Invertir con inteligencia para evitar un suicidio colectivo


Después de muchas llamadas a tomar el cambio climático en serio ―y frente a la falta de acción global― el Secretario General de Naciones Unidas, António Guterres, ha tenido que elevar el tono. Hace unos días aseguró sobre los seres humanos: “Estamos perdiendo la guerra suicida que mantenemos contra la naturaleza”.

Es, sin duda, una afirmación rotunda. Tristemente, los datos la respaldan. Según el Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático, un millón de especies animales y vegetales están actualmente en peligro de extinción debido a lo que el secretario general definió como “la imprudente interferencia de la humanidad con la naturaleza”.

Si nuestra guerra suicida contra la naturaleza va especialmente bien (en realidad, mal) en algún frente, este es, sin duda, el de la pequeña agricultura.

Los pequeños agricultores son los que más sufren las consecuencias del cambio climático y los fenómenos meteorológicos extremos y la pérdida de biodiversidad que provoca. Un reciente informe del FIDA demuestra que las poblaciones más vulnerables del planeta, es decir, los pequeños agricultores, dependen de la conservación de la biodiversidad para cubrir el 80% de sus necesidades. Si la pérdida de biodiversidad no se detiene, perderán su capacidad de producir alimentos.

De hecho, ya está sucediendo.

Todas las semanas leemos noticias sobre las caravanas de migrantes centroamericanos que llegan a la frontera de Estados Unidos o las pateras cargadas de migrantes africanos que se hunden en el Mediterráneo. Si nos interesamos por sus historias, descubriremos que muchas de esas personas migrantes son campesinos del Corredor Seco centroamericano o del Sahel que ven cómo la agricultura ya no garantiza su sustento.

La vida humana se sostiene gracias a los alimentos que ingerimos; por ello, la producción sostenible de alimentos nutritivos debería ser un objetivo esencial de nuestras sociedades

La situación es doblemente injusta si tenemos en cuenta que los pequeños agricultores son los que menos contribuyen al cambio climático y que, de hecho, a menudo son un pilar fundamental en la preservación de la biodiversidad, como demuestra el ejemplo de las guardianas y guardianes de semillas en el estado de Bahía, Brasil. Allí el Fondo Internacional de Desarrollo Agrícola (FIDA) apoya el trabajo de más de 400 campesinos y campesinas que preservan las semillas autóctonas de la zona, más adaptadas a las duras condiciones del bioma semiárido.

Además, debemos tener en cuenta que dependemos de los pequeños agricultores para alimentarnos. Según nuestro reciente Informe sobre el Desarrollo Rural, las explotaciones agrícolas de menos de dos hectáreas producen un tercio de los alimentos que se consumen a nivel mundial, y hasta el 80 % en regiones de África o Asia.

Pese a ello, los pequeños agricultores tan solo reciben un 1,7% de los fondos destinados a luchar contra el cambio climático en todo el mundo.

Ante esta situación doblemente injusta y suicida y durante la Conferencia sobre el Cambio Climático de Glasgow (COP26) queremos poner sobre la mesa una vez más una argumentación lógica muy básica: la vida humana se sostiene gracias a los alimentos que ingerimos; por ello, la producción sostenible de alimentos nutritivos debería ser un objetivo esencial de nuestras sociedades. Solo asegurándonos que quienes producen esos alimentos pueden seguir haciéndolo se puede garantizar ese objetivo.

Por eso el FIDA pide a los líderes mundiales los siguientes compromisos en la COP26:

  • Aumentar las inversiones en adaptación al cambio climático, asegurándose de que lleguen a los pequeños agricultores en los países en vías de desarrollo.
  • Medidas políticas que creen un sistema de precios que refleje todos los costos de la producción de alimentos, incluidos los medioambientales y que recompensen a los pequeños agricultores por los servicios de conservación ambiental que prestan.
  • Mayor inversión en infraestructura rural que garantice el acceso a energía y agua limpia, transporte y barreras contra las inundaciones.

Estos compromisos no se conseguirán sin voluntad política, sin decisiones audaces como las que en 2010 tomó el Gobierno español, creando el Fondo Fiduciario España-FIDA para la Seguridad Alimentaria, un mecanismo de financiación administrado por el FIDA que ha beneficiado directamente a más de seis millones de pequeños agricultores en América Latina y el Caribe, África y Asia.

Si los gobiernos del mundo no toman medidas similares, si los bancos nacionales de desarrollo no comienzan a invertir masivamente en los pequeños agricultores, las consecuencias serán terribles.

Los efectos del cambio climático podrían reducir la cosecha global de alimentos en un 25% al final de este siglo. ¿Se imaginan el impacto que esto tendría sobre un planeta en el que, según el último Informe sobre el estado de la seguridad alimentaria y la nutrición en el mundo, más de 800 millones de personas —una de cada 10 personas— pasan hambre?

El planeta tierra seguirá existiendo dentro de cien años, pero si no cambiamos nuestro comportamiento, tal vez ya ningún humano caminará sobre él. ¿Seremos capaces de frenar los impulsos autodestructivos de nuestra especie en los próximos años? Está en nuestra mano. Tan solo hace falta invertir con inteligencia en nuestras verdaderas prioridades para evitar el suicidio colectivo.

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