Probar suerte, tirar los dados, volverlos a meter en el vaso y repetir la jugada una y otra vez es lo que ha hecho Hanya Yanagihara en su nueva novela, Al paraíso, convertida en un interesante tres en uno: una suma de historias distintas que comparten personajes, temática, obsesiones y la tensión entre el amor verdadero y el que imponen las tradiciones o la condición social. Un experimento atípico.
Pareciera que esta singular autora nacida en Los Ángeles en 1974, de madre surcoreana y padre hawaiano, ha escrito tres declinaciones de una misma historia; y que las ha agrupado en una sola entrega ¡de 943 páginas!, pero no para confundirnos, sino para trasladarnos la aleatoriedad repetida de la vida y de la suerte. Cada una, eso sí, en un siglo diferente de la historia norteamericana. Un reto para ella y para el lector.
— ¿Por qué los mismos nombres y parecidos personajes en tres siglos diferentes?
— Tengo la sensación de que siempre hablamos de nosotros como de unos individuos que moldeamos la sociedad, pero quería darle la vuelta y preguntarme cómo la sociedad nos moldea a nosotros. Una cosa es lo que el ciudadano hace de un lugar, y otra lo que el lugar hace del ciudadano. Por ello mis personajes son diferentes en situaciones y siglos diferentes.
Yanagihara, directora de la revista T de The New York Times, se dio a conocer en 2015 con enorme éxito en todo el mundo con Tan poca vida (Lumen), nominada al Man Booker Prize y elegida entonces mejor novela del año por los principales medios de EE UU. Al paraíso, en la misma editorial, se parece en la longitud, en el abismo de asombro que es capaz de crear y en poco más. Porque frente a la saga de amistad y abusos que planteó entonces, la autora se ha atrevido en esta entrega con un recorrido distópico por tres siglos con epicentro en Nueva York: el XIX, el XX y un futuro lejano de nuestro siglo XXI.
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“Las ideas me nacieron simultáneamente y me llevó un tiempo conectarlas, pero lo hice”, cuenta por teléfono desde Nueva York. “Quería explorar la idea de América como un país joven, donde las cosas fluyen, cambian y la posibilidad de convertirnos en otro país define nuestra identidad nacional”. Hoy, por ejemplo, los debates sobre raza, género, colonialismo y orígenes están en su apogeo y son los ingredientes que confluyen en sus tres historias: desde unos Estados libres del siglo XIX en los que el matrimonio gay es legal y común a unos años noventa del siglo XX marcados por una epidemia (el sida, se entiende) y a un futuro en el que el Gobierno intenta controlar en exceso las libertades. ¿Nos suena, verdad?
— ¿Teme el control gubernamental?
— No es un miedo individual, pero si miras lo que ha ocurrido en EEUU desde el 11-S, hemos tenido que cambiar muchas cosas en nombre de la libertad y la seguridad y, con el tiempo, algunos de estos cambios se han probado erróneos: los métodos de interrogación, las torturas en el exterior… ha sido vergonzoso. Ahora estamos en un momento en que es imposible hablar de forma lógica sobre lo que debe hacer el Gobierno. Y tal vez sea peor recortar libertades para proteger a los más vulnerables, pero el hecho de que no podamos ni siquiera tener ese debate de una manera razonable es alarmante.
Yanagihara no quiere definirse como queer, como ha sido catalogada en ocasiones, sino como “mujer y asiática”. “Es lo que soy”, dice. Pero la temática homosexual que recorre su obra, y muy específicamente este libro, tiene una causa muy clara: si en la primera tirada de dados, la del siglo XIX, el matrimonio gay es habitual, las cosas van empeorando en el siglo XXI (y no haremos spoiler). “La idea de que el progreso siempre es sostenido a lo largo de los siglos y que avanzamos en libertad no es cierta. Los derechos pueden ser arrebatados, revertidos”.
“Y la idea de que el progreso en un campo se convierte en progreso en todos los campos”, insiste, “no es verdad: ni en mi libro ni en la vida”.
Con una longitud y un estilo un tanto decimonónicos, la autora sí considera su forma de narrar como “pasada de moda”. “Me veo como una contadora de historias, para mí los libros deben ser legibles, envolventes, crear un mundo convincente y específico. Tener un ritmo, un sabor. Y quiero que sean provocadores. Siempre digo que el escritor empieza un libro con unas preguntas y al acabarlo tiene aún más. Y espero que al lector le pase igual: que al salir de un libro su visión del mundo sea algo diferente a cuando entró”.
Una de las tres historias nos arrastrará a Hawái, donde la familia paterna estaba asentada desde el fin del siglo XIX y donde pasó parte de su infancia. En ella quiso reflejar los sentimientos del colonizado, de quienes vieron perder su reino, religión, lenguaje y tradiciones en un “experimento imperialista” de EE UU que arrebató a sus habitantes el paraíso que da título a su novela.
La directora de esa revista de tendencias llamada T huye, sin embargo, de su propia imagen, no quiere dejarse ver ni fotografiar y rechaza un aspecto de la promoción que, asegura, se exige particularmente a las mujeres. “Nunca quise, no me gusta el proceso y ahora puedo plantarme y decir que no”, dice. El éxito, plantea, no la ha cambiado: vive en el mismo lugar de Nueva York, trabaja en la misma revista y disfruta de combinar la soledad de la literatura con la tarea de poner el foco en otros artistas a los que llevar hasta los lectores.
La conversación se agota entre ambos lados del charco y queda la pregunta final, que es también la inicial. ¿Puede el amor superar la desigualdad? “No puede”, remata. “Pero el deseo de amar y de ser amado es lo que nos hace humanos. Y eso ninguna sociedad podrá cambiarlo”. Así sea.
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