El espanyolismo, en general, vive instalado en la histeria. Solo así se entienden los vaivenes en lo que respecta a la percepción de cómo le va al cuadro blanquiazul en la competición. Cuando ganó a domicilio ante el Levante, circuló en el entorno perico la sensación de que el Espanyol ascenderá en febrero y con la gorra. Pero ahora, tras perder por 1-0 en Tenerife en un partido en el que con un poco de acierto los de Luis García hubiesen regresado a casa con los tres puntos, parece que el Espanyol no tenga nada que hacer y vaya a estar una década en Segunda. Y, en realidad, las dos apreciaciones están viciadas.
Este extremismo emocional en clave perica no es nuevo. El aficionado blanquiazul, quizá porque una historia injusta con sus pretensiones le ha obligado a ello, vive lo que le sucede a su equipo de una forma excepcionalmente intensa. Para bien y para mal. En la salud y en la enfermedad, como dicta el compromiso, más fuerte que un matrimonio, que el perico tiene con su equipo.
Pero la histeria en la que vive el espanyolismo es insana. Porque el perico, que anhela que lleguen los tiempos en los que acontezcan todos los triunfos y las victorias que la historia muchas veces le ha negado, se lleva berrinches innecesarios. La Segunda división es complicada y el Espanyol ganará y perderá partidos. Ni tres puntos dan el ascenso ni quedarse sin sumar en un encuentro le deja sin opciones.