Los insultos racistas de Donald Trump contra cuatro congresistas demócratas no responden solo a una ideología que el presidente no ha ocultado a largo de su vida, como empresario y como político, sino a una estrategia electoral que busca sacar votos de la división, el miedo e incluso el odio. Desgraciadamente, el racismo de Trump no ha quedado solo patente en numerosas ocasiones en sus palabras, sino también en sus actos, con la absoluta falta de piedad que ha demostrado ante las víctimas de la crisis migratoria en la frontera, su desprecio hacia las leyes internacionales de asilo o el decreto migratorio que, al principio de su mandato, prohibió la entrada en EE UU a ciudadanos de varios países musulmanes.
Las congresistas insultadas por Trump fueron Alexandria Ocasio-Cortez, neoyorquina de origen puertorriqueño; la afroamericana Ayanna Pressley, nacida en Cincinatti; Rashida Tlaib, de Detroit, hija de palestinos; e Ilhan Omar, que llegó a EE UU cuando era una niña desde Somalia. Las cuatro fueron elegidas en las legislativas de noviembre y se han convertido en las cabezas visibles del ala izquierda del partido demócrata. El insulto que utilizó el presidente fue especialmente odioso, ya que, a través de Twitter, les acusó de “despreciar” a Estados Unidos, sostuvo que “proceden de países cuyos gobiernos son una completa y total catástrofe, y los peores, los más corruptos e ineptos del mundo” y les conminó a que se vayan. “¿Por qué no vuelven a esos lugares”, les sugirió. Lo que Trump quiso decir, utilizando un viejo cliché racista, es que al no ser blancas no pertenecen a Estados Unidos, que su país tiene que ser necesariamente otro.
Sus palabras han desencadenado una condena unánime por parte de los demócratas, de líderes sociales y del Congreso en su conjunto por 240 votos a favor y 187 en contra, pero solo algunos representantes republicanos han protestado, y con la boca pequeña. Esto demuestra no solo la fuerza que Trump ha alcanzado dentro de su partido, sino sobre todo que responde a la voluntad de atraer el debate electoral al terreno en el que se siente más cómodo y del que cree que puede sacar más votos: la división.
Sería un error concederle esa ventaja: sus palabras no pueden quedar sin respuesta, pero es necesario recordar una y otra vez que durante su mandato Estados Unidos se ha convertido en un país con políticas sociales regresivas, insolidario, con una diplomacia errática y peligrosa, que ha creado una incertidumbre global con sus guerras comerciales. Como recalcó una de las congresistas aludidas, Ayanna Pressley, se trata de una distracción para alejar el debate de los problemas que Trump crea constantemente.
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