“He aprendido a sobrellevar las barbaridades que me dicen en las redes”

Hola, soy Isabel Forner, periodista, aunque lo mío parecía que iba a ser la medicina forense. Me apasionaba. Quizá quien me introdujo en el mundo del futbol fue mi abuelo Pascual, madridista sin remedio. La primera vez que pisé el césped del Bernabéu para entrevistar a los jugadores me acordé de él. No puedo evitar pensar en cuánto se habría emocionado si me hubiese visto allí. En su Bernabéu.

Mi familia siempre ha sido mi apoyo.

Antes en mi casa todos nos callábamos cuando en las noticias daban el tiempo. Vengo de una familia de agricultores, llauradors de tota la vida, como decimos aquí. Y ¿qué hay más importante que saber cuándo va a llover? Ahora, lo que paraliza el mundo, o al menos Almenara, los viernes, soy yo saliendo por la tele. Se juntan en casa y piden pizzas, y el grupo de WhatsApp que tengo con mis hermanas echa humo: “¡Vaya pelo te han puesto!, ¿ese vestido me lo podrías dejar?”.

Mi camino ha sido increíble. ¡Cuánto me ha permitido crecer!

Todo empieza cuando menos te lo esperas, y lo mío fue en unas prácticas en la radio, con Alsina. Allí me picó ese gusanillo del deporte. Hacía el minuto deportivo de los boletines informativos. La gente que me conoce sabe lo persistente que puedo llegar a ser y no mucho después ahí estaba yo, sentada en una mesa con eminencias, hablando de fútbol. Pocos se imaginan cuánto he trabajado y cuánto me lo preparo…

Aun así, cuando empieza la cuenta atrás y va bajando la grúa: 5, 4, 3, 2, 1… cuando se avecina el piloto en rojo, siempre tengo la sensación de que no voy a ser capaz de articular palabra. Es un pánico extraño, que dura solo unos segundos. Me veo a mí misma disociada: estamos, de pronto, una yo racional, que rige; y otra yo visceral y completamente paralizada. En esos instantes siempre pienso en mis abuelos, y rezo como lo hacían ellos. “Sagrado corazón de Jesús en vos confío…” es la frase que más he repetido a lo largo de mi vida y el legado imborrable de mi abuela: la fe. Eso sí ya no me lo quita nadie.

Es entonces cuando comienza el disfrute. Porque adoro lo que hago. A pesar de los males que conlleva, una carga que no sé si imagináis lo pesada que es: cada partido recibo mensajes de odio; en una misma retransmisión, unos me acusan de madridista, otros de colchonera… Y por supuesto abundan los que arremeten contra mi físico, cuestionan mi profesionalidad o directamente me dicen barbaridades…

Creedme si digo que he aprendido a sobrellevarlos. Como he aprendido a escuchar sobre todo a quienes me hacen mejor. Mis padres. Ellos son mis mayores fans, para ellos no hay plan mejor que verme, no importa el partido o el programa… son padres. Los que están cuando todo va bien y los que están cuando todo se pone feo; son los más honestos, los únicos que creo que te dirán la verdad siempre.

Y el tiempo va pasando, para ellos y para mí, y me estoy perdiendo mucho, desde hace ya 10 años, en busca de mis sueños.

Y os digo una cosa, el mayor acto de generosidad de unos padres es renunciar a su hija para que ella, yo, cumpla sus metas. Por eso todos mis éxitos a partir de ahora siempre serán los suyos.

Igual os habéis percatado en las retransmisiones o en mis redes sociales: la funda de mi móvil dice “Forner 2/3”. Soy, ante todo, la hermana del medio, la hija de mis padres. Los echo de menos a rabiar. Me encantaría estar día a día con ellos, no perderme un segundo de sus vidas. Sin embargo, esta distancia y este trepidante ritmo de vida merecen la pena. ¡Estoy retransmitiendo fútbol! Y el fútbol es increíble. ¡Porque estoy logrando cosas que, desde luego, la niña que quiso ser forense, la que fue a la escuela de teatro y la que consiguió cantar a pesar de su voz en el coro de La corte del Faraón no se habría atrevido ni a soñar!


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