Israel declara un estado de alarma especial para restringir las protestas contra Netanyahu

La policía detiene a una manifestante contra Netanyahu, el sábado en Jerusalén.
La policía detiene a una manifestante contra Netanyahu, el sábado en Jerusalén.ABIR SULTAN / EFE

Israel se halla bajo el confinamiento más estricto desde el estallido de la pandemia en marzo. Hasta las sinagogas ha cerrado sus puertas. Pero en la noche del sábado miles de manifestantes se congregaron de nuevo en el centro de Jerusalén para exigir la dimisión de Benjamín Netanyahu, procesado por corrupción. La multitudinaria protesta ante la residencia oficial del primer ministro, donde en general se respetaron las medidas de seguridad frente al coronavirus, pone de relieve la debilidad política de un mandatario que solo recibe el respaldo del 27% de los ciudadanos a su gestión de las crisis sanitaria y económica, de acuerdo con un sondeo del Instituto para la Democracia en Israel.

La pinza del bloque de la oposición –que recorre todo el arco parlamentario, desde la extrema derecha nacionalista hasta la izquierda pacifista y los partidos árabes– con los aliados centristas de Netanyahu ha bloqueado por ahora la prohibición de manifestarse más allá de un kilómetro de la vivienda habitual. Este era el límite fijado por el Gobierno que vetaba de hecho las manifestaciones en su contra, mayoritariamente protagonizadas por habitantes del área metropolitana de Tel Aviv. La plaza de París de Jerusalén, a un tiro de piedra de la residencia del jefe del Gobierno, era una fiesta participada por organizaciones diversas que teniendo como denominador común la salida del poder del líder del Likud.

Integrada por una legión de movimientos conectados a través de las redes sociales, la campaña de protestas contra Netanyahu no ha dejado de crecer desde hace más de tres meses. Sus partidarios interpretaron al vuelo el vacío legal creado por el bloqueo surgido en la Kneset (Parlamento). “El estricto confinamiento fue adoptado para contener la propagación del virus, no para bloquear las protestas”, advirtió el número dos del Gabinete y ministro de Defensa, Benny Gantz. “Vamos a impedir el recurso a una legislación de emergencia en contra de los derechos democráticos”.

Largas caravanas de vehículos colapsaron la autopista Tel Aviv-Jerusalén ante el asombro de los policías y soldados destacados en los puestos de control que supervisan las rigurosas restricciones a la movilidad. En Israel, el Gobierno está facultado para imponer restricciones a causa de la pandemia, pero no puede suprimir derechos fundamentales sin el aval de la Cámara.

La presunta tentativa de Netanyahu para suspender las manifestaciones mediante el endurecimiento del confinamiento se ha estrellado contra una mayoría de bloqueo. “Democracia para todos”, rezaba en hebreo y árabe la pancarta en torno a la que Avi Cohen, de 45 años, y sus acompañantes hacían sonar tambores y trompetillas el sábado cerca de la calle de Balfour, la sede de la residencia del primer ministro blindada por un triple cordón policial. Entre los manifestantes, varios agentes circulaban provistos de tabletas digitales para multar a quienes no portaran mascarilla. “No nos iremos de aquí hasta que él se vaya”, argumentaba. Todos coreaban “Bibi go home!” a ritmo de festival de música electrónica.

El festivo interludio de la plaza de París entre el final del tedio del sabbat y el inicio, al atardecer del domingo, del afligido Yom Kipur (Día del Arrepentimiento judío) estuvo a punto ser cancelado por el titular de la cartera de Sanidad, Yuli Edelstein. Este barón del partido Likud invocó el “peligro para la vida humana” derivado de las concentraciones como justificación para impulsar una legislación de emergencia contra las protestas callejeras. La oposición ya había presentado mientras tanto 4.000 enmiendas para cerrar el paso a la normativa.

El primer ministro acabó reconociendo al final el revés sufrido frente a los “anarquistas” que se manifiestan cada semana frente a su residencia oficial. En el fondo, es consciente de que representan a una clase media urbana de Israel descontenta por su gestión sobre la crisis que emanan de la pandemia de covid-19: una de las tasas de infecciones per cápita más altas del planeta y con la economía desplomada un 28% en el segundo trimestre del año. “Cometimos errores. La reapertura de salas de bodas y celebraciones se hizo demasiado rápidamente”, admitió en un comunicado oficial, “quizá también la reanudación del curso en todo el sistema escolar, pero ahora no tenemos otra opción que reimponer el confinamiento general”. Israel, con algo más de nueve millones de habitantes, ha superado este fin de semana el listón de los 8.500 nuevos contagios diarios por coronavirus.

Con la boca y la nariz cubiertas, separados al menos dos metros –aunque con menor distancia social en las zonas centrales de la concentración, los miles de manifestantes que se desplegaban en la plaza de París de Jerusalén –y otras decenas de miles de ciudadanos a través de plataformas virtuales en línea– volvieron a recordarle a Netanyahu que su juicio, bajo las acusaciones de fraude y soborno, comenzará en serio a partir de enero. Son cada vez más las voces que desde la sociedad civil reclaman su renuncia a la dirección del Gobierno para poder concentrarse en su defensa.

Tras la multitudinaria protesta del sábado, las sinagogas han vuelo a abrirse a los fieles para los rezos de Yom Kipur al caer la noche del domingo. Una nueva concesión a la influyente minoría ultraortodoxa judía, precisamente la comunidad más golpeada por la pandemia. Israel parece seguir a la deriva mientras un dirigente con más 11 años al timón del poder se mantiene aferrado al cargo con tal de librarse del peso de la justicia.


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