Hamzah, el príncipe heredero jordano que ya no quiere (ni puede) reinar


El marido de la reina Rania frente al hijo de la reina Noor. El juego de tronos que desestabiliza a Abdalá II, de 60 años, se ha cerrado aparentemente con la renuncia de su medio hermano, primógenito del cuarto y último matrimonio de un padre común: el rey Husein de Jordania, fallecido en 1999. El príncipe Hamzah, de 42 años, que fue designado heredero del trono cuando su hermanastro llegó al trono, ha renunciado al título dinástico en una carta que fue publicada en Twitter el domingo. Sospechoso de sedición en una conjura “inspirada desde el extranjero” que acabó con un miembro de la familia real y un exministro entre rejas, se encuentra bajo arresto domiciliario de hecho desde abril de 2021.

“He llegado a la conclusión de que las convicciones y principios que mi padre me inculcó ya no guardan relación con la deriva que siguen nuestras instituciones”, justifica su salida de la línea dinástica, de la que fue apartado en 2004, poco después de haber formado su propia familia, en favor del primogénito de Rania y Abdalá, el actual príncipe heredero Husein, de 27 años.

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El linaje y el derecho al trono no siempre corren en paralelo en las monarquías árabes, preocupadas ante todo por perpetuar la estabilidad del trono frente a eventuales regicidios. El propio rey Husein confirió el título de heredero a su hermano, el príncipe Hasan, antes de elegir, ya en su lecho de muerte, entre Abdalá, el primero de sus descendientes varones, y su hijo favorito, el entonces adolescente Hamzah. Escogió al primogénito habido con segunda esposa, la princesa Muna, de acescencia británica, frente al que tuvo con Noor de Jordania, de origen estadounidense. La designación de Hamzah como heredero por parte de Abdulá, de conformidad a la tradición, fue el pacto de familia que facilitó la sucesión en la monarquía hachemí.

La decisión contentó a la consorte viuda Noor, pero la nueva reina Rania pronto hizo valer la primicia del derecho de sangre de su primer vástago. Desde entonces, la relación entre los dos hermanastros no dejó de empeorar. La intentona de sedición agudizó hace un año la tensión dinástica en el oasis de calma y seguridad que Jordania aspira a representar en medio de las turbulencias de Oriente Próximo. Más conocido como destino turístico exótico y por el glamur de papel cuché de su realeza, el país que linda con la orilla oriental del río Jordán no es ajeno a revueltas identitarias entre beduinos y palestinos, disturbios políticos y sociales, ni conspiraciones palaciegas.

Miembros de la familia real hachemí, el domingo en un acto en Amán. En primera fila, a la derecha, el rey Abdalá II. En la segunda, en el centro, el príncipe Hamzah.YOUSSEF ALLAN / EFE

Los analistas de la prensa jordana resaltan ahora la contradicción entre la petición de perdón que el ex príncipe heredero presentó hace un mes en persona al monarca, de acuerdo con un comunicado de la Casa Real, y la renuncia que ha hecho pública en las redes sociales, coincidiendo con el inicio del mes sagrado musulmán de Ramadán. Ahora se limita a anunciar que seguirá sirviendo a su país “desde una actividad privada”. Antes se había mostrado arrepentido. “Me equivoqué, Majestad, y errar es humano”, escribió en la carta difundida en marzo. “Sin embargo, asumo la responsabilidad por los actos que cometí [contra el rey], y pido perdón al pueblo de Jordania”, apostilló.

La nada fraternal disputa hereditaria por el trono de Amán esconde además la falla de fractura de una nación que acaba de cumplir un siglo desde su creación. La Transjordania establecida bajo Administración colonial de Reino Unido al término de la Segunda Guerra Mundial fue ideada para acoger a tribus beduinas al margen del Mandato británico sobre los territorios actuales de Israel y Palestina.

El matrimonio de Abdalá II con la palestina Rania, nacida en el exilio de una familia huida tras el nacimiento del Estado judío en 1948, encarna en gran medida el pacto entre las dos grandes comunidades del país. El príncipe Hamzah, por su lado, representa la defensa de los privilegios de los herak, cofradías tribales beduinas, que ven con preocupación la transformación de Jordania en una sociedad cada vez más diversa.

Un tribunal militar condenó el pasado verano a Sharif Hasán bin Zaid, miembro de la familia real y amigo de infancia del monarca, y al exministro y asesor real Basem Awadalá, a 15 años de prisión por su implicación en la trama de sedición atribuida al príncipe Hamzah. Ambos tienen también nacionalidad saudí y han mantenido estrechas relaciones con Mohamed Bin Salmán, príncipe heredero de Arabia Saudí y hombre fuerte de facto en Riad.

Cuando Hamzah se vio acosado por la mujabart (los servicios de inteligencia) jordana difundió hace un año un vídeo a través de la cadena británica BBC en el que denunciaba “el desgobierno, la incompetencia y la corrupción que han prevalecido en Jordania desde hace 15 años”. No ha sido visto en público desde que, pocos días después de la emisión de la grabación, participó junto con el resto de la familia real en una ceremonia de homenaje a los antepasados de la dinastía hachemí.

Casas de lujo no declaradas por el rey en el extranjero

Los denominados Papeles de Pandora, una filtración conseguida por el Consorcio Internacional de Periodistas de Investigación, en cuyo análisis colaboró EL PAÍS, revelaron el pasado octubre que Abdalá II es propietario de 14 viviendas de lujo no declaradas, repartidas por el Reino Unido y Estados Unidos. Los inmuebles fueron adquiridos a través de empresas pantalla registradas en paraísos fiscales, y su valor total se eleva a más 96 millones de euros. Las viviendas incluyen una casa en Ascot, Reino Unido, donde se celebran las carreras de caballos favoritas de la aristocracia británica; varios apartamentos en el centro de Londres; otros cuatro pisos de lujo en Washington, EE UU, con vistas panorámicas al río Potomac, y tres casas contiguas en primera línea de mar en Point Dume, cerca de Los Ángeles, en California.

La economía de Jordania lleva tiempo marchitándose, con más de 25% de tasa de desempleo (el 40% entre los menores de 30 años), y con más de un millón de refugiados sirios a su cargo, entre 10 millones de habitantes. Las consecuencias de la guerra en los vecinos Irak y Siria han agudizado su declive como cruce de vías comerciales. Y el nuevo orden regional surgido de los llamados Acuerdos de Abraham (suscritos por Israel y monarquías del Golfo y el Magreb para hacer frente a Irán) ha acabado por relegar al antiguo islote de estabilidad jordano en las revueltas aguas de Oriente Próximo.




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