La tercera vez que sus seguidores corearon “Bibi, rey de Israel”, Bibi, como se conoce popularmente al ex primer ministro y líder del partido conservador Likud, Benjamín Netanyahu, aclaró desde el escenario: “No soy rey, tengo que ser elegido… ¡y lo he sido con vuestros votos!”. Fue en la madrugada del miércoles en Jerusalén, cuando los sondeos a pie de urna apuntaban ya a una victoria, reforzada por el escrutinio, que devuelve al poder tras apenas año y medio en la oposición al hombre que más tiempo ha gobernado Israel: 15 de los 74 años de historia del país, más que el padre fundador David Ben Gurión. Juzgado por tres casos de corrupción, detestado por antiguos aliados y calificado de mentiroso por los nuevos, El rey, de 73 años, ha sacado su enésimo conejo de la chistera para lograr una cómoda mayoría de 65 de los 120 escaños del Parlamento, la Kneset.
En las elecciones del “Bibi, sí; Bibi, no”, Israel votó sí. En realidad, solo un 50% del país, pero Netanyahu sale beneficiado de que muchas papeletas al bloque opuesto fuesen a partidos que se quedan sin representación parlamentaria al no superar el umbral necesario del 3,25% de los votos.
El Likud gana los comicios y sube de 30 a 32 escaños, mientras que las tres listas aliadas ―Sionismo Religioso, de derecha radical; y las ultraortodoxas Shas y Judaísmo Unido de la Torá― suman 33. Israel resuelve así el bloqueo político que lo ha llevado cinco veces a las urnas desde 2019.
Un simpatizante del Likud celebra el resultado de los sondeos a pie de urna, este martes en Jerusalén.Tsafrir Abayov (AP)
Una de las primeras consecuencias del triunfo del bloque es que el número de diputadas en el Gobierno descenderá de 30 a nueve, principalmente porque los partidos ultraortodoxos ―que aportan 19 de los 65― solo incluyen hombres en sus listas.
Netanyahu llegó por primera vez al poder en 1996, un año después de que Isaac Rabin fuese asesinado a manos de un ultranacionalista israelí por haber firmado con los palestinos los Acuerdos de Oslo. Lo hacía como el primer ministro más joven (46) y el primero nacido en el Estado de Israel. En 1999 fue derrotado por el laborista Ehud Barak.
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Figura polarizadora, de la que sus partidarios hablan con rasgos de culto a la personalidad, encarna como pocos la imagen ―tan popular en Israel― de líder fuerte de un país rodeado de enemigos y que no admite lecciones del mundo. Su discurso de dureza, sin embargo, no siempre se corresponde con sus actos, como cuando liberó al jefe espiritual de Hamás Ahmed Yasín, tras un fiasco del Mosad en Jordania en 1997, o canjeó al soldado Guilad Shalit por más de 1.000 presos palestinos en 2011.
Netanyahu ha sido crucial en la construcción de Israel como potencia económica, militar y tecnológica que cuenta con el apoyo de Occidente, navega admirablemente por las crisis financieras globales y asombra por el ritmo de vacunación contra la covid. Todo con la ocupación de Palestina en segundo plano. Dos de sus grandes logros son, de hecho, haber establecido relaciones diplomáticas con cuatro países árabes sin ceder un centímetro de territorio y obtener el reconocimiento estadounidense de la capitalidad de Jerusalén.
Entre 2009 y 2021, Netanyahu encadenó gobiernos desplegando su especialidad: nadar y guardar la ropa. Defendió en la ONU la creación de un Estado palestino ante la presión de Barack Obama, sin mover un dedo para lograrlo. Moduló su discurso y cambió de amigos y enemigos para preservar el poder, hasta el punto de recurrir a una excusa para incumplir el acuerdo de rotación al frente del Gobierno que tenía con Benny Gantz.
Benjamín Netanyahu y el presidente palestino, Mahmud Abás, se estrechaban la mano ante el presidente de Estados Unidos, Barack Obama, en un encuentro para reanudar el diálogo de paz, en 2009 en Nueva York.Pool (Getty Images)
“Es el único primer ministro que, cuando afronta al dilema de tomar una decisión que sirva a sus intereses personales o al Estado de Israel, elige lo primero. No porque odie Israel, [sino porque] se ha convencido a sí mismo de que lo bueno para él y para su país son lo mismo”, señalaba en octubre en el diario Maariv uno de sus principales críticos, el comentarista político Ben Caspit.
Justo entre sus puntos débiles está la ausencia de autocrítica. En su recientemente publicada autobiografía, Bibi, mi historia, ni siquiera menciona la peor catástrofe civil del país, sucedida durante su mandato: la muerte de 45 personas por una avalancha durante una festividad judía en el monte Merón en 2021.
Otro es la tendencia al victimismo. “¿Por qué se trata así a Israel? ¿Por qué se me trata así? ¿Por qué merezco esto?”, se quejaba tras una discusión con Bill Clinton durante la negociación del memorando de Wye River en 1998, cuenta Anshel Pfeffer en su biografía de Netanyahu Bibi (Hurst, 2018).
Desde la izquierda, el líder palestino Yaser Arafat; Benjamín Netanyahu; el rey Husein de Jordania; y el presidente de Estados Unidos; Bill Clinton, en Washington en 1998.Larry Downing (Sygma via Getty Images)
Esta vez, Netanyahu vuelve al poder con una delicada alforja: Sionismo Religioso. La lista, formada por tres partidos de discurso ultranacionalista, racista y homófobo, se cobrará la cuenta. Es la responsable del triunfo del bloque, gracias a su salto en solo un año de seis a 14 diputados. El cabeza de lista, Bezalel Smotrich, fue recibido por sus seguidores con el cántico: “Ha llegado el nuevo ministro de Defensa”, mientras que el número dos, Itamar Ben Gvir, ha hecho público que opta a la cartera de Seguridad Nacional, a cargo de la policía.
Ben Gvir, la sensación ultra que logró marcar en campaña el contenido del debate, defiende la pena de muerte para los “terroristas” (entre los que incluye a quien lance un cóctel molotov), expulsar a los ciudadanos “desleales”, como los que tiren piedras, y otorgar la inmunidad a soldados y policías. Hasta hace poco tenía en su salón un retrato de Baruj Goldstein, el colono que asesinó a 29 palestinos al abrir fuego en una mezquita en Hebrón en 1994.
Itamar Ben Gvir, a la izquierda, tras anunciarse el resultado de los sondeos a pie de urna, este martes en Jerusalén.CORINNA KERN (REUTERS)
Consciente de los escalofríos que Ben Gvir provoca en parte del su país, Netanyahu optó por la conciliación en su discurso de celebración ante los apenas 200 seguidores que quedaban a las tres de la madrugada. Dijo que pretende formar un Gobierno que “se preocupe de todos sus ciudadanos sin excepción” ―lo que incluye a la minoría árabe, en el punto de mira de Sionismo Religioso― y que hará una “política equilibrada y responsable”. “Está claro que el pueblo quiere un cambio. No quiere debilidad, sino fuerza, y quiere devolver el orgullo nacional y un Estado judío”, señaló entre cánticos como “¡Vuelve Bibi!”, “¡Bibi fuerte!” y “¡Bibi, rey de Israel!”.
El abogado y columnista Nadav Haetzni señalaba el martes en el diario Israel Hayom que una coalición 100% de derechas, como la que deja estas elecciones, es la “mayor pesadilla” de Netanyahu y por eso siempre ha intentado tener alguien a su izquierda en el Gobierno. “El único motivo por el que la quiere ahora es por la posibilidad teórica de que le permita detener su juicio”, argumentaba en referencia a las tres causas de corrupción por las que es juzgado. Sus detractores dan por hecho que ansía retomar el poder para aprobar una ley que lo blinde mientras ostente el cargo. El líder de Sionismo Religioso propone, además, despojar al Tribunal Supremo del grueso de sus poderes, hasta el punto de que la Kneset pueda aprobar por mayoría simple una ley que haya declarado inconstitucional. También eliminar uno de los delitos que se le imputan a Netanyahu.
Los perdedores
La gran perdedora es la amplia coalición que arrebató el cargo a Netanyahu en los comicios de 2021, liderada por el centrista Yair Lapid. Desciende a 50 escaños, pese al empuje (de 17 a 24) de Yesh Atid, la formación de Lapid. Es la única del bloque que crece, junto con la Lista Árabe Unida, que se sitúa en cinco (uno más), en un refrendo a su decisión de convertirse en el primer representante de la minoría palestina con ciudadanía israelí en entrar al Gobierno desde la creación del país en 1948.
Todos los demás caen, entre ellos dos exsocios de Netanyahu que cambiaron de bando. Unidad Nacional, liderada por el ministro de Defensa, Benny Gantz, reduce su presencia a 12, e Israel Beitenu, del titular de Finanzas, Avigdor Lieberman, pierde dos y se queda en cinco. El histórico Partido Laborista pasa de siete a cuatro, el mínimo. Su líder, la conocida periodista Merav Mijaeli, no ha logrado sacar de la irrelevancia a la formación que dirigió el país durante sus tres primeras décadas.
Merav Mijaeli, con el pelo recogido, abraza a una de sus votantes, el pasado martes en Tel Aviv.DPA vía Europa Press (DPA vía Europa Press)
Son horas difíciles también para la izquierda pacifista de Meretz, que integró en 2021 el Gobierno tras dos décadas en la oposición. Está al borde del umbral de 3,25% de votos que da representación en el Kneset, pero las posibilidades de que lo supere son mínimas. Por primera vez en su historia, quedará fuera del Parlamento, un golpe para la veterana Zehava Gal-On, que asumió el liderazgo con el objetivo de resucitar a un partido aún lastrado por los estigmas y las luchas internas.
“Hasta la última papeleta”Una niña ayuda a su madre a votar en Jerusalén, el pasado martesRonen Zvulun (REUTERS)
En un sistema electoral como el israelí, el resultado puede cambiar hasta la última papeleta, como subrayó la noche del martes el primer ministro Yair Lapid. En esta ocasión, ni el cómputo, iniciado este jueves, del medio millón de “sobres dobles” ―los depositados por soldados en bases militares, diplomáticos o presos, entre otros― ni el reparto del conocido como “excedente de votos” voltearán el mapa político. Sionismo Religioso avanza hacia un escaño adicional, mientras que el partido árabe Balad se queda a pocas décimas del 3,25%, que le habría dado cuatro diputados y reequilibrado la relación de fuerzas.
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