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Hombres y manicura, se acabaron los prejuicios: la nueva masculinidad pasa por pintarse las uñas



“La compré en 1991 y está perfecta. Me costó 50.000 pesetas de entonces [unos 300 euros]”. La chaqueta de motorista con que Fernando Simón aparece en la portada de El País Semanal del 5 de julio no es decisión de ningún estilista. Tal y como contó al periodista Jesús Ruiz Mantilla en el reportaje, tiene un origen cierto –incluso recuerda el precio– y es la cazadora que se pone a diario para ir a trabajar en su moto Suzuki de segunda mano.

El mundo parece haberse puesto de acuerdo en que, cuando un hombre se pone una chaqueta de cuero, está queriendo decir algo

Sin embargo, la imagen del responsable del Centro de Coordinación de Alertas y Emergencias Sanitarias sujetando el manillar de la motocicleta tardó pocos minutos en dar lugar a comentarios de lo más variopinto en redes sociales. No tardaron en surgir las yuxtaposiciones, las comparaciones, las ironías, las elucubraciones y esa mezcla de todo lo anterior que conocemos como “memes”. Junto a la del hombre que ha coordinado la acción contra la covid-19, imágenes de James Dean, McGyver, Terminator y Sons of Anarchy. Un imaginario exhaustivo al alcance de cualquiera en Google Imágenes que traza la genealogía visual de la chupa de cuero, una de las prendas más polisémicas del siglo XX.
Cada vez que la chaqueta de cuero irrumpe en la vida pública, levanta revuelo. Se han comentado mucho las que luce la Ministra de Defensa Margarita Robles, que a su vez evocan el modelo de Javier Simorra que vistó Trinidad Jiménez durante su campaña a la alcaldía de Madrid en 2002. Han pasado casi veinte años, pero se lo siguen recordando. Incluso en diciembre de 2018 la estilizada chaqueta de cuero negro de la consejera delegada de General Motors Mary Barra mereció no pocos artículos en la prensa de negocios.

Pedro Sánchez con dos de las cosas que levantan más discusiones entre los españoles: una cazadora de cuero y una paella. Getty Images

En el bando masculino, hemos visto con chaqueta de cuero (marrón, minimalista y de Massimo Dutti) a Pedro Sánchez en 2017 y a Albert Rivera en distintas ocasiones. Yanis Varoufakis acudió a una reunión en Downing Street con una especie de abrigo de piel que Imogen Fox describió en The Guardian como propia “de un camello del Madchester de principios de los noventa”.
Poco parece importar que, desde hace años, la chaqueta de cuero se haya convertido en algo habitual y cotidiano. No hay firma, de lujo o de gama media, que no la haya reinterpretado en alguna ocasión. Hoy es tan corriente como el pantalón chino o la cazadora vaquera. Y, sin embargo, por un extraño fenómeno, el mundo parece haberse puesto de acuerdo en que, cuando un hombre se pone una chaqueta de cuero, está queriendo decir algo. Incluso aunque nadie se ponga de acuerdo en qué es exactamente ese “algo”.
Sea lo que sea, no es algo nuevo: el cuero es uno de los materiales más antiguos del mundo; incluso antes de que existieran los primeros tejidos, los habitantes de las regiones frías empleaban la piel para protegerse de las inclemencias. Desde hace siglos, la piel curtida se ha utilizado porque protege contra el frío y la humedad, y también es duradera y resistente. La cazadora de Simón desciende de la chaqueta de motorista cruzada, en piel, con cremallera asimétrica y solapas generosas, que patentó Irving Schott en 1928. La llamó Perfecto que, como recuerda el analista Troy Patterson en The New York Times, es un nombre del que se ha abusado para definir cualquier prenda similar. El estadounidense la describe en términos casi arquitectónicos: “Con su geometría aerodinámica y amor por las máquinas, el diseño es un ejemplo de los valores del art déco, de un modernismo pulido tan poco susceptible de cansar como el edificio Chrysler”.

A Trinidad Jiménez todavía le preguntan por una cazadora de cuero que lució durante la campaña a las elecciones autonómicas de Madrid en 2002. No es la única vez que la ha llevado. Getty Images

Nacida, en efecto, para ofrecer protección y durabilidad a motoristas, pilotos y demás amigos de la intemperie, la chaqueta de piel ha sabido sobrevivir a lo largo de casi un siglo sorteando la competencia de las nuevas membranas sintéticas y fibras aislantes de alta tecnología. Tan obstinada como la gabardina o el pantalón vaquero, muchos hombres siguen prefiriéndola para subirse en la moto frente a alternativas más vanguardistas, pero menos sólidas.
Más allá de su uso técnico y profesional, la chaqueta de motorista entró en la posteridad (y en los armarios de miles de hombres) cuando Marlon Brando se la puso en Salvaje (1953), una película inspirada en una banda de moteros que había protagonizado disturbios en el pueblo californiano de Hollister pocos años antes. El hombre real en el que se basaba el personaje de Brando no llevaba chupa, sino cortavientos, pero el responsable de vestuario de la película creyó que sería más creíble con una perfecto de Schott.
Fue así como la chaqueta de motorista se convirtió en síntoma de rebeldía, en primer lugar, y de otras cosas después. Para la pionera de los fashion studies Valerie Steele (Fetish: Fashion, sex and power, 1997), el cuero negro implica seducción, peligro y sexualidad. Una especie de tópico indumentario que hombres de todo el mundo adoptan cuando quieren añadir un toque de testosterona a su aspecto. “Una chaqueta de cuero de motorista asocia a su portador con imágenes de dureza y masculinidad”, escribe la profesora estadounidense Suzanne Ferris. “Le vuelve cool porque le conecta a moteros icónicos como James Dean en Rebelde sin causa (1955) o Marlon Brando en Salvaje (1953)”, Con ella coincide Claudia Springer, que ha investigado la influencia social del malogrado actor. “Políticos de todo el espectro político, consejeros delegados, estrellas del rock y otras celebridades intentan demostrar su caché de chico malo adoptando el look de James Dean: camiseta, chaqueta de piel y vaqueros. Hay una actitud implícita en este atiendo: desafección, alienación, rabia, inconformismo e individualismo”.

Albert Rivera también apareció con una chaqueta de cuero en la presentación de un disco de Bertín Osborne. Getty Images

Con esos antecedentes, el valor simbólico de la chaqueta de cuero –virilidad agresiva, masculinidad tóxica– estaría claro si no fuera por una pequeña salvedad: que, además de todo lo anterior, también puede significar todo lo contrario. En los años setenta la chupa de piel pasó a los rockeros, de ahí al heavy metal y, por el camino, por una granada representación de subculturas. La han llevado los Ramones, Boy George, Jon Bon Jovi, Glenn Hughes (el motorista de los Village People) y los protagonistas de las fantasías gay del cómic erótico Tom of Finland. El rock y las subculturas dieron permiso a la moda para fascinarse oficialmente con esta prenda, y la chaqueta de motorista ha adquirido casi todas las formas, géneros, usos y precios, como recordó en 2014 una exposición en el Fashion Institute of Technology de Nueva York. Para Jean Paul Gaultier es un icono urbano listo para versionar, para Martin Margiela es un estándar replicable –hizo una célebre versión en terciopelo– y para el siempre sugerente (y frecuentemente fúnebre) Rick Owens es una imagen “de sexo y muerte”.
Una chupa de cuero puede significar muchas cosas. Puede ser machista, testosterónica y agresiva, pero también transgresora, irónica e incluso queer. Acumula tantas capas de significado que es imposible decir cuál es la que manda en cada caso. Cada vez que la chaqueta de motorista aparece en la esfera pública, la prensa ruge. Los opinadores buscan teorías. Y los analistas practican con fruición la semiosis ilimitada, ese fenómeno que se produce cuando una imagen recuerda a otra, y esta a otra más, y así hasta el infinito. El hilo se pierde, pero cualquiera de los sucesivos grados de separación sirve para justificar cualquier cosa a gusto del usuario. En medio de todo ese fuego cruzado –y de muchos otros– está Fernando Simón, un hombre para quien la chupa de cuero no es un corpus teórico, sino una prenda utilitaria que, al igual que miles de hombres, se pone para subirse a la moto cada vez que pueden prescindir del traje y la corbata. En un mundo invadido por la interpretación, no hay nada tan transgresor como la explicación más sencilla.
 
 
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