En esta sexta ola de covid, España —como otros países— ha intentado frenar al virus que más rápidamente se ha propagado en la historia de la humanidad —la variante ómicron del SARS-CoV-2— con una mezcla de medidas que nadie sabe a ciencia cierta hasta qué punto han sido útiles. El pico queda cada vez más lejos, todos los indicadores llevan semanas cayendo, y empezaron a hacerlo aproximadamente al mismo tiempo en las comunidades más restrictivas y en aquellas que impusieron menos limitaciones.
Se han combinado medidas más cosméticas, como las mascarillas en exteriores, que a partir de este jueves han dejado de ser obligatorias, con otras que cuentan con evidencias a su favor, como esta misma protección en interiores, o la ventilación. Ha habido comunidades más severas, como Cataluña, que incluso impuso toque de queda, y otras menos, como Madrid, que se limitó a las mínimas posibles. Pero en prácticamente todo el territorio han sido suaves si se comparan con las de olas precedentes.
La idea de las autoridades sanitarias que han impuesto restricciones es frenar la transmisión con el menor impacto en la economía, reduciendo las interacciones sociales, con menos aforos o limitación de determinadas actividades; o poniendo obstáculos al virus cuando se producen, como hacen las mascarillas, las distancias de seguridad o la restricción de aforos. Desde el principio se aplican en conjunto sin que se conozca siempre y de forma exacta hasta qué punto son útiles por separado. Es imposible: en una emergencia sanitaria de estas características, no da tiempo a estudiarlas al detalle para actuar después. Sería demasiado tarde.
Pedro Gullón, de la Sociedad Española de Epidemiología (SEE), cree que es “tremendamente difícil” saber si las medidas han sido útiles. “Necesitarías medir dos zonas muy parecidas, una con medidas y otra sin ellas. La pandemia termina afectando siempre a unas comunidades más que a otras, probablemente debido a factores más estructurales y previos. Y las medidas que se han impuesto son, o de dudosa utilidad, como el pasaporte covid, o muy suaves. No creo que hayan marcado la diferencia; quizás han moderado el crecimiento o ayudado a que el pico se alcance antes”, señala.
La intuición llevaría a pensar que después de dos años de pandemia, con mayor conocimiento del virus, las medidas serían cada vez más efectivas y conseguirían frenar con mayor eficacia su propagación. Y lo que hemos encontrado es una ola de dimensiones nunca vistas hasta ahora en términos de contagios (no así de gravedad).
Pero la ómicron también tiene una capacidad de propagación muy superior a sus predecesoras. Y las medidas han sido mucho más laxas que en otras olas, gracias a una mayor levedad intrínseca de la variante y a que las vacunas han reducido drásticamente la cantidad de personas que han requerido hospitalización tras infectarse.
La comparación entre comunidades para comprobar la efectividad de sus respectivas medidas es en vano. El reporte de los casos ha sido tan irregular, los contagios están tan infraestimados en la mayoría de ellas, que no ofrecen una imagen realista de lo que realmente ha sucedido. Una aproximación más afinada sería medir las hospitalizaciones de cada autonomía. En enero, lideró la clasificación una comunidad que había impuesto un buen número de restricciones sociales, Aragón (1.808 personas hospitalizadas por cada 100.000 habitantes); y la sigue Madrid (1.647), que casi no tenía. Canarias, con muchas medidas en marcha (aforo, límite de personas en reuniones, horarios de cierre…), es la que menos hospitalizaciones suma (585), pero tras ella se sitúa Extremadura (676), que no las ha impuesto. Estas mediciones no tienen en cuenta la edad media de las poblaciones, la inmunidad previa, la vacunación, la movilidad o la densidad de población. El puro azar también influye en la expansión del virus.
Fernando Rodríguez Artalejo, catedrático en Salud Pública de la Universidad Autónoma de Madrid, piensa que es imposible conocer la efectividad de las limitaciones con los datos que se manejan: “Mi impresión es que ante una variante enormemente transmisible las restricciones parciales, como las que se han hecho en Cataluña, son insuficientes para reducir la transmisión de forma apreciable. Algo habrán servido, pero al dejar fuera muchos ámbitos de la vida donde la transmisión es posible, el impacto neto acaba siendo mínimo. Esta misma impresión es más o menos la que tengo cuando miro a la situación en Europa”.
En el lado contrario, Álex Arenas, investigador de la Universitat Rovira i Virgili de Tarragona, que forma parte del equipo que asesora a la Generalitat de Cataluña, defiende que las medidas de esta comunidad autónoma sí han servido para evitar el colapso hospitalario: “Habíamos hecho proyecciones de datos con y sin medidas y se cumplieron las que preveíamos con ellas. Han sido esenciales para no rebasar el techo sanitario”.
El problema, dice Salvador Peiró, epidemiólogo de la Fundación para el Fomento de la Investigación Sanitaria y Biomédica de la Comunidad Valenciana, es que se trata de un pez que se muerde la cola: “En sitios con muchos contagios se imponen más medidas, pero hay más transmisión. Ves las cifras de lugares de Cataluña y puede parecer que no han sido muy eficaces, pero algo habrán hecho para ralentizar las infecciones”.
Otra cuestión que no miden los datos es el cumplimiento de estas medidas. Una cosa es lo que dicen las normas y otra su cumplimiento, que después de dos años de pandemia “es mucho más laxo tanto por parte de los ciudadanos como de las autoridades”, en palabras de Óscar Zurriaga, de la SEE.
En lo que coinciden los expertos es que no todas las medidas son iguales ni tienen el mismo impacto. Estas son las principales:
Vacunas
Sin las vacunas, la sexta ola habría sido un drama similar al de la primera, a no ser que se hubieran impuesto duras restricciones sociales que van mucho más allá de las que se han aplicado. Es lo que dicen los datos del Ministerio de Sanidad, que muestran que los vacunados se han contagiado menos y, sobre todo, han requerido menos hospitalización. La última semana, la franja de edad de entre 60 y 79 años, la que más cuidados intensivos requiere, ha tenido una tasa de ingresos en UCI 42 veces mayor entre no vacunados que entre quienes sí lo estaban. De esto se deduce que sin las vacunas, los hospitales, que han quedado al límite de su capacidad estructural, habrían colapsado por completo.
Aislamientos y cuarentenas
Tanto los aislamientos como las cuarentenas han sido cada vez más flexibles, pero se han mantenido en al menos siete días para las personas que contraen la covid. Peiró cree que, más allá de la mascarilla en interiores, es la única medida realmente útil y generalizada. “En cierta forma, ómicron se puede frenar poco si no impones medidas muy, muy extremas. Pero sí puedes ralentizarla, que no todos los casos sean al mismo tiempo para evitar el colapso. Y los aislamientos en este sentido han ayudado”, asegura.
Mascarilla
Los expertos consultados son muy críticos con la mascarilla en exteriores, que se impuso las pasadas Navidades y ha estado vigente hasta esta misma semana. La apoyan en interiores, algo que avalan numerosos estudios para frenar la expansión del virus.
Aforos y ventilación
El problema está, en opinión de Óscar Zurriaga, cuando en espacios cubiertos la mascarilla se quita. Es lo que sucede en restaurantes, bares o locales de ocio nocturno. Por eso defiende la ventilación, algo difícil de medir, y la limitación de aforos. “Si procuramos que no se aglomere mucha gente en interiores evitaremos contagios”, asegura.
Pasaporte covid
La mayoría de las comunidades autónomas han impuesto el pasaporte covid para entrar en locales de restauración. Es una medida muy cuestionada por los expertos. Los técnicos de Sanidad y las comunidades autónomas desmontaron su utilidad para frenar contagios en España, donde el 90% de la población diana ha recibido al menos dos dosis.
Restricción de horarios y de ocio nocturno
Cataluña ha sido la comunidad que más lejos ha llegado, limitando incluso la movilidad de madrugada. Otras han preferido imponer cierres más tempranos a locales de ocio y restauración. Todo va encaminado a restringir relaciones sociales y, por tanto, que el virus circule menos. Pero con uno tan transmisible como este, queda en entredicho hasta qué punto lo han conseguido. “El toque de queda, que se ha podido mostrar útil en otras fases, no sabemos si ahora ha podido serlo o no”, sostiene Gullón.
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