Ilaix Moriba y el primer mandamiento cruyffista


No hay deporte que provoque tantos ataques de dignidad en sus aficionados como el fútbol, ni siquiera el quidditch… Y hablamos de una disciplina basada en las novelas de Harry Potter que se juega cabalgando a lomos de un palo de escoba. Lo vimos la temporada pasada en el Real Madrid, cuando a Eden Hazard se le ocurrió felicitar a sus antiguos compañeros por la clasificación para la final de la Liga de Campeones, y lo estamos reviviendo este verano en Barcelona, a cuenta de Ilaix Moriba y su cada vez menos probable renovación. Molesta, al parecer, que el joven centrocampista reclame lo que considera justo y amenace con irse gratis a otro club el año que viene, idéntico camino al iniciado por Èric García el pasado curso y que ha terminado con el defensa internacional vistiendo la elástica azulgrana en el primer partido oficial de la temporada.

Cualquier comparación admite la introducción de matices y la planteada no fue concebida para callarle la boca a nadie, todo lo contrario. Se podrá esgrimir que el Barça invirtió más tiempo y dinero en Moriba que el City en García, incluso más ilusión. O que el catalán ha priorizado la oportunidad de jugar en el club de sus amores a llenarse los bolsillos con petrodólares, que es palabra fetiche entre el hincha frecuentemente indignado con el fútbol moderno, además de su principal herramienta de autoengaño. Y es que, al menos hasta donde yo sé, tan solo los clubes españoles son capaces de nutrirse con futbolistas que llegan a sus nuevos destinos dispuestos a perder dinero, una anomalía difícil de creer si uno no milita activamente en alguna iglesia de tribuna, fondo sur o primer anfiteatro.

El melillense Francisco Javier Roldán, colaborador de El Confidencial y una de las grandes enciclopedias futboleras de Twitter, rescataba esta misma semana unas palabras del mismísimo Johan Cruyff sobre asuntos tan mundanos como el dinero y las aspiraciones profesionales. “Por mucho que disfrutes del fútbol cuando eres joven, también debes ser un hombre de negocios porque, si no, te machacan”, afirmaba el genio holandés. “El problema de fondo es que, en el fútbol, no se aplican las mismas condiciones para todos: debes fijarlas tú mismo”. ¿Y qué, si no, están haciendo Moriba y sus representantes, por más que su actitud cause indignación entre quienes se atrevieron a soñar a su costa? Penitencia parece que al propio Barça -y al mismísimo Laporta- se les haya atragantado un principio que, por fuerza, debiera ser considerado como el primero de los mandamientos cruyffistas.

“Si yo fuese Ilaix Moriba”, aventuran algunos planteamientos de quienes se creen con derecho a caminar en sus zapatos. Pues bien: si usted fuese Ilaix Moriba, podría darse el caso de que el propio Ilaix no fuese el tal Moriba; así de sencillo se triangula en el terreno de las especulaciones. Como profesional que es, el futbolista se encuentra en el legítimo derecho de decidir su futuro y los planteamientos románticos del fútbol formativo, el amor a los colores o el cariño del público, no tienen cabida en una decisión que debiera ser tomada desde la pura lógica empresarial. Puestos a indignarse, merece la pena elegir bien las causas porque, de lo contrario, cualquiera podría apuntar con el dedo la medida exacta de nuestros prejuicios.

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