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Hespaña, con H de hidrógeno verde

La historia de la ciencia es un erre que erre, un zigzag que visto con perspectiva parece una línea recta. Así ocurre con la biografía del hidrógeno, al menos en el capítulo dedicado a su potencial como vector de energía para jubilar los combustibles fósiles. Ya se intentó sin conseguirlo, por eso el zigzag. Durante la desesperación por la crisis del petróleo de 1973, se postuló en Estados Unidos como combustible sustituto. Pasó la crisis, se archivó el interés.

Su candidatura regresó con el nuevo milenio, en pleno bum de las energías renovables y con un estado de opinión que auguraba el fin casi inminente del petróleo. Una nueva crisis, la de 2008, cambió el foco y volvió a archivarse.

Aquí lo tenemos de nuevo, basta un vistazo a los titulares de una semana para confirmar la expectación. Aunque está por ver en qué grado, esta vez llega para quedarse en su versión verde (el producido por electrólisis a partir de agua y electricidad renovable), a una escala casi planetaria y con España entre los aspirantes a líderes.

Proyectos por todo el mapa

Javier Brey, presidente de la Asociación Española del Hidrógeno (AeH2), ilustra así el avance: el año pasado hubo dos convocatorias del Gobierno para censar proyectos de hidrógeno verde, “a la de junio acudieron 28, la de diciembre registró 502. Todas las provincias tienen proyectos, con una inversión total superior a 10.000 millones de euros”. Algunos se solaparán, otros no cuajarán, pero la fotografía retrata “una oportunidad que puede calificarse de economía del hidrógeno”.

El hidrógeno verde es una sólida oportunidad de industrialización, y ya hemos visto cómo los países más industrializados resisten mejor las crisis

Tomás Malango, responsable de Hidrógeno en Repsol

¿Por qué esta vez seguro que sí? Muchos de los factores más influyentes conjuran en su favor. Desde luego la maduración tecnológica del hidrógeno o el abaratamiento de componentes y tarifas de las renovables, pero sobre todo aplica la mayor fuente de motivación inventada: la necesidad. Necesidad en forma de descarbonización —la reducción drástica de emisiones de gases de efecto invernadero como el CO₂, principales responsables del calentamiento global según el consenso científico— asumida como el amigo público nº 1 en Europa y cada vez más países del resto del globo.

De hecho esa necesidad avanza bastante más rápido que su respuesta, como clamaba en febrero Patricia Espinosa, secretaria ejecutiva de la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático, ante un informe demoledor sobre un ritmo de descarbonización global muy por debajo del mínimo establecido por el Acuerdo de París: “Tenemos que tomar decisiones que aceleren y amplíen la acción climática en todo el mundo, ya”.

El 100% no deja lugar a excusas

Ese llamamiento implica, obvio, cumplir las decisiones ya tomadas, como descarbonizar el 100% de la actividad económica europea en 2050. Para Brey ese porcentaje desbloquea la voluntad, “es el fin de las excusas”. “Si aspiramos a un 50%, puedes refugiarte en el otro 50, argumentar que tu sector es más complicado, que en este momento mejor no, que lo hagan otros primero. Con el 100% te tienes que mover de verdad”.

La lista de movimientos de verdad es transversal, desde los marcos estratégicos como el Green Deal europeo o la Hoja de Ruta del Hidrógeno española a los 1.555 millones del fondo de recuperación destinados a financiar iniciativas en este país. Pasando por el despliegue de grandes proyectos como el Corredor Vasco, el valle del Hidrógeno catalán o Green Hysland en Mallorca (una planta de producción más un ecosistema de consumo que quiere replicarse en otras islas europeas), donde se enlaza toda la cadena de valor, multinacionales y pymes, centros de investigación y administraciones públicas.

Getty Images/iStockphoto

Además del dinero, les hace viables la versatilidad del hidrógeno, que puede consumirse en forma de combustible directo, como ingrediente de otras soluciones “cero emisiones netas” como los combustibles sintéticos o los biocombustibles, o en pilas de combustible que realizan el camino inverso a la electrólisis: generan electricidad a partir de hidrógeno y el oxígeno del aire y su único residuo es agua.

Dicho de otra forma, prometen el santo grial de las renovables: la capacidad de almacenarlas indirectamente. Si hoy en España un 48% de la corriente en el enchufe es de origen renovable, cuando en 2030 lleguemos a un 74%, como prevé el PNIEC (Plan Nacional Integrado de Energía y Clima), y después al 100%, como impone Europa, esas renovables tendrán que gestionar los picos de demanda y almacenarse durante meses, desde el excedente solar de la primavera y el verano al déficit en otoño e invierno. “Así podemos descarbonizar el 100% de la energía, el hidrógeno verde es amigo de las renovables, no su competidor, permite que alcancen todo su potencial”, apunta Brey.

No electrificables, pero más sostenibles

Versatilidad, almacenamiento, producción renovable masiva… y su consecuencia: el potencial de uso también masivo en sectores estratégicos como la industria. La que ya usa hidrógeno gris (extraído del gas natural y el carbón) para producir por ejemplo fertilizantes, y la que se resiste a la electrificación directa porque por muy potente que sea una corriente ni funde acero ni cuece cerámica, por poner dos ejemplos. La misma lógica se aplica al transporte pesado en autobuses, camiones, trenes o barcos poco o nada electrificables. Si un turismo eléctrico monta 600 kilos de baterías, imagine cuántas necesita un tráiler de 24 toneladas de carga.

Pero, hoy por hoy, hacen falta aún mucha tecnología e infraestructura, como señala Tomás Malango, responsable de Hidrógeno en Repsol, con diferencia la empresa que más hidrógeno produce y consume (en refinerías) y que más invierte en su futura conversión a hidrógeno verde. “Hay voluntad política, importantísimo, pero también barreras. Hacen falta incentivos a la producción y al consumo, abrirse a todas las tecnologías que también descarbonizan, como los biocombustibles y los combustibles sintéticos, infraestructuras y agilizar una burocracia que hoy complica los proyectos. Si se conceden los permisos como hasta ahora, no llegamos a cumplir los objetivos. Y fundamental, un desarrollo tecnológico que permita reducir su coste para que sea rentable”.

Con los electrolizadores se aprecia una curva descendente de costes muy similar a la de la eólica y la fotovoltaica hace unos años, lo que permite apostar por proyectos serios que impulsen la tecnología y la transformen en negocio

Belén Linares, directora de Innovación en el negocio de Energía en Acciona

Si hoy el 95% de la producción mundial emplea gas natural y carbón, no electrólisis, es por la intratable razón de ser bastante más barata. El Centro de Investigaciones Energéticas, Medioambientales y Tecnológicas (Ciemat) cifra entre 1,5 y 2,5 euros el kilo de hidrógeno fósil frente a los 6 o 7 del verde.

Sin embargo, la brecha tiende a reducirse. “Con los electrolizadores [los dispositivos que realizan la electrólisis] se aprecia una curva descendente de costes muy similar a la de la eólica y la fotovoltaica hace unos años, lo que permite apostar por proyectos serios que impulsen la tecnología y la transformen en negocio”, explica Belén Linares, directora de Innovación en el negocio de Energía en Acciona, una de las multinacionales embarcadas en Green Hysland. También comparte proyectos como OceanH2, que desarrolla una planta marina de generación mediante energías eólica y fotovoltaica flotante.

El posible liderazgo de España

Casi todos los expertos coinciden en que merece la pena el esfuerzo por el potencial de España y sus ventajas competitivas. En primer lugar, una abundancia de recurso renovable “muy por encima de su capacidad de consumo máximo”, apunta Malango.

Su proyección exportadora apunta a Europa del norte, donde falta sol para producir y sobra desarrollo para consumir energía en grandes cantidades. Para garantizar el abastecimiento, Bruselas quiere instalar en territorio comunitario 40 gigavatios de electrolizadores en una década, más otros 40 cerca de sus fronteras, al este del continente y el norte africano. España puede sacar provecho incluso de ser el corredor para esas infraestructuras de suministro desde el sur.

Este país no solo aspira a producir, exportar y transportar por tierra y barco desde sus puertos, sino a generar tecnología e ingeniería como productos y servicios también exportables

Javier Brey, presidente de la Asociación Española del Hidrógeno

Pero sobre todo “hemos hecho los deberes en investigación y desarrollo, aquí nace el 3,6% de la producción científica mundial relacionada con el hidrógeno y las pilas de combustible”, apunta Brey. Así, “este país no solo aspira a producir, exportar y transportar por tierra y barco desde sus puertos, sino a generar tecnología e ingeniería como productos y servicios también exportables”.

“Es una sólida oportunidad de industrialización—señala Malango—, ya hemos visto cómo los países más industrializados resisten mejor las crisis”. A diferencia de otros sectores proclives a concentrarse en pocos polos, el hidrógeno parece más capilar, como sugiere el mapa de proyectos provinciales.

Por la misma regla, sería una oportunidad de reindustrializar Europa gracias a su compromiso, sin casi rival en el planeta, con la descarbonización. Podría liderar la economía sostenible para compensar la pérdida de otros trenes como el de la digitalización dominada por Estados Unidos.


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