Ibiza, paraíso de medusas y aspiraciones

Siempre que termina el verano, pienso en Truman Capote. Porque nació en octubre y murió a finales de agosto. Entre una cosa y otra, nos regaló grandes novelas, magníficos personajes y un sinfín de frases mágicas. Una de esas historias es Desayuno en Tiffany’s. Esta semana se anunció que la mítica joyería reutilizará la icónica imagen de Holly Golightly, su personaje principal, inmortalizada por Audrey Hepburn pero, ahora, en la carne morena de Beyoncé. Capote estaría fascinado, aunque agradecería un buen cheque de parte de la multinacional. Con todo esto en mi cabeza, emprendo viaje a Ibiza, mi última parada en este verano, acompañado por las tormentas eléctricas y los históricos precios de la electricidad.

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Apenas entro en Marina Botafoch, camino del barco de mis anfitriones y asumiendo la sabia frase de Capote: “Nunca tengas un barco. Disfruta del que tengan tus amigos”, me invitan a tomar un café en Cappuccino. Siguiendo lo que hacen mis amigos pido un capuccino con leche de avena y me dan la primera sorpresa del viaje: el café también está subiendo de precio. ¡Otra vez el cambio climático: se han producido heladas en Brasil, principal productor de café del mundo! ¡Madre mía, heladas en Brasil, es para helarte la sangre! Pero no en Ibiza. La tripulación del barco ya me reclama. Mis divagaciones pueden costar muchos euros de amarre extra.

Cuando viajas a Ibiza en plan barco, pasas mucho más tiempo en Formentera, la isla vecina, paraíso de italianos descalzos y delgadísimos. Fondear en Formentera es una experiencia casi religiosa y si se hace cerca de esos grandes montañones de piedra prehistórica, que te protegen del viento, más. Empeñado en conseguir medalla de oro como invitado en el navío, me lanzo al agua con un clavado que alguna vez me ha salido bastante mono para las fotos robadas. Ese contacto con el Mediterráneo, su sal, su color, es una maravilla, el embrujo de estas aguas antiguas desde Ulises. Pero empiezan a acercarse las queridas medusas, habitantes innatas y especuladoras. Su manera de aproximarse, entre lo amable y lo inquietante, me recuerda a compañeros de profesión. Casi siempre huyo espantado, pero esta vez me quedé inmóvil después de mi segunda copa de vino, porque experimenté ese tipo de visión que te deja suspendido, como si descubrieras algo que puede cambiar el rumbo de la historia. Si las temibles medusas te dan un pinchazo cargado de veneno y electricidad, ¿qué pasaría si empleáramos esa descarga eléctrica de la medusa para abaratar el precio de la factura de la luz?

Me quedé tan maravillado de mi propia realización y con mi tercer vino, que casi permito a tres abaratadoras de la factura eléctrica, como ahora deberíamos llamar a las medusas, que estuvieron a escasos centímetros de mí, achicharrarme en el agua. Intenté explicarle a mis rescatadores mi visión. Pero, como suele suceder cuando planteas algo profundamente innovador, me amonestan. “Estamos en un barco, Boris, no queremos problemas. Trata de ser un buen invitado y mantente lejos de las medusas. Y de los excesos”.

Audrey Hepburn, en la película 'Desayuno con diamantes', basada en la novela de Truman Capote 'Desayuno en Tiffany's'.
Audrey Hepburn, en la película ‘Desayuno con diamantes’, basada en la novela de Truman Capote ‘Desayuno en Tiffany’s’. GETTY

Pero en Ibiza no hay malas noticias. Todo es una colección de experiencias, de emociones, de “ohs” y “ahs” que te nacen del alma. Intenté interrumpir esas exclamaciones hablando del diario secreto de Rocío Jurado o de la entrevista de Carlos Herrera con el exrey Juan Carlos en Abu Dabi, pero me tildaron de “cotidiano”, que es la forma de llamarte vulgar que tienen en Ibiza. “Aquí somos un poquito más internacionales, amore”, agregaron. Volví a sentir otra descarga. Y recordé lo de Beyoncé a punto de convertirse en una nueva Audrey Hepburn para la publicidad de Tiffany & Co. Les conté a mis compañeros de viaje que la verdadera razón por la que todos adoramos esa imagen de Audrey Hepburn comiéndose un croissant delante de un escaparate de la joyería es porque todos somos un poquito Holly Golightly. Capote construyó en ese personaje una exaltación del sentir capitalista, que nace pobre, pero se pasa toda la vida anhelando ser rica. Incluso muchos que nacen ricos, anhelan ser mas ricos. Beyoncé refuerza el mito de Holly Golightly. Beyoncé, por su desmesurado talento y figura, es muchísimo más rica, poderosa y morena de lo que Holly pudo imaginar. Muchos lo celebran como un triunfo racial: los diamantes no tienen raza, aunque muchas veces su origen sea oscuro. Beyoncé, además, sabe cómo sobrellevar dos campañas publicitarias, de hecho también promociona las nuevas licras y zapatillas de Adidas. Se atreve a posar con tejidos tecnológicos con estampación de piel de vaca o vestida del eléctrico azul de la marca, con sombrero, extensiones y transparencias. Ahora Beyoncé debería hacer un anuncio para detener la escalada de precio del café. Y otro para ayudarnos entender nuestra factura de la luz.

Mis maravillosos anfitriones premian mi buena conducta con una cena en Cipriani’s, la sucursal en esta parte del mundo del mítico restaurante veneciano. Nunca había estado, igual que Holly Golightly jamás pudo comprarse un anillo en Tiffany. Olvídense de la comida, que es buena, lo suculento es el incesante desfile de involuntarios homenajes a Beyoncé y a Holly Golightly. Los hombres tampoco se quedan atrás y podrían compararse con Sally Tomato, el amigo gangster y chulo de Holly. En una mesa vecina se atreven a describir el look de ellas como prepago, una cruda definición gangsta e importada de Colombia para referirse al tipo de profesionales del sexo que cobran sus servicios por adelantado. Cuando lo ves de cerca, el look prepago, descubres que tiene mucho de las supermarcas que se venden en las boutiques del puerto. Con tanto logo y brillo me siento un poco mareado y con un segundo Bellini, la bebida que inventó Cipriani, reintento mi teoría de las medusas y su poder abaratador sobre el precio de la luz. Para mi sorpresa, esta vez la idea cuela y se disuelve en la ultima botella de vino rosado del verano.


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