Un hombre camina ante un edificio ardiendo durante los ‘Troubles’ (National Library of Ireland).C.Doyle (National Library of Ireland)El secuestro en Belfast, en 1972, de Jean McConville, viuda y madre de 10 niños, siempre estuvo rodeado de un espeso y ominoso silencio. Su cuerpo fue finalmente hallado en 2003, más de tres décadas después. Pero nadie sabía a ciencia cierta por qué la sacaron aquella noche de casa delante de sus hijos, diciendo que volvería en un par de horas, qué pasó, por qué no volvió y quién la mató. En 2010, Dolours Price, destacada miembro del IRA que participó en aquel crimen, decidió echar la vista atrás en una entrevista en la que habló de aquella funesta noche, y señaló a la viuda como confidente del ejército británico —extremo que sus hijos niegan—, pero sin acabar de resolver quién la disparó.Su cuerpo fue finalmente hallado en 2003, más de tres décadas después. Pero nadie sabía a ciencia cierta por qué la sacaron de casa aquella noche de 1972Quizá no resulte del todo extraño que en el título de la última y definitiva aportación a la historia de este crimen resuene ese silencio fatal que acompañó a los Troubles, como se denomina al conflicto de Irlanda del Norte. No digas nada es la investigación periodística en la que el estadounidense Patrick Radden Keefe aborda esos Troubles que convirtieron Irlanda del Norte en zona de guerra y dejaron unos 3.500 muertos. El libro obtuvo el Premio Orwell, el del Círculo de la Crítica de Estados Unidos y quedó finalista en el National Book Award, y, dos años después de su éxito en el mundo anglosajón, donde fue saludado como uno de los libros del año por la crítica, llega su versión en español de la mano de Reservoir Books (en catalán, Periscopi).Un obituario de Dolours Price que hablaba de las entrevistas que esta concedió y de un archivo de historia oral en la Universidad de Boston con miembros del IRA fue lo que puso a Radden Keefe tras la pista de este crimen sin resolver. “Lo primero que me sorprendió, como alguien que llegaba de nuevas a este tema, es lo viva que está la historia. Cosas que pasaron antes de que yo naciera todavía se sienten como algo eléctrico y peligroso en Irlanda del Norte hoy”, explica por videoconferencia este reportero de 44 años de la revista The New Yorker.Su trabajo incluye desde reportajes sobre El Chapo Guzmán hasta un memorable perfil del cocinero Anthony Bourdain con quien pasó casi un año viajando. Ahora, acaba de lanzar el podcast Winds of Change sobre el papel que jugó la CIA en la gestación y difusión de aquella canción de la banda alemana de heavy Scorpions, y también prepara un libro sobre la familia Sackler, filántropos y propietarios de la farmacéutica que vende el oxycontin, sustancia que está detrás de la brutal crisis de los opiáceos en Estados Unidos. Pero la historia del secuestro de la viuda Jean McConville le atrapó, confiesa, no solo por “el material inherentemente muy dramático con mentiras y secretos, espías y contraespías, fugas de prisión…”, sino también por la capacidad expresiva, la forma que los personajes —a ninguno de los cuales ha conocido— tenían de contar la historia. Radden Keefe es un maestro a la hora de relatar en profundidad hechos a partir de gente que se resiste a hablar con él. Dice que la clave es buscar todos los registros que permitan recrear los detalles y acercarse al máximo a los personajes.Aunque logró resolver el crimen de McConville (sucede en el último capítulo, al revisar unas grabaciones, aunque mejor será no desvelar el enigma), el autor dice que no quería hacer una novela de misterio. Radden Keefe echa mano, con todo, de las herramientas de la novela y esto acelera y marca el tono de No digas nada. “Siempre he pensado que hay cosas en ellas que son muy útiles para el escritor de no ficción. No pido perdón, parte del reto es pensar cómo coges un tema que parece remoto y puede que incluso intimidatoriamente complejo y metes al lector dentro. La respuesta para mí está en los personajes”. ¿Es heredero del Nuevo Periodismo? “No siento que esté ahí mi fuente de inspiración, había algo chillón en ese movimiento, algo con lo que no me identifico. Me ha influido más Robert Caro [reputado biógrafo estadounidense que lleva varias décadas volcado en la historia de Lyndon Johnson], que es un riguroso reportero, y además sabe cómo escribir una escena y meterte dentro y hacer sentir que escuchas la voz y conoces a la persona; que lo estás viendo”.Dice haber tenido sentimientos encontrados sobre todas las personas de las que escribe en el libro. Sus ideas acerca de lo que pasó fueron cambiando. “La gente es complicada y la historia es complicada y a menudo se escribe sobre los Troubles de una manera que tiende a simplificar. Gerry Adams es o un héroe total o un villano horrible. Siempre acaba en la caricatura. Pero la verdad es que es una persona increíblemente complicada y si piensas que puedes simplificarlo es que no estás discurriendo lo bastante. Lo mismo se puede decir de Dolours Price, alguien capaz de rozar la grandeza y de hacer también cosas terribles”, reflexiona. “Igual que pasa con un amigo o un miembro de tu familia, conocer a alguien bien, y pensar en ellos de una manera honesta, es tener sentimientos encontrados y cambiar de idea porque todos somos complejos”.Cuando empezó a leer sobre los Troubles le chocó las muchas versiones que había sobre lo ocurrido y también lo partidistas que eran. “Puedes leer dos libros sobre el mismo periodo y pensar que están contando historias totalmente distintas”, cuenta. Su propósito era construir un relato que permitiera al lector sentir de cerca a los personajes de Dolours Price, Gerry Adams y Brendan Hughes, otro destacado miembro del IRA, y que fuera “desapasionado, para que nadie pensara que estaba haciendo un defensa de una de las dos partes”. ¿Quiere decir que buscaba la objetividad, esa que hoy se pone en cuestión desde los medios estadounidenses, que tratan de dilucidar si es una aspiración legítima o siquiera útil? “No creo que haya una sola verdad y no creo que deba haberla. Es peligroso el mito que sostiene lo contrario. Pero soy periodista y mi manera de trabajar es salir y hablar con cuantas personas puedo”, responde. En No digas nada incluye casi 100 páginas de notas: “Explico de dónde sale cada afirmación que hago, lo muestro todo y creo que esto es importante porque yo no soy la voz de Dios”.
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