Viktor Orbán ha perfeccionado en sus 17 años como primer ministro su pávantánc (danza del pavo real) en Bruselas, una coreografía política de cuño propio en la que mezcla elementos de acuerdo y consenso con el desafío y la resistencia, mientras profundiza en sus reformas iliberales. Sin embargo, los conflictos por el deterioro del Estado de derecho y la postura de Hungría en la guerra de Ucrania han tensado aún más unas relaciones que nunca fueron fáciles y han profundizado el distanciamiento con la UE. La hostilidad húngara se extiende también a Estados Unidos, con unas relaciones bilaterales en su momento más bajo. El Gobierno ultraconservador de Budapest busca alternativas en el este, pero la estrategia por ahora no le da réditos ni políticos ni económicos.
Este martes Orbán fue avisando a Bruselas de que iría al Consejo Europeo del jueves y viernes dispuesto a pelear en contra de las propuestas relacionadas con inmigración ―un intento de veto junto a Polonia que al final fue fallido―, con un paquete de 50.000 millones de euros de ayuda a Ucrania y con la modificación presupuestaria. “Es frívola y no apta para el debate”, zanjó sobre esta última en Twitter. El director del think tank Political Capital, Péter Krekó, cree que la danza del pavo real de Orbán, que incluye una retórica encendida en casa sobre Bruselas, y una cara más amable allí, “se ha terminado”. “La retórica en Bruselas es vergonzosamente agresiva, y el Gobierno está más dispuesto a vetar”, opina el analista en conversación telefónica, que también ve “un nivel de crítica en aumento por parte de las instituciones”. El portavoz internacional del Gobierno de Orbán, Zoltán Kovács, rechaza que la expresión de los desacuerdos se haya endurecido. “Siempre hemos sido francos”, resume en conversación telefónica.
El antagonismo con la UE se mueve en varios niveles, aunque Kovács insiste en que en el 95-98% de asuntos, Hungría coopera con los socios y las instituciones. La Eurocámara, donde Fidesz, el partido de Orbán, ni siquiera tiene grupo propio, exigió en mayo al Consejo que vete la presidencia de turno de Hungría, prevista para el segundo semestre de 2024. “El Parlamento Europeo lleva mucho tiempo secuestrado por la izquierda europea y está siendo utilizado con fines políticos, especialmente esta caza de brujas que se está llevando a cabo contra países como Hungría y Polonia”, afirma el portavoz húngaro.
En el Consejo, donde se sientan los jefes de Estado y de Gobierno, las alianzas de Hungría son magras. En abril, en un movimiento inédito, 15 Estados miembros se unieron en la demanda contra Hungría por su ley anti-LGTBI. Es uno de tantos expedientes de la Comisión Europea contra Budapest, que tiene abierto también desde 2018 un procedimiento por violar los valores europeos que puede terminar en la suspensión del derecho a voto de acuerdo al artículo 7 del Tratado de Lisboa.
Péter Balázs, exministro de Exteriores y excomisario europeo, sostiene en una videollamada que Orbán “está muy aislado en la UE y tiene muy pocos amigos”. “Su estrategia es cruzar los dedos en las elecciones nacionales”, dice, y señala la apuesta del primer ministro húngaro por el líder de Vox, Santiago Abascal —a quien ha recibido recientemente en Budapest—, en las elecciones generales del 23 de julio en España. “También tiene muchas esperanzas en las elecciones europeas, pero es una estrategia arriesgada: varios de sus amigos políticos están perdiendo, como Janez Jansa en Eslovenia o Andrej Babis en República Checa”, recuerda.
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Orbán, con su danza del pavo real, ha ido sorteando de una forma u otra los choques con las instituciones europeas, hasta que estas han dado con una tecla dolorosa: el dinero. Budapest nunca se había jugado tanto en sus conflictos con Bruselas, ni la UE había ido tan lejos en sus castigos a un Estado miembro. A finales de 2022, tanto la Comisión como el Consejo, en decisiones separadas, aprobaron la suspensión de un total de 27.900 millones de euros destinados a Budapest, que incluyen 5.800 del plan de recuperación por la pandemia y unos 22.000 de los Fondos de Cohesión. Para acceder a los fondos, Bruselas exige reformas que garanticen la independencia judicial, la lucha contra la corrupción, además del cumplimiento de elementos de la carta fundamental de derechos de la UE, como el derecho al asilo, la libertad académica y la protección a la infancia. Para el portavoz Kovács, “los llamados criterios del Estado de derecho son en realidad en muchos aspectos chantaje político”, pero asegura que Budapest ha cumplido con su parte con reformas en el ámbito legal.
“No podemos decir que no haya habido mejoras, pero el carácter de la corrupción no ha cambiado”, señala József Péter Martin, director ejecutivo de Transparencia Internacional en Hungría. “El régimen no se va a convertir en una democracia incluso si completa los 27 hitos exigidos por Bruselas”, apunta por teléfono. Martin, que lleva meses siguiendo de cerca las reformas junto a otras organizaciones de la sociedad civil, cree que “Bruselas podría liberar alguna parte de los fondos de recuperación, pero la mayoría seguirá retenida”.
El experto Krekó ve también “poco probable” que Hungría vaya a recibir la totalidad de los fondos pronto. “Solo ocurriría si la economía estuviese en un estado trágico y al borde de la bancarrota; no es así por ahora”, explica, aunque apunta señales problemáticas como la inflación más alta de la UE, por encima del 21% en mayo. La tasa de interés está también en niveles elevados, al 13%.
Mientras, Hungría ha seguido haciendo negocios con Moscú pese a la invasión de Ucrania. Péter Szijjártó, el ministro de Relaciones Exteriores, ha estado al menos cinco veces en Rusia desde el inicio de la guerra, la última el pasado 15 de junio. En un país donde la inmensa mayoría de los medios de comunicación son afines al Gobierno, “la propaganda del Ejecutivo ha tenido un enorme impacto en cómo los ciudadanos perciben la guerra y a Rusia”, explica András Bíró-Nagy, director del think tank Policy Solutions, que acaba de publicar un estudio sobre las actitudes de los húngaros hacia la política exterior. “Los que consideran importante afianzar los vínculos con Rusia se han multiplicado por dos en dos años (de 13% a 26%)”, subraya Bíró-Nagy, que reconoce que la efectividad de la propaganda le ha sorprendido incluso a él, porque llega a formar la opinión también de los votantes de la oposición.
El país es mayoritariamente proeuropeo y pro-OTAN, señala, sin embargo, el politólogo. Con todo, el nivel de conflicto del Gobierno ha aumentado también en la Alianza Atlántica. Casi un año después de la cumbre de Madrid donde se decidió la adhesión de Finlandia y Suecia, Budapest todavía no ha aprobado la membresía de Estocolmo. Una comisión del Parlamento, donde Fidesz tiene supermayoría, acaba de rechazar además una propuesta para resolverlo antes de la cumbre de Vilnius (Lituania) del próximo 12 y 13 de julio.
Hostilidad con EE UU
Con Washington, la relación bilateral es abiertamente hostil. “Nunca ha sido tan mala”, opina Krekó. “Orbán trata al país más como enemigo que como aliado”, incide el analista. “El embajador de EE UU (David Pressman) se ha convertido casi en enemigo público”, ilustra también Bíró-Nagy. Los conflictos entre Pressman y miembros del Gobierno, incluido el ministro Szijjártó, a menudo se ventilan en redes sociales, y suelen estar relacionados con la falta de compromiso de Hungría en el apoyo a Ucrania frente a Rusia, pero no solo. El portavoz oficial Kovács culpa a la Administración demócrata de las tensiones: “Están intentando darnos lecciones en temas y campos que no tienen nada que ver con el respeto mutuo”.
Orbán no disimula sus preferencias. En un foro económico en Qatar en mayo, confió en que Donald Trump sea elegido en 2024 y en sus redes sociales muestra su apoyo al expresidente frente a sus casos judiciales. “No es bueno para los negocios criticar a Estados Unidos”, respondió esquivamente cuando le preguntaron por su relación con el actual mandatario, Joe Biden. “Lo normal es tener relaciones con otros Estados, no con quien esté en el Gobierno, pero a él le atraen las personas”, critica Balázs, que tiene una dilatada experiencia como diplomático.
Mientras profundiza en sus desencuentros con sus aliados en la UE y la Alianza Atlántica, el Gobierno húngaro, fiel a su estrategia de apertura al este, busca alternativas políticas y económicas en China, Turquía, y países árabes y de Asia central, apostando por la inversión extranjera. “Puedes organizar reuniones y hacerte fotos y dar la impresión de que todavía eres un actor global, de que todavía eres importante. Pero esta estrategia económica aún no ha dado frutos”, apunta Krekó. “Está invirtiendo más capital político del que está obteniendo”, añade Bíró-Nagy.
Nadie descarta que Orbán, siempre pragmático y camaleónico, invente algún nuevo paso en su danza del pavo real ante sus aliados. Pero como dice Krekó, la paciencia de sus socios en la UE y la OTAN está al límite.
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