Histeria


Según tristes estadísticas hay mucha gente anciana que vive sola. Y aunque los sonidos del silencio posean enunciado lírico y puedan embelesar a espíritus cultivados, la mayoría del personal necesita el ruido, la ilusión de sentirse acompañado. Y parece ser que la televisión, esa ventana para mirar el mundo que asegura la cursilería o la ceguera, les permite creer que no están aislados. Hablo de los que no disponen de plataformas para elegir lo que quieren ver y oír, de los que podrían resumir su existencia cotidiana con “como, duermo y veo la tele de siempre”.

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Yo lo hago por obligación profesional y el efecto es enloquecedor. Jamás me gustó esta, dediqué mi embrutecimiento o mi diversión a otras cosas, pero 14 meses de confinamiento relacionándome con ella me hacen aborrecerla. Explotaron el miedo, el sensacionalismo, las noticias sesgadas hasta la náusea. Los únicos que hablaban con tono natural y conocimiento eran los médicos y los científicos. El resto era histeria calculada, griterío vendible, politiqueo abrasivo, circo cochambroso. Imagino que disfrutaron de numerosa y enganchada audiencia, pero nadie en su sano juicio garantiza que el alimento favorito de las moscas sea de naturaleza excelsa.

Y siguen chillando para promover nuevas drogas, ya que el negocio que les suponía la peste se está extinguiendo. Verás idénticas imágenes, repetidas insufriblemente, desde la mañana a la noche, autopromoción incansable en todas las cadenas de la futura exhibición de las perlas de la corona. Y va desde la maltratada hija de la cantante por el grimoso macarra del exmarido a los conflictos por la herencia entre el intelectual Paquirrín y su tonadillera madre. Respeto y admiro el talento de Jordi Évole, pero no soporto que durante toda la semana y a todas horas la progresista cadena del “más periodismo” esté anunciando en infinitas entrevistas con él y con extractos lo que este nos va a ofrecer después. El bajón de las anfetas es muy chungo. La tele las distribuye gratis.

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