Ir a un Death café para hablar de la muerte ocurre más a menudo de lo que piensas



Ilustación sobre la muerte publicada en el suplemento Ideas 13/02/22TweeMuizen

Decía Joan Didion que la vida cambia rápido, la vida cambia en un instante. Te sientas a cenar y la vida que conoces se acaba. La escritora norteamericana mostraba continuamente en sus escritos lo complejo que resulta asimilar la finitud de la existencia: “El tiempo pasa. /¿Es posible que yo jamás me lo hubiera creído?”. La mayoría de las personas prefieren ocuparse de la muerte cuando se adentran en la vejez y empiezan a notar un notorio declive físico y mental, o bien cuando ésta resulta ya inminente.

Pero si algo ha recrudecido y avivado en los últimos años nuestro memento mori, ha sido tener presente la fatalidad. No se muere solo de vejez, los números relacionados con la enfermedad y los accidentes son contundentes. Una muestra de ello ha sido la llegada furiosa de la covid-19. La pandemia nos ha hecho mucho mal, pero como contraparte nos ha dejado algo valioso: la conciencia de que nuestra vida y la de nuestros seres queridos puede acabar en cualquier momento, independientemente de los años que tengamos y de nuestro estado de salud. Esto invita a la expansión de un nuevo paradigma de pensamiento que consiste en no dar nada por sentado. Y a una tendencia muy sana, que es la de hablar abiertamente sobre la muerte.

“He aprendido a encontrar placer al hablar del dolor”, dice uno de los versos de El padre, el libro de poemas donde la escritora estadounidense Sharon Olds habla sobre el proceso de muerte de su progenitor. Y es que compartir el sufrimiento alivia, especialmente cuando se trata de algo que nos concierne a todos. Conversar con alguien acerca de la muerte contribuye a que nos enfrentemos al miedo en lugar de continuar rehuyendo de él. Es liberador porque romper con los tabús opresivos siempre nos arranca un peso y hablar con alguien del vacío y la soledad inmensa que supone la pérdida de un ser querido o la propia aproximación a la muerte prueba que no estamos tan solos. Que el dolor y el miedo que sentimos es el dolor y el miedo de la humanidad entera. Como dice el proverbio latino, “nada humano me es ajeno”. Compartir esta vulnerabilidad extrema es unificadora. Nos recuerda que todos, sin excepción, vamos a morir.

Hemos tardado siglos en comprender que hablar de la muerte es necesario, pero es algo que entendió muy bien Bernard Crettaz, un antropólogo y sociólogo suizo que en 2004 creó el Café Mortel, un espacio de comunicación abierta que reunía a personas de todo tipo con un interés común: hablar sobre la muerte. Un budista británico, Jon Underwood, le siguió los pasos e inauguró en 2011 los Death Cafes, eventos puntuales que pueden organizarse en cualquier lugar y en los que, mientras se bebe café, se invita a la gente a interactuar con desconocidos para intercambiar ideas y sensaciones sobre la muerte. Se trata de una franquicia social; cualquiera que cumpla con sus principios puede crear o participar en uno de estos eventos. Además, al ser gratuitos, los Death Cafes rompen con el sistema capitalista, ya que no persiguen el lucro, sino una comunicación íntima, directa y honesta. El movimiento se ha expandido a 81 países, en los cuales se han celebrado más de 13.675 death cafes hasta el momento. En España se han celebrado más de 330 de estas reuniones. Lo mejor del surgimiento de este tipo de citas es que no solo trabaja la evolución espiritual de cada individuo, sino que propicia el avance y la transformación de la sociedad entera.

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Pero para expandir esta conciencia, lo ideal es empezar a instaurarla desde el principio. Dado que todo ser vivo, por joven que sea, es susceptible de morir, es importante que se vaya construyendo una educación tanatológica que empiece en la infancia y que pueda cambiar la forma en la que la sociedad afronta la finitud. Si en la escuela se aprende sobre la muerte al igual que sobre literatura, matemáticas y otros idiomas, las generaciones futuras tendrán más recursos para superar la pérdida, sin que suponga un suceso tan devastador.

En los últimos años EE UU ha liderado las iniciativas más transgresoras para romper con el tabú. Se han creado aplicaciones, como WeCroak, para recordar al usuario que va a morir, programas de realidad virtual y kits que ayudan a tener conversaciones sobre la muerte. Son pioneros en formar a doulas del final de la vida, death doulas, un término que se acuñó en los países anglosajones para referirse a las personas que acompañan a alguien a morir. Se trata de un servicio que está emergiendo como profesión, pero que ha existido desde siempre. Es algo de lo que se han ocupado los líderes religiosos de cada cultura, cuyo conocimiento nos beneficia a todos. Sirve para ayudar a otro, pero también para asimilar nuestra propia muerte.

Paradójicamente, tener muy presente nuestra mortalidad mejora nuestra calidad de vida. Todo se reduce a lo esencial, se le da a cada cosa la importancia que tiene, se deja de perder el tiempo en trivialidades y se disfruta de cada momento agradeciéndolo, porque sabemos que podría no haber sucedido o podría no repetirse. Las relaciones con otros mejoran también, ¿quién sabe cuánto tiempo nos queda junto a cada persona? Y se hace un esfuerzo continuo por estar bien.

Una buena vida conduce a una buena muerte, aquella que cuando llega podemos aceptar porque hemos disfrutado de la vida con conciencia del valor de cada momento, logrando cierta paz mental. Es exactamente lo contrario que reivindicaba Dylan Thomas en su poema Do not go gentle into that good night, en el que instaba a su padre ya moribundo a luchar para mantenerse vivo. ¿De qué sirve rebelarse contra la naturaleza?

Cada vez son más las personas que muestran abiertamente su interés y necesidad de hablar con otros sobre sus ideas, pérdidas y experiencias acerca de lo que significa la muerte. Si durante décadas ha proliferado la cultura del entretenimiento, la distracción y las tertulias más banales, con énfasis en todo aquello que no hiciera pensar, ahora hay un acercamiento gradual hacia lo contrario: el enfrentamiento con madurez hacia el fin de la existencia.

Hablemos de la muerte.

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