en 2008. Varios medios iraníes, todos en la órbita oficialista, ensalzaron enseguida a Matar como “un héroe libanés”.

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SuscríbeteVuelco en Líbano

Fue precisamente en Líbano donde las creencias de Hadi Matar dieron un vuelco. En 2018 pasó un mes entero en Yarun, una localidad de Nabatiyeh, en el sur del país y feudo de Hezbolá. Había ido a visitar a su padre, radicado de nuevo en el lugar después de divorciarse de la madre de Matar. El sur de Líbano, zona de mayoría chií, es de una observancia tan estricta que los hombres evitan incluso dar la mano a mujeres extranjeras (infieles, por naturaleza) que visitan sus lares, algo contradictorio, o cuando menos chocante, con la tradicional hospitalidad árabe.

De esa estancia en Yarun el chico volvió transformado, ha contado su madre esta semana, en declaraciones casi monosilábicas, al diario The New York Times. Dejó de hablar a sus hermanos y se encaraba con ella porque, como toda madre, insistía en el valor de los estudios para forjarse un porvenir en el llamado país de las oportunidades. Matar hizo oídos sordos, y su existencia cotidiana discurría entre el almacén de ropa de saldo donde trabajaba con un contrato basura y un gimnasio a unos tres kilómetros de su domicilio, donde practicaba boxeo. En un correo electrónico que envió al director del centro para cancelar su matrícula solo tres días antes del ataque, aparece como avatar de su cuenta una imagen de Alí Jamenei, actual líder espiritual de Irán, según pudo comprobar The New York Times. El responsable del gimnasio, que describe a Matar como un joven delgado y torpe, de aspecto siempre triste, reparó en la fotografía después del suceso.

Nada en la existencia de Matar parecía indicar que se estuviera forjando un terrorista, si acaso su insistencia en la religión para responder a las quejas de su madre para que estudiara. Pero un repaso a acontecimientos coincidentes con lo que los medios iraníes han bautizado como gesta permite establecer conclusiones, o cuando menos ciertas conexiones. El atentado contra Rushdie se produjo dos días después de que EE UU acusase a un miembro de la Guardia Revolucionaria, la fuerza de élite iraní, de intentar asesinar a John Bolton, quien fuera asesor de Seguridad Nacional de Donald Trump. Ese mismo día, un afgano suní era detenido en Albuquerque, en el Estado de Nuevo México, por el asesinato de cuatro musulmanes, tres de ellos chiíes, lo que despertó temores a venganzas sectarias entre las dos ramas del islam. Entretanto, los rumores sobre la reactivación del pacto nuclear iraní llegaban en oleadas hasta Washington. Que Matar sea o no un eslabón en la concatenación de los hechos, o un simple lobo solitario, como cree la policía, lo determinará la justicia. La justicia terrenal. Él tiene bastante, de momento, con arrostrar las consecuencias de intentar aplicar la divina.

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